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Con cabeza fría (IV)

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¿Quién no quiere una paz estable y duradera? ¿Acaso alguien puede desconocer los beneficios de todo orden que implica la eventual pacificación del país? Nadie que tenga tres dedos de frente puede soslayar la trascendencia que conlleva para cualquier nación el tránsito de la guerra a la paz. Me atrevo a asegurar que no hay un solo colombiano que no tenga, como máximo anhelo, dejarle un mundo mejor a los suyos.

No es menos cierto que de una paz mal negociada puede originarse un conflicto aún mayor. El problema estriba en que el proceso de negociación con las Farc es tan solo una parte del problema: mientras la exclusión, la corrupción y la desigualdad imperen, habrá más de uno dispuesto a armarse. En consecuencia, el asunto es más complejo de lo que muchos creen.

Colombia, históricamente, ha subsistido de las ilusiones, para luego estrellarse con la demoledora realidad de los hechos. Vivimos de la novelería y de los embelecos, y, por ello, prescindimos de la razón cada tanto, quizás como mecanismo de defensa: no es fácil padecer tantos males a la vez. Es ese deseo de abstraernos de la penosa realidad que nos agobia el que nos lleva a pintar “pajaritos preñados” por doquier. El 95% de la población no ha leído el acuerdo (prefiere dejarse influenciar por avisos publicitarios edulcorados y romanticones). ¡Calculen la irresponsabilidad que hay de por medio!

El proceso de paz con las Farc no es la panacea; no cambiará el país al punto de convertirlo en un paraíso terrenal. Es un paso necesario, eso sí, pero ese escalón no puede ser en detrimento de la arquitectura institucional. La paz requiere de un balance especial, que, con el acuerdo suscrito, claramente no existe. He señalado con lujo de detalles, en mis anteriores artículos, cuáles son mis reparos.

Ya lo dije antes también: es intrascendente que los guerrilleros no vayan presos, que hagan política, que tengan emisoras, que les paguen una mensualidad, que los veamos tomando trago en la Zona T, porque dichas posibilidades no tienen la entidad suficiente como para que los rebeldes se hagan al poder. Lo grave, delicado, impresentable y peligroso es que tengan a su disposición un Tribunal Especial de Justicia, a través del cual van a corretear a quienes consideren sus enemigos históricos y de ocasión. Muchos dirán que las Farc tienen buenas intenciones; yo prefiero dudar.

Desde Mao, pasando por Stalin, hasta la Cuba de los sátrapas Castro, y la Revolución Bolivariana del inefable Chávez, la izquierda radical inveteradamente ha cooptado el aparato judicial, para procesar a sus contradictores, sin fórmula de juicio, violando las mínimas garantías legales. Con el manejo de una instancia jurisdiccional tan poderosa, las Farc estarán a un paso de llegar al poder, que al final es lo que siempre han querido y soñado. Como lo dijo Iván Márquez: “A pesar de la desmovilización, no renunciaremos a la lucha por alcanzar el poder”.

Votaré No al plebiscito, porque en los acuerdos pesaron más las concesiones que las exigencias; la insensatez más que la razón; los intereses personales más que el interés general y el bien común; en últimas, porque hay cosas que no se pueden tocar ni negociar. ¡No será con mi aval como las Farc ganen en las urnas la guerra que perdieron en el campo de batalla!

Por Abelardo De La Espriella

abdelaespriella@lawyersenterprise.com 

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Abelardo De La Espriella
Abelardo De La Espriella

Abogado y Columnista


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