corteros de caña comienzan paro en Risaralda

Huelga en el Puerto Dulce de Colombia

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La consolidación de la industria azucarera en las primeras décadas del siglo XX, y el respectivo cambio en la orientación de producción agrícola en las planicies que circundan al río Cauca en el Valle del Cauca, trajo consigo un importante bastión de la clase obrera a esta región del país.

De ahí que sus más sonados levantamientos en los años 2005 y 2008 contra la explotación laboral, respondieran a un profundo pero concreto desarrollo de la lucha del movimiento obrero organizado y consecuente. Desmarcados del aventurerismo y acogiendo la protesta civil y masiva, lograron más allá de sus importantes reivindicaciones, apartar la telaraña del entretenimiento que envolvía la conciencia de buena parte del país. Incluso un sector del periodismo oficial abrió la oxidada puerta del prime-time habitual para cubrir y participar en el debate emanado de las huelgas de los trabajadores del sector azucarero. No obstante la enraizada precarización laboral que enfrentaron, impidió a los alientos de resistencia obrera que recorrían la región, llegar a toda la extensión geográfica donde estaban apostados el resto de los obreros de la industria. Son entonces los trabajadores del Ingenio Risaralda, parte de esos kilómetros azucareros que parecieron quedar ocultos aguas más abajo del río Cauca.

El paro de los corteros

Como si se tratara de una posta recibida de los cafeteros luego del paro de febrero del año 2013, los trabajadores de la caña del Ingenio Risaralda recibieron su ejemplo y empezaron la brega por mejores condiciones laborales. Por cerca de quince días habían presenciado el paro cafetero en Remolinos, Risaralda, zona donde hoy se entretejen los cafetales con los cañaduzales. Ahí vieron a empresarios cafeteros y pequeños productores respaldados por jornaleros e indígenas.

…En ese paro habían dueños de tierras, cómo no vamos a poder nosotros que no somos dueños ni de la ropa usada para cortar la caña, -discutían los corteros por aquellos días.

De modo que así, en parte contagiados por los ánimos del entonces reciente paro transcurrido en su región, en parte por razonabilidad obrera, se aproximaron a dirigentes agropecuarios en busca de asesoría frente a los problemas que los afligían. No tardaron mucho en conseguirla. Y pronto, comprendieron que el nudo en la madeja empezaba por la intermediación laboral, o sea la tercerización que actúa en el Ingenio Risaralda bajo la figura jurídica de las S.A.S (Ley 1258/2008). Esas que operan de manera tal que cualquier “desprevenido” ciudadano que camina con las manos entre el bolsillo o atiende juegos de mesa en las cafeterías del pueblo, es llamado por directivos de una importante empresa para reunir un grupo considerable de trabajadores dispuestos a laborar en una actividad que en este caso, solía contratar la empresa de manera directa. El meollo está en que la casa matriz se desprende de toda responsabilidad laboral y social con los trabajadores, al tiempo que hacen un jugoso negocio con los “desprevenidos” intermediarios que en poco tiempo llegan al redil de la clase mas ostentosa de sus pueblos donde, sin que se sepa por qué o de qué, gozan incluso de cuidado policial.

Arley Bonilla, joven negro de cuerpo tallado en la población ribereña del río Cauca en La Virginia, Risaralda, y que ahora es dirigente sindical, recalca sobre los patronos:

-La fortuna hecha sobre nuestros esfuerzos es tan grande que les alcanza a unos y otros hasta para subir a los gallineros políticos que son esas administraciones públicas de los municipios.

***

Las primeras reuniones para crear la organización sindical eran clandestinas. Debajo del árbol que más sombreros cubriera. “…Esa parte era práctica porque habitualmente debíamos escondernos de los ‘cabos’ o jefes de corte, lo hacíamos bajo los cogollos de la caña para evitar desmayarnos ante las altas temperaturas ya que el corte no lo paraban”. Y es que así debían ser los inicios, porque si eran descubiertos en el intento de crear o afiliarse a un sindicato -sin importar que esté estipulado en las leyes- serían echados de la respectiva S.A.S con la que estaban contratados. Luego el trazar con acierto el camino los llevó a relaciones con el sindicato más grande de la industria agropecuaria colombiana, Sintrainagro, el mismo que reúne a la mayoría de corteros de la industria de la caña y ante el cual crearon una filial en Risaralda.

Así transcurrieron cerca de dos años antes de la huelga. Habían firmado una Convención Colectiva de Trabajo con los intermediarios de las S.A.S; aunque dicen los corteros, nuevos en el escaso mundo del sindicalismo Colombiano, no perdían de vista que la naturaleza de los contratistas, les impedía cumplirles a plenitud las demandas laborales porque su función es ‘parasitaria y no productiva’. Por ende en el trabajo de la organización ha sido recurrente la correspondencia reclamando ante los incumplimientos. Mientras esto ocurría las autoridades laborales dejaban que todo se moviera a sus pies, actuaron como un gigante cíclope alimentado por la permisividad de décadas.

Con tono de picardía y satisfacción, Arley afirma que ese tiempo no los desesperó, lo usaron para formar a los directivos y afiliados.

–Había que aprovechar hasta las jornadas de marcha, primero estudiábamos y después a la calle. Denunciábamos nuestra situación y también rechazábamos las importaciones de azúcar. Y sirvió porque la gente iba comprendiendo que la suerte económica de estos pueblos olvidados está en buena parte amarrada a la de los trabajadores del Ingenio, eso fue clave.

Y no acaba sin resaltar lo que habían padecido por años y que estaban dispuestos a abolir.

-Es que muchas movidas nuestras están atizadas por el nivel de explotación que hemos sufrido. Recuerdo que nos humillaban encendiendo las farolas de los buses al caer la noche para que termináramos de cortar los tajos más grandes…

Al llegar a este punto los corteros, caracterizados por su disciplina y conciencia trabajadora, habían marcado un ritmo de trabajo incesante para llamar a la empresa a intervenir en la problemática. Hicieron plantones, marchas, eventos públicos y correrías de propaganda, participaron de debates en recintos representativos de los gobiernos municipales y departamentales. Pero las directivas del Ingenio siempre respondían no tener ‘nada que ver con los corteros de la caña’ que transforman en su empresa, encrestados remataban interponiendo demandas por las protestas, impulsando a los contratistas a sancionar y por último incentivaron el uso de máquinas de corte en los grupos en que el sindicato era más sólido. Mezclaron tanto desprecio y persecución que lograron menguar los ingresos de los corteros a menos de la mitad, terminaron elevando el pleito a un asunto de hambre.

***

La marea estaba alta, hubo asambleas. El dos de marzo a las cuatro de la madrugada los corteros salieron de sus casas como era habitual. Pero en esta ocasión el rumbo hacia los cultivos de caña dribló con destino a la fábrica que transformaba la materia prima en azúcar, combustible y agroinsumos. Ahí llegaron los hombres de sombrero y pacora. Oh sorpresa cuando entre los primeros rayos del sol que dejaban pasar las imponentes ceibas que crecen junto al Ingenio, los directivos de la empresa, desencajados y perplejos, veían aparecer por delante de sus ojos los rostros de los corteros que ellos siempre calcularon a lo lejos derribando toneladas de caña, o acaso apilonados en los destartalados buses que les transportan a diario hasta los cañaduzales. Ahora estaban ahí, agrupados por decenas a las puertas de la empresa, agitando los sudorosos y tiznados brazos en señal de rebeldía. La huelga estaba decretada. La contratación directa y el respeto al sindicato creado para tramitar las relaciones con los patrones eran sus peticiones.

Al día siguiente durante la quietud más honda de la noche, la policía antidisturbios ESMAD, atendiendo el llamado público del gerente de la empresa; arremetió contra los corteros en huelga. Pocas horas después, mediante videos e imágenes grabadas en dispositivos móviles –a “perdida” de las grabaciones de seguridad del Ingenio que tenían el primer plano- la opinión pública sabría que el escuadrón, armado de su demencia, ingresó atacando a los trabajadores con machetes, cuentan, proporcionados por el jefe de seguridad del Ingenio, un hombre bellaco que mudaba de color porque había quedado fuera de la planta desde el inicio de la huelga. De modo que así amanecía el país, un cortero caía herido de gravedad a machete por el desprestigiado escuadrón policial y los noticieros polemizaban sobre un juglar que acudiendo a su apellido, muy sonoro este de la oligarquía nacional, encaraba a policías en un control. Sin embargo el ataque fracasó ante la defensa de los trabajadores que terminaron empujados ¡quién lo creyera! al interior de la empresa que no les permitían pisar, en la que había orden de no recibirles ni la correspondencia.

Luego el trato policial contra la protesta laboral terminó despertando la solidaridad de los pueblos de donde provenían los corteros. Muchos obreros que no estaban en huelga acudieron para sumarse. Los micrófonos y notas de prensa que, presurosos y a la distancia el día anterior habían colgado sucias manchas sobre los huelguistas, cayeron en silencio sepulcral, del que sólo fueron sacudidos merced a las actitudes democráticas y profesionales de algunos de sus periodistas.

***

El calor que suele arropar los extensos paisajes de caña que dibujan los valles de esta región donde unen corrientes el río Risaralda y el Cauca, aquel día parecía ensañarse sobre las polvorientas calles de los barrios populares a donde han sido arrojados los hogares de los corteros. La quietud había desaparecido. Los hechos violentos de la mañana tenían a la población agitada, preparaban movilizaciones, descollaban con alegría los hijos de los corteros que pintaban carteles en respaldo a sus padres.

Justo a mitad del día arribó allí al pueblo de La Virginia el viceministro nacional del trabajo. Lo esperaba el presidente nacional de la mayor Central de Trabajadores de Colombia, la CUT. Una cafetería en la que por estos días no frecuentaban los intermediarios como era costumbre, fue el punto de reunión. La discusión era unánime: los empresarios debían sentarse en la mesa con los trabajadores y el punto de partida sería la formalización laboral, petición que desde el Ingenio había desoído durante casi dos años César Augusto Arango, un gerente hinchado de prepotencia.

Tras la negociación finalmente los corteros quedaron vinculados a la empresa a través de una filial y con contratos indefinidos. Sobre el acuerdo de formalización pusieron las firmas Sindicato, Ingenio, Ministerio y garantes cuando el reloj marcaba las primeras horas de la mañana. Acto seguido los trabajadores hacían la asamblea para atender la lectura del acuerdo. En aquel momento, con el cantar de los gallos de fondo, fieles a su sesudo espíritu ningún cortero hablaba de las penurias, el júbilo de este nuevo día en El Puerto Dulce de Risaralda traía otro mensaje “derrotamos la tercerización laboral”.

Por Duberney Galvis Cardona

Duberney Galvis

 

 

 

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