Diomedes no escribió su centenar de canciones, todas las guardaba en su cabeza

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Nunca se acostumbró a escribir la letra de un tema. Letra y melodía “las guardo en una caja fuerte bien segura…aquí en el coco”, decía, dándose toquecitos en la cabeza con el dedo índice.

Por Rafael Sarmiento Coley

Director de lachachara.org  

El siguiente es el texto de la crónica que aparece publicada en la actual edición de la revista de la Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata, que dirige Rodolfo Molina Araujo y coordina el veterano periodista Juan Rincón Vanegas. Como casi todos los años, Rincón Vanegas tiene la amabilidad de incluir nuestras colaboraciones en tan respetable publicación de colección:

Emilio Oviedo

“Llegué a Valledupar a buscar canciones para el primer trabajo discográfico de Rafael Orozco. La noticia, como siempre, se regó como pólvora y empezaron a lloverme composiciones de muchachos esperanzados en que se les grabara por primera vez, y de repente se me presenta un jovencito flaco, desgarbado, cabellón y con un ojo torcido. Me dijo, con mucha seguridad: don Emilio, yo soy compositor de los nuevos, tengo un tema que, estoy seguro, será la sensación en la voz de mi compadre Rafa Orozco”, recuerda Emilio Oviedo Corrales, hoy a sus 70 años de edad.

En ese momento Emilio era el acordeonista, arreglista y director musical más exitoso del vallenato. En Codiscos se hacía lo que él decía. Y grababan los escogidos por ‘El Comandante’ Emilio Oviedo, nacido en Costilla, corregimiento de Pelaya, Cesar, el 30 de mayo de 1944.

Dueño de un oído virtuoso para saber si un cantante tenía futuro o si una composición era digna de grabarse. Por eso era el mandacallar en la casa disquera antioqueña, en donde, simultáneamente, dirigía hasta cinco y seis producciones.

-¿Y cómo se llama usted, jovencito?

-Mi nombre es Diomedes Díaz, ¡con mucho gusto! Se lo dejo ahí.

-Deme el casete de la canción que me trae.

-No, compadre, yo mis canciones las tengo aquí en mi caja fuerte, aquí en el coco, donde están bien seguras. Pero, no se preocupe, yo se la canto aquí a capella, a palo seco, el título es: ‘Cariñito de mi vida’.

Recuerda Emilio Oviedo que el tema le gustó desde el arranque. Empezó a hablar con el muchacho. Le contó que era de la Junta, corregimiento de San Juan. Que vivía con sus padres en una finca llamada Carrizal, y que estudiaba en el Loperena, en donde participaba en todos los festivales estudiantiles “pero siempre quedo de segundo porque me gana mi compadre Rafa Orozco. ¡Qué vaina, no! Pero algún día vamos a ver cuál es el chivo que más mea. Vea que se lo digo”.

Oro puro
Debe López y Diomedes
Debe López y Diomedes

Emilio, para sus adentros, se dijo, “este muchacho es oro puro. Pero hay que saberlo llevar. Ya le tengo el apodo ‘El Cacique de la Junta’”. Y se fue para Medellín, porque las restantes once canciones ya estaban seleccionadas, con temas de Náfer y Alejo Duran, Leandro, Escalona y otros de esa talla.

Como lo soñaba Diomedes y lo intuía Emilio, ‘Cariñito de mi vida’ fue el boom musical no solo del primer trabajo de Orozco y Oviedo, sino de la temporada. “Antes de grabar un disco yo le doy muchas instrucciones al cantante. Sube aquí. Baja acá. Ten cuidado con este agudo. Y me encargo hasta de los saludos. Le dije a Rafa: en el primer tema, saludas al autor “Diomedes Díaz, el Cacique de la Junta”. Y así quedó para siempre.

Cuando Rafael Orozco y Emilio Oviedo fueron a Valledupar a promocionar el disco, aquello era la locura, el propio Diomedes, ante la contundencia de su canción, organizó una gigantesca caravana con todos los mensajeros de Valledupar (porque en ese momento él era mensajero de Radio Guatapurí y seguía sus estudios en el Loperena).

Al día siguiente Emilio fue a buscar a Diomedes al Loperena, para invitarlo a Medellín a hacerle una prueba de voz, “pero tiene que ser con una nueva canción tuya”, le dijo. A lo cual El Cacique le respondió: “¡Uff, compadre, no se preocupe!! Que aquí lo que hay es música y letra hasta para tirar pal cielo”. Y se daba golpecitos en la cabeza con el índice.

Se lo llevó con una maletica prestada, una toalla, dos camisas floriadas y un pantalón blanco con cinturón verde. No era lo más presentable, pero, artista al fin, Emilio dijo que la cosa era pasable. Cuando llegaron al estudio de Codiscos le dijo que grabaría un tema con el acordeón del maestro Náfer Duran para un LP variado. “Cuando yo le dije a Diomedes quién sería su acordeonista, ese tipo despepitó los ojos, que yo pensé que se le iban a salir”.

Se quedó mirando a Emilio Oviedo y, tras el susto, le preguntó: “compadre, ¿por qué no me pone con uno de menos calibre? Vea que yo soy novato”. Ni modo. Ese era el que le tocaba. Para fortuna de Diomedes, el maestro Náfer, campesino bueno, odiaba quedarse más de una noche en una ciudad, peor si era fría. Así que hizo su tema a las carreras y se fue. Cuando Diomedes fue a montar la voz, Emilio descubrió que había muchos asuntos por arreglar. Entonces prácticamente él rehízo la canción ‘El Chanchullito’, de su autoría, el primer tema que aparece en los registros como grabado con Náfer Durán. Realmente fue con Emilio Oviedo.

Un verdadero ídolo popular
Juancho Rois y Diomedes
Juancho Rois y Diomedes

De ahí en adelante Diomedes navegaría solo por un mar a veces sereno y plácido, y otras de tormentas y fuertes tempestades. De sus primeros álbumes con el difunto acordeonista Helberto ‘El Debe’ López, de la dinastía de los hermanos López, quedaron éxitos legendarios de su autoría, entre otros, ‘Tres canciones’, ‘Cristina Isabel’, ‘La montañita’, ‘El alma en un acordeón’.

Después vendrían más temas fulgurantes de su autoría como ‘Tu serenata’, ‘Bonita’, ‘Te quiero mucho’, ‘Te necesito’, ‘Cantando’, ‘Para mi fanaticada’, ‘A mi papá’, ‘Una de mis canciones’, ‘Mi muchacho’, ‘Dos claveles’, ‘Brindo con el alma’, ‘Sin ti’, ‘Tu cumpleaños’, ‘Los recuerdos de ella’, ‘El cóndor herido’, ‘El besito’, ‘Mi vida musical’, ‘Mi ahijado’, ‘Mis mejores días’, ‘Mi primera cana’, ‘Título de amor’, ’26 de mayo’, ‘Cuna pobre’, ‘Un canto celestial’, ‘Entre placer y pena’, ‘Experiencias vividas’, ‘No se molesten’, ‘Regalo a Barranquilla’, ‘La chinita’, ‘Gracias a Dios’, ‘Señor abogado’, ‘La reina de Cartagena’, ‘El espejo’, ‘Amor bogotano’, ‘El hermano Elías’.

Además de todos esos temas grabados en su voz con los mejores acordeonistas de los últimos 50 años (Emilio Oviedo, El Debe López, Colacho Mendoza, Nafer Durán, Cocha Molina, Iván Zuleta Álvaro López, Rolando Ochoa –hijo de Calixto- Franco Argüelles y el inolvidable Juancho Rois con quien conformaría la mejor pareja musical que se equiparó con el Binomio de Oro por la seguidilla de éxitos gracias a un trabajo disciplinado y consciente), Diomedes tuvo material para otras estrellas.

Composiciones suyas como ‘Flor de papel’, con el acordeón de Orangel ‘El Pangue’ Maestre y la voz del Cachaco Jiménez; ‘Bendito sea Dios’, hermanos Zuleta; ‘La sombra’, Iván Villazón; ‘Razón profunda’, Jorge Oñate y Colacho Mendoza. Además, hay otra cantidad de canciones tan pegadas a la piel, a la garganta y al estilo de Diomedes, que parecen de él, pero no son. Por ejemplo. ‘Mensaje de Navidad’ (Rosendo Romero), ‘El Gavilán Mayor’ (Hernándo Marín), ‘Miriam’ (Calixto Ochoa, a quien le grabó casi un centenar de canciones), ‘Lluvia de verano’ (Hernando Marín) y ‘El hombre de mama’ (Efraín Barliza).

Cuando salió el trabajo musical que incluía el tema ‘Lluvia de verano’, esta canción fue la locura y más loco se volvió un joven que había logrado una incipiente fortuna con negocios de mala reputación, y a quien el compositor Hernando Marín incluyó en una de las estrofas, no como un simple saludo, sino como parte esencial de la estrofa: ‘Y como Lisímaco Peralta, voy a cambiar de comedero’.

Lisímaco tenía sus negocios y sus “comederos” por los lados del barrio Las Flores de Barranquilla. Un fin de semana mandó a cerrar una caseta para parrandear con sus amigos más allegados, con Marín, Diomedes y el conejito Juancho Rois. Resulta que ya Lisímaco se había ganado muchas enemistades y ese día le cayó un verdadero ejército de sicarios que disparaban a todo lo que se moviera en la caseta. Murieron Lisímaco, todos sus escoltas y un montón de inocentes. Diomedes y Marín se salvaron gracias a que Juancho Rois ese día hizo valer su apodo de Conejito: tomó la iniciativa y fue saltando de tapia en tapia hasta llegar a una casa llena de camas, por debajo de las cuales gatearon del timbo al tambo hasta cuando llegaron el Ejército, la Policía, el Gaula y los rescataron de una muerte segura. Era tanto el susto, que su rostro estaba más amarillo que un papel viejo, según recuerda hoy uno de los oficiales que participó en el operativo.

Diomedes Diaz y Rafael Sarmiento C
Diomedes Diaz y Rafael Sarmiento C

Tomado de lachachara.org  

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