Alfonso Prada, el de las gafas o el del perfume?

Compártelo:

Quienes nacimos en el barrio Muzú, un fortín laureanista de los años 50 al sur de Bogotá, nos alcanzamos a entusiasmar con la promisoria carrera política de «Pochito», como se le llamaba afectuosamente al hoy Secretario General de la Presidencia, Alfonso Prada. Era el hijo de Doña Blanca, una destacada líder Llerista que se erguía con postura ética contra la marrulla politiquera, la trampa electoral y el clientelismo turbayista que para entonces comenzaba a apoderarse del otrora gran partido de Uribe y Gaitán, en su tristemente célebre época de ventanillas siniestras y repartijas postfrentenacionalistas.

Era también el hijo de Don Alfonso Prada, aquel legendario vicerrector, ponderado y solidario, del Colegio Nacional Sergio Arboleda, donde estudiamos casi todos los «muzulmanes» como se identifican hoy en las redes sociales los antiguos vecinos de Prada. Poco a poco y con altibajos se había convertido en un símbolo exitoso de esa generación frustrada, en la que la mayoría de activistas políticos del barrio en la década del setenta se había perdido en fracasadas militancias de izquierda o en el mejor de los casos terminó en no tan grata experiencias como la de Augusto Rodriguez al lado de Gustavo Petro o la de Leonardo Echeverry de maletero de Samuel Moreno.

Prada, luego de su paso por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte, donde no pudo superar el INRI de politiquero tradicional, logró ser concejal de lo que quedó del Nuevo Liberalismo. Después tuvo un paso desafortunado por el samperismo pero posteriormente se reinventó al unirse a Enrique Peñalosa y salió Representante a la Cámara en un experimento con tintes no politiqueros. Cuando se fundió el peñalosismo con el Partido Verde, en el mejor momento de la Ola Verde, Prada quedó ubicado del lado de los que querían cambiar las costumbres políticas y se proyectó como decente al adoptar el discurso antanista de «los recursos públicos son sagrados».

Pero muy pronto perdió su batalla interna en su lucha contra la corrupción y la politiquería y su animal pragmático lo colocó en una coyuntura donde las tentaciones burocráticas le resultaron difíciles de rechazar. Desde la dirigencia del Partido Verde se encargó de liderar la corriente lenteja que se dejó seducir por la mermelada santista y se alió con Lucho Garzón, quien ya comenzaba a dar muestras de fatiga como viudo del poder, para fracturar el partido y entregarse en brazos de Juan Fernando Cristo, que ya era el encargado de batir la mermelada para componer la puja burocrática y garantizar las cuotas de la reelección del presidente Juan Manuel Santos.

Vendió su alma a Cristo con la bendición de todos los Santos por la dirección de Colciencias en donde no tuvo problema en sacrificar un miembro de su propio partido, Carlos Fonseca, reconocido romántico y técnico que apuesta por la ciencia y la tecnología, contra el que Pocho hizo causa común con Lucho para compartirse regalías y burocracia, así como con el Ministerio de Trabajo. Migajas por las que se transaron en su entrega al santismo para reencauchar su cauda electoral, no sin antes haber dejado en el camino incluso a personas que le ayudaron a sacar avanti el congreso del Partido Verde donde prácticamente se oficializó la venta, por dos platos de lentejas, del sector que alguna vez encarnó el sueño de la Ola Verde.

Y como lo que mal empieza mal acaba los saltos de Prada no fueron ajenos al típico ejercicio politiquero de burocratizar y clientelizar las instituciones. Pidió un ministerio pero lo calmaron con el SENA, donde según su sucesora María Andrea Nieto, lo de los recursos públicos sagrados fue reemplazado por la contratación indebida y la repartición puestera al mejor estilo de lo que siempre combatió doña Blanca de Prada. Hoy en el SENA dicen que Prada nada tiene que envidiarle a esa clase política corrupta que inspiró sus ciernes anti politiqueros y más bien que si se descuidan les da cartilla a Roy Barrera o a Armando Benedeti, a quienes les aprendió que el que se le atraviese la paga caro como le pasó a la Nieto por denunciar sus malas prácticas en contratación y en nombramientos.

Hoy, absorbido por la locomotora de la mermelada, Prada se hace el de las gafas y a la chita callando hace y deshace como el que más. Ya no le importa ni siquiera mantener el perfume de demócrata o de promesa ética de lo público. Ya tiró la toalla en asuntos de buen gobierno o de mejores prácticas para la gobernanza porque escogió el camino del atajo para escalar las cumbres del poder. Hoy se la juega a pie juntillas por el chantaje burocrático y la intimidación puestera, como lo denunció el propio Germán Vargas Lleras, au antiguo nuevo mejor amigo, a favor de Juan Fernando Cristo, quien durante el gobierno Santos fue el verdadero papá de la nómina estatal y del computador de Palacio.

Por Fernando Álvarez Corredor

Compártelo:
Fernando Álvarez Corredor
Fernando Álvarez Corredor

Periodista y Columnista


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *