Colombia despertó, ¿y ahora qué sigue?

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Por Juan Mario Sánchez Cuervo.

Este escenario se veía venir.  Me refiero a una crisis de gobernabilidad que se expresa en conatos de revueltas y desestabilización de las instituciones, marchas de estudiantes, pesimismo generalizado e incertidumbre política. Todo este  entorno de inconformidad y efervescencia, deja al descubierto  latentes amenazas de regreso al terror de épocas no muy lejanas.  De hecho, la reciente contienda electoral, acalorada, manoseada, irrespetuosa y fanática, así lo anticipaba.  Por eso no es tendencioso opinar  que si hubiera ganado el candidato de la izquierda el panorama, sería más o menos el mismo, o acaso peor: Colombia no está madura ni para la paz, ni para la unidad, y por ende no está lista para la aceptación de la diferencia ideológica, como tampoco está preparada para desasirse fácilmente de su aberrada tradición violenta.

Por otra parte el país ya despertó.  En su mayoría los colombianos conocen de cerca el barril sin fondo de la corrupción, cuyo alcance adquiere ribetes descomunales y siniestros.  La credibilidad en los políticos está en el punto más bajo que el país recuerde. Desde esta perspectiva, la imagen pública del actual presidente es paupérrima, al punto de batir un anti récord de opinión negativa respecto a  los  cien primeros días de gobierno de quien ocupa la primera magistratura. Desde luego, la imagen de los líderes tradicionales que han marcado nuestro devenir  en las últimas décadas también va en descenso. Esta sintomatología nos da una pista: el pueblo pide renovación.  Pero a mi modo de ver la renovación no significa un viraje de ciento ochenta grados, en el sentido de pasar de un extremo a otro.  Creo, que tiene que ver más con la flexibilidad en las ideas, con la concertación en aras del bien común, y en el que participen todos los partidos, todos los líderes políticos, los principales representantes de los gremios económicos, y dada la coyuntura actual, la participación de algunos voceros de las universidades públicas.  A propósito, si el Gobierno de Duque no atiende el llamado de los estudiantes pertenecientes a las  universidades públicas, el panorama del país será de pronóstico reservado.  Nadie niega que la protesta de los estudiantes sea justa y sensata, pero por otro lado los oportunistas, los vándalos, los anarquistas y los saboteadores del lado que vengan pueden desatar un caos de consecuencias impredecibles: en un escenario así todos saldríamos perdiendo.

En este sentido, la sensatez, la moderación y el pacifismo, aun en medio de las protestas justificadas, deberían imperar en todos los involucrados en este toma y dame.  A propósito, y en aras del bien común, de la estabilidad política, y por ende de evitar males mayores,  lo más coherente sería que los gremios económicos y el mismo Estado cedieran un poco. En la otra esquina, los opositores del Gobierno deberían revestirse de sensatez y moderación, dejando de lado el oportunismo y  el  hambre de poder. Quizás así se podrían calmar los ánimos que andan exacerbados.  Sobra decir que el cambio que precisamos debe ser profundo y sensato,  ajustado al momento confuso que estamos viviendo, y en medio de unas  circunstancias que a veces rayan con las revueltas que preceden a las guerras civiles.  Es preferible apagar una chispa a tiempo que apagar después un incendio, cuyo nivel de destrucción es impredecible.

No está de más agregar que los extremos no son una buena alternativa.  Por el contrario, empeoran las cosas.  Ni la izquierda radical, ni la derecha radical a estas alturas de nuestra efervescencia son alternativas  racionales para nuestra enferma realidad: los incontables conflictos del pasado reciente y lejano así lo demuestran.  En cambio, si miramos por el retrovisor de nuestra sangrienta historia, podríamos aprender de una experiencia interesante: el Frente Nacional nos dejó un legado que se debería repensar, pues el camino no es el odio, ni la venganza, ni los intereses mezquinos, ni los mutuos agravios y señalamientos. Sin embargo, aún no se vislumbra un líder político que tenga un amplio apoyo popular desde la moderación, y que de paso, cuente con la suficiente autoridad moral para orientar a todas las vertientes ideológicas hacia la anhelada unidad  en medio de la diferencia.

Por último,  en un mundo interconectado, donde ya poco o nada permanece oculto, y  donde casi todo se sabe, conforme a los  registros de todo cuanto se dice y se hace (incluso lo más privado), el pueblo ya no ignora lo que sucede tras bastidores; es decir, despertó de su ingenuidad, y no se dejará meter de nuevo el dedo a la boca.  En otras palabras, ya es consciente de que no debe tragar entero ninguna información o discurso alegre y deleznable.   Pero como dice un adagio chino: toda crisis es sinónimo de oportunidad.  Por eso, los líderes políticos y los distintos representantes de los gremios deben sopesar todas las alternativas racionales, justas y ecuánimes en aras de evitar la desestabilización de la instituciones… tal vez de esta manera le hagamos una finta  al abismo que se cierne sobre Colombia: estamos a tiempo.

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