Gustavo Petro: ése no es el camino

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Por Juan Mario Sánchez Cuervo.

Hace algunos días en la ciudad de Montería, un mototaxista tuvo la desfachatez de arrodillarse literalmente  delante de Petro (las genuflexiones están reservadas a Dios), y de paso le pidió perdón, dizque porque en las pasadas elecciones presidenciales le dio el voto al actual mandatario Iván Duque.  Bueno, no me atrevo a afirmar que todo obedeció a una especie de sainete o montaje escenográfico en formato costeño.  El caso es que la escena sí resultó patética y un poco ridícula, y da para armarse un montón de conjeturas absurdas e irreales, a partir de lo que  acontece en el imaginario de nuestro pueblo tan proclive a fantasmagorías y realismos mágicos.  Por decir algo, utopías de este  tipo: ¿y si Petro hubiera sido el presidente? ¿Y si las cosas estuvieran mejor, en  tal caso, con un gobierno de izquierda?  Eso es tan absurdo e imposible como decir: si mi abuelita no estuviera muerta estuviera viva.  O si mi abuelita no tuviera piernas, sino  ruedas sería un carro.  En los ejemplos anteriores, todos absurdos, se pasa de largo en detrimento de la sensatez ante el principio de la realidad,  esa roca intransigente e invulnerable: las cosas son como son y lo que fue, fue.

https://youtu.be/Vp5akV5f54I

Todo esto a propósito de que el primero en vulnerar ese principio de la realidad es el senador Gustavo Petro. De hecho, el mismo día en que se supo la victoria inobjetable del presidente actual, el discurso que le envió a sus seguidores y al país fue desafortunado.  Acudió más bien a una negación de la realidad, no sólo dando a entender que su derrota era una victoria, sino también dando pistas de la clase de oposición  que le haría al gobierno de turno. Además, profirió palabras carentes de humildad, muy poco conciliadoras y sí instigadoras respecto a movilizaciones pacíficas constantes, como para incomodar o ser una piedra en el zapato en los anhelos de unidad de su contrincante.  La verdad, esa vez esperé un discurso diferente, a la altura de un político de gran envergadura, capaz de convocar a todos los colombianos.  Esperé, además, palabras que expresaran la nobleza en la derrota, y las cuales pudieran reflejar que alguna vez estaría preparado para asumir la primera magistratura de la república. Y, desde luego, sigo esperando una señal que congregue y no divida, que invite al perdón, y que rechace cualquier asomo de odio.

Por otra parte, en los meses posteriores a su derrota han continuado sus peleas con el centro democrático, y por supuesto la eterna pelea con Uribe.  De tal forma, que el excandidato presidencial parece sufrir un síndrome de fijación con el expresidente, o un trastorno obsesivo compulsivo, pues el asunto ya adquirió los ribetes de un monotemático.  Aclaro que no soy uribista, no lo fui y jamás lo seré, pero en mi concepto a estas alturas del posconflicto el asunto Uribe debería manejarse de otra manera, en aras no sólo de la pacificación del país, sino también por mínima coherencia. En este sentido, y lo he dicho en diferentes medios y lo sostengo: sería ridículo que alguna vez estuvieran libres todos los cabecillas de las guerrillas desmovilizadas, mientras el responsable de inclinar la balanza hacia una mesa de diálogos terminara en prisión: eso no le haría ningún bien a la estabilidad del país.  Yo no sé qué tan culpable o inocente sea Uribe, eso le compete a los jueces.  Sólo me atengo a un principio universal del Derecho: siempre somos inocentes hasta que se pruebe lo contrario.  Petro y la izquierda radical deberían entonces  ser más coherentes,  y de paso colaborar con la paz del país a través de un lenguaje y actitudes moderadas.

En las pasadas elecciones voté en la segunda vuelta por Petro.  Es más, en algunos artículos de opinión lo defendí moderada y sensatamente. Pero en los actuales momentos no me siento representado por él, en especial por su actitud pendenciera y poco propositiva en aras de la unidad y la reconciliación que urgentemente necesita nuestro país.  Es ahora mismo donde debe demostrar si tiene el talante y la altura de un estadista, o por si el contrario, va a reforzar la imagen negativa que tantos tienen de él, en cuanto lo consideran populista, oportunista y demagogo.

En otro orden de ideas, no comparto lo que muchos seguidores acérrimos y fanáticos de Petro practican: ese odio  visceral contra Uribe, el cual suele acompañarse de  insultos grotescos en las redes sociales.  El odio y los deseos de venganza van en contravía de los principios cristianos y de cualquier espiritualidad que proclame el perdón y el amor a los enemigos. Tampoco, y para ser ecuánimes, no es conveniente que los uribistas a ultranza hagan lo propio con sus rivales políticos: las guerras comienzan en el lenguaje y culminan en los campos de batalla.

Para terminar,  no me lo voy arrodillar a nadie  por haberle dado mi voto a Petro.  Simplemente experimento una profunda decepción, pues el  senador de la Colombia Humana  divide y siembra pasiones exacerbadas.  Por todo lo anterior, y al menos por ahora, en mi humilde opinión, me parece que el señor Gustavo Petro, va por el camino que no es.  El único camino para desarmar los corazones, desandar los pasos violentos y alcanzar el sueño anhelado de la paz es la unidad. Ojalá el ilustre senador recapacite y anteponga los intereses del pueblo colombiano a sus propios anhelos de poder.

*Juan Mario Sánchez Cuervo, escritor antioqueño, autor de las novelas: La otra cara de la muerte (Fondo editorial Eafit, 2012); Como una melodía (Sílaba editores, 2015); Mi Noche en Buenos Aires (Lira editores, 2018).

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