Los Ocho años perdidos de Colombia

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Los últimos atentados terroristas, la recesión económica, la corrupción galopante y el creciente aumento de la inseguridad dibujan un cuadro de un país caótico y anárquico, muy alejado de la Disneylanda que vende en el exterior Juan Manuel Santos. 

Los atentados han vuelto a estar al orden del día y los terroristas siguen asesinando impunemente a los policías, bien sea en Barranquilla, Santander o San Vicente. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) sigue atacando los oleoductos y las infraestructuras del Estado, causando grandes daños a la economía del país y al libre funcionamiento de las empresas.  Los puentes inaugurados por el exvicepresidente Vargas Lleras y su séquito de lameculos se caen como por arte de magia.  Como suele ocurrir en Colombia, nadie se hizo responsable por lo ocurrido en el puente de Chirajara y sus diez víctimas mortales. Y el muerto al hoyo y el vivo, al boyo.  Luego se cayó otro puente, también sin responsables y esta vez sin víctimas, y se detectaron fallas en otro. Un caos total inunda el país y su capitán, el inefable presidente Santos, conduce el barco rumbo al iceberg antes del hundimiento del nuevo Titanic.

La ola de criminalidad ya amenaza a todo el territorio colombiano y la inseguridad creciente, como un fenómeno real y no imaginario, anida ya en el corazón temeroso de millones de colombianos. Pese a todo, el soldado Schwejk del gobierno, el nada marcial y aguerrido Luis Carlos Villegas, exhibía exultante los grandes éxitos de este gobierno en materia de seguridad: en el año 2017 solamente hubo ¡12.000 homicidios! La cifra real será mucha alta, ya que este gobierno es experto en el arte de fullería, el cuento y el embuste. Pero la realidad es bien distinta-por muchos que algunos traten de confundir la misma con el embuste-: Colombia es el sexto país con más homicidios de América Latina y tiene varias de sus ciudades entre las 50 más peligrosas del mundo.

Por ejemplo, según informaba recientemente el diario El Tiempo, «São Paulo (Brasil), que tiene 12 millones de habitantes registra alrededor de 670 homicidios al año. Esa cifra representa la mitad de los asesinatos anuales de Cali, que tiene la sexta parte de esa población. Cartagena, con un millón de habitantes, registró 242 homicidios. Esa cifra, dice el informe, es mayor que la de toda Australia (227).Medellín tiene más homicidios por año que Chile, que tiene 17 millones de habitantes (…), Tibú (con 186,96 asesinatos por cada 100.000 habitantes) tiene una tasa superior a ciudades tan violentas como Ciudad Juárez en México (108), San Pedro Sula (Honduras, 107) y San Salvador en El Salvador (136,7)”.

EL PÉSIMO LEGADO ECONÓMICO Y SOCIAL DEL PRESIDENTE SANTOS

A estas noticias sin importancia, ya que para el presidente Santos la percepción de inseguridad de los ciudadanos se debe a la mala influencia de los medios de comunicación, se le vienen a unir los datos sobre la pésima situación económica que padece el país. Pese al maquillaje de las cifras por el tahúr del régimen, Mauricio Cárdenas, no hay ningún empresario en este país, desde el dueño de Aviatur a la vendedora de arepas de la esquina, que pueda asegurar sin mentir que en el año 2017 le haya ido mejor que en el 2016. Los ingresos de la mayor parte de las empresas han decaído en todos los ámbitos; la informalidad en el empleo sigue afectando seguramente al 50% de la población laboral; el crecimiento económico está bajo mínimos -1,8%, datos del FMI- y por debajo de otros países de la región, como Perú, por ejemplo; el salario alcanza proporciones ridículas si se compara con otras economías -230 euros apenas- y las inversiones extranjeras tampoco muestran un mejor desempeño.

En lo que a la renta per cápita se refiere, es decir la riqueza media por habitante del país, según el estudio de la prestigiosa revista The Economist que analiza las economías del mundo año tras año –The World in 2018– Colombia se estanca en apenas algo más de 6.000 dólares por habitante, una cifra por detrás de la que daba ese informe en el año 2014 y siendo la misma cantidad que los dos años precedentes. Vamos como los cangrejos, para atrás, pese a que el Nerón del régimen sigue tocando la lira mientras el país arde. Mientras el mundo bulle, la economía se expande a nivel mundial y los trenes viajan ya una velocidad de 460 kilómetros horas, Colombia se estanca y consolida su atraso secular a merced de una clase política deplorable, parasitaria, inmoral y realmente tercermundista. La diferencia de renta entre los Estados Unidos y Colombia es de diez a uno y cada año que pasa la distancia es mayor.

Según el economista Klaus Schwab, con un crecimiento económico anual del 5% se tarda sólo sólo 14 años en duplicar el PIB de un país; con un crecimiento del 3% serían 24 años. Si ese estancamiento persiste, sigue señalando este experto, los hijos y nietos podrían vivir peor que sus predecesores. Entonces, ¿con un crecimiento de un 2,0% y un 1,8%, en los años 2016 y 2017, respectivamente, que futuro le espera a Colombia? Mientras a su alrededor casi todos los países crecen a buen ritmo, Colombia está claramente estancada y se espera para el 2018 un crecimiento mediocre, en torno al 2,0% e incluso menos, dependiendo de las fuentes, pero siempre por debajo del 3,1% esperado del crecimiento de la economía mundial. El presidente Santos prometió varias locomotoras para el desarrollo del país, pero finalmente estamos en el vagón de cola del mundo mundial.

Por no hablar de la pobreza, que seguramente padece la mitad de la población colombiana, pese a que el gobierno asegura que pasó del 32% al 28%, pero conviene analizar cómo mide este gobierno la pobreza en el país.»Ciertamente, el índice de pobreza bajó de 37 % a 28 % en los últimos siete años. Sin embargo, gran parte de la reducción obedece al cambio metodológico adoptado en 2010. La línea de pobreza bajó de $220.000 a $180.000 mensuales y se introdujeron modificaciones en la utilización de encuesta de hogares. Así, el índice de pobreza bajó drásticamente en los primeros meses de la actual administración», señalaba el analista económico Eduardo Sarmiento en una columna publicada en el diario El Espectador. Es decir, para el gobierno Santos y sus aduladores sin fronteras en Colombia se sale de la pobreza con ¡2,10 dólares al día!, lo que cuesta en Colombia una cerveza o un par de empanadas.

Otro elemento para analizar es el de la competitividad, pues si miramos el resultado final del Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial para el 2017 las cosas tampoco pintan nada bien, tal como señalaba el líder conservador Miguel Gómez en una columna reciente:”En el consolidado perdimos, en el último año, cinco posiciones pasando del puesto 61 al 66. Es un balance muy pobre, pero explicable, pues el tema de competitividad, asociado con la política de comercio exterior, no ha recibido atención durante estos siete años. El informe está estructurado en 12 pilares que resumen temas económicos, sociales e institucionales. En los que salimos mejor calificados son Eficiencia de los Mercados Financieros (puesto 27) y Tamaño del Mercado (puesto 37). En el primero, es claro que la calidad de la supervisión y las mejoras en bancarización han sido importantes. En el segundo, la inercia demográfica juega un papel importante, y Colombia es hoy el tercer mercado más importante de América Latina, después de Brasil y México”.

Para guinda con la que «decorar» la pésima gestión económica y social del quizá más inepto gobierno de la historia reciente de Colombia está el asunto de la desigualdad, asignatura pendiente de este país desde hace lustros sin que nadie asuma el riesgo de hacer algo para superarla. «Colombia es uno de los países más desiguales del mundo. Noveno en la lista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Esa evidencia, repetida hasta la saciedad por analistas en sus estudios, no ha conducido a cambiar el rumbo de este problema. El coeficiente de Gini más reciente que tiene el Dane entre sus estadísticas da cuenta de que en el total del país, la desigualdad ha cedido muy poco. Se ubica en 0,517, y hace una década estaba en 0,572 (cuanto más se acerca a 1, la nación es más desigual). Con ello, Colombia es el tercer país más desigual de América Latina, después de Honduras y Haití, según el Banco Mundial», señalaba un reciente artículo publicado por el diario El Tiempo de Bogotá.

Luego está la corrupción galopante que gangrena a todas las estructuras e instituciones del país, llegando desde los niveles más altos a los más modestos. El mismo informe ya citado del Foro Económico Mundial señala ese grave problema y al que apunta Gómez: “En el pilar institucional obtenemos nuestro peor resultado, con un dramático puesto 117 sobre 137. Por ello, conviene analizar, con detalle, lo que nos está sucediendo. De lejos, el principal factor que dificulta hacer negocios en Colombia es la corrupción mencionada por el 17,6 por ciento de los encuestados. En la medición de ‘favoritismo en la toma de decisiones de los miembros del gobierno’, ocupamos un penoso lugar 119 entre 137 países”.

Este nuevo año, con apenas unas semanas de vida, nos traía también como “regalo” la fuerte y rotunda condena de Human Rights Watch al gobierno colombiano por el asesinato impune de decenas de líderes sociales el pasado año y a las FARC por sus responsabilidad en miles de delitos, entre los que destacan aberrantes crímenes, secuestros, extorsiones y violaciones de los derechos humanos, sin haber tenido que responder ante los tribunales por dichos hechos delictivos. Mientras el gobierno de Santos gasta miles de millones en escoltas y la protección de decenas de parásitos –no merecen otro nombre-, en las calles de Colombia caen asesinados los líderes sociales amenazados y sin ninguna protección. Qué vergüenza estar en manos de unos sinvengüenzas.

Estamos mal, claro que sí, pero no tan mal como Venezuela, que se ha convertido en la cortina de humo con la que tapar el actual estado de cosas que estamos viviendo, tal como hace el ocupante de Casa Nariño. No hace falta ser un gran analista para verlo, sólo tiene que conectar por las mañanas las noticias y ver el caos que nos domina en todos los órdenes. Quizá como dice el escritor Plinio Apuleyo Mendoza la diferencia entre Colombia y Venezuela es que aquí reina el caos y allá el horror. Pero el camino de un estado a otro es corto, y quizá muy pronto, si se cumplen los peores pronósticos y las más negras encuestas, nos deslicemos sin apenas intuirlo –como le pasó a los venezolanos- hacia el más oscuro de los abismos. El año ha comenzado con negros augurios, aparte de esperarnos las elecciones más confusas de la historia reciente. Santos no se va de rositas, sino con el merecido título del peor presidente de la historia de Colombia, mientras que sus sufridos ciudadanos seguimos esperando sus nunca vistas locomotoras. ¡Pero si ni siquiera hay tren en Colombia!

 
Por Ricardo Angoso.
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Ricardo Angoso
Ricardo Angoso

Periodista y Analista


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