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Por Juan B. Barco

Voy a comenzar contando una historia británica, para que después no digan que es que detesto la idiosincrasia colombiana. Por allá en la Primera Guerra Mundial, la dinastía reinante de Inglaterra era los Sajonia-Coburgo-Gotha, resulta que las bombas que lanzaban los alemanes sobre Londres eran las bombas Gotha, y se generó un sentimiento anti germánico entre los ingleses por cuenta de los estragos que estaban haciendo aquellos. Pues bien, el peligro era que el pueblo, como lo habían hecho los rusos, se levantaran contra el Rey, y era necesario buscar una solución, rebautizaron la dinastía y le pusieron el inglés nombre de Windsor, y nuestros cultos británicos se comieron el cuenta, y lo demás es historia. Es decir, que hasta en las mejores familias han metido gato por liebre.

Hace varios años, el filósofo colombiano Estanislao Zuleta pronunció una conferencia que debería ser enseñada, desde el kínder,  a nuestros párvulos, se trata de EL ELOGIO DE LA DIFICULTAD. Este rico texto, está lleno de tantas y tantas cosas buenas, que su lectura, en serio, resulta imprescindible y contrasta con la realidad que nos hoy nos regala esa cosa informe y desinformada que llamamos, la opinión pública.

El acceso que hoy se tiene a los grandes personajes de la vida nacional, y en general a todo el mundo, a través de la masificación de las redes sociales, hace que la hayan perdido ciertos límites, el más importante, el límite de la verdad. Claro, desde siempre ha rondado una pregunta que incluso está en la Biblia: Qué es la verdad? Pero podemos convenir el algo, teniendo en cuenta que no siempre lo que vemos es lo que es, y es que debe por lo menos haber un cierto apego a la realidad de las cosas. Siempre han existido “influencers”, pero una persona que recibiera ese título era alguien que en realidad tenía una relevancia dada por alguna circunstancia social que le generaba una especie de consideración frente a la comunidad. Esta es la diferencia entre un Daniel Samper Pizano, quien era un columnista de El Tiempo, que escribía notas editoriales que ponían a pensar al País, que denunciaba lo que había que denunciar, que con fino humor bogotano, decía lo que muchos querían que se dijera, y un Daniel Samper Ospina, que a decir verdad, de mediocre columnista con un vulgar humor, no pasa (a mí por lo menos, no me pasa). Esto es muy peligroso, en realidad esa aparente democratización de la información a través de las redes sociales, ha generado que cualquiera se sienta en la capacidad de dar su opinión, como este servidor, y simplemente la publica en donde lo publiquen, o la deja en una red social y alguien la leerá y si tiene suerte la replicarán y de ahí a pagar por servicios que la hagan relevante y se vuelva tendencia, hay unos pocos pasos.

El otro peligro que ha generado, es que se han creado en el imaginario personas que se denominan Faros de la Moral. Estos personajes, a la semejanza de un Savonarola, mandan a quemar en la pira de la opinión pública a aquellos que por una razón o por la otra han perdido su favor, o quizás como la medusa griega, condenan a la muerte a aquellos que tienen la desgracia de llamarles la atención y que su mórbida mirada se pose sobre ellos. Faros de la Moral como Camila Zuluaga, Daniel Coronel, Vicky Dávila o el mismo Abelardo de la Espriella, y no podemos olvidar a Julito, el infaltable. El peligro de esta gente estriba no en lo que digan, ni en lo que investigan, realmente no dicen mucho, lo que dicen lo dicen mal, no investigan nada, todo se los cuentan sus fuentes (mejor dicho, viven del chisme), el peligro está en la difusión que han logrado comprar. Cómo? Poniéndose al servicio del mejor postor, llámese Estado, Industriales, Cacaos, o como se quieran llamar.

Nos encanta que nos digan lo que debemos pensar, pues nos evitan algo que es una penosa tarea para la mayoría de los humanos: Pensar. La gente tiene la vana ilusión que si sigue a estos personajes esta siendo informado, que está siendo poseedor de la verdad, peor aún, que tiene libertad para pensar lo que le de la gana y no puede vislumbrar siquiera que está siendo víctima de una nueva forma de esclavitud, esta peor que todas las demás pues genera la idea de una falsa libertad, la esclavitud moral.

Sí, ando fastidiado con tanto personaje que siente que su opinión parte en dos la historia del pensamiento colombiano. Que se dejen de pendejadas. Conviene releer a Estanislao Zuleta. Nuestros faros de la Moral nos han vendido una idea paranoide de la verdad, en donde una opinión que esté por fuera de esa inventada mayoría, debe ser aplastada y la mejor manera de hacerlo es a través del sicariato moral. Sí, lamentablemente nuestros comunicadores se han convertido en eso, en sicarios morales.

No se discuten argumentos, se suponen intenciones, se define una opinión como una cosa que le pertenece a otro, y el otro es igual que decir enemigo. Sí, estamos muy mal.

Basta con ver las manifestaciones de polarización de nuestra infantil y perversa opinión pública, como se piden a gritos guillotinas y crucifixiones, para darnos cuenta que esos faros de la moral le hacen un enorme daño a nuestra sociedad tan medieval en sus formas. Gemimos de placer ante el foso de los leones, ante los patíbulos, ante las cabezas que ruedan. Nos hace falta la sangre, no nos horrorizaron lo suficiente 50 años de barbarie. Somos de juicios fáciles y condenas aún más rápidas.

Tarea: Despojarse de la vestidura de la verdad.

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Abelardo De La Espriella
Abelardo De La Espriella

Abogado y Columnista


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