‘Misión cumplida’

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Por: mario arias gómez.

E

stropeó el final de la semana pascual, la no tan intempestiva y triste noticia del viaje sin retorno que, a los 88 años, emprendió el excepcional tribuno, CÉSAR MONTOYA. Ocaso que deja un rastro de dolor y tristeza, como un raudal de delicadas y selectas metáforas, estampadas para la posteridad.

Luctuoso ceremonial que, impensados imponderables, me imposibilitaron acompañar, resignándome, contrito, a sobrellevarlo espiritualmente en silencio.

Rito que literalmente me paralizó, pasmó, dejó sin aliento, y que compruebo hoy, al ponerme hoy hoy al ponerme frente la hoja en blanco, virgen aún, al no saber por dónde empezar a hilar, este sentido, lastimero y deshilvanado adiós, que confuso intento pergeñar, brotado de lo más íntimo y profundo del sentimiento.

Hasta luego broquelado por un sincero: “Descansa dilecto César, que la brega terminó, La muerte se llevó tu cuerpo, pero el espíritu se quedó entre sus incondicionales amigos, admiradores, adversarios”.

Luego de dos interminables lustros, dos días antes de la infausta nueva, me reencontré con el cuasi-hermano común, Omar Yepes. Constreñido por los recuerdos, premonitoriamente indagué por el portentoso ‘Negro’, (afectísimo seudónimo); lo que motivó la postrimera llamada del afín y asiduo contertulio, que lo inquirió sobre la inquietante y persistente neumonía que lo asediaba. Concluido el timbrazo, el cariacontecido compañero comentó: Mario, su cansino y fatigado hablar, nada bueno presagia, sin sospechar -nunca- que la inoportuna y traidora ‘pelona’, se colaba -inminente- en su buhardilla, lo que difirió -sin pensarlo-  para el ‘más allá’ -cada vez más cercano- la cita convenida.

Consoladora y última comunicación, convertida -sin imaginar-, en insospechada e imborrable despedida, al inefable, exultante, iluminado, singular y superlativo camarada generacional. Diría Emilio Yepes: ¡Quién iba a pensar…!, que en la flor de la vida-madura, otro fascinante sol, huracanada garganta, se apagaría adelante nuestro.

César: Aquilatado intelectual, de vasta cultura, profunda formación humanística; insomne e incansable lector; penalista  de campanillas, orador sin par; intrépido hipnotizador de multitudes, apasionado -en el sentido estricto del término-, con sensibilidad extrema, a flor de piel, hacia el amor; amistad; política; las eternas hetairas pueblerinas. Cultivado maestro de la mitología clásica, (difícil encontrar un parigual que conociera más de las peripecias de los dioses y los héroes de la antigüedad). Diligente admirador, investigador, seguidor, de su alma gemela, Napoleón.

Exquisito, lúcido y cimero escritor, con un acervo de memorables páginas, únicas, insondables, bruñidas con la finura de relojero suizo. Disquisiciones sobre lo divino y humano, sobre los enigmas de la muerte, secretos del amor, desafecto, encono, indiferencia, malquerencia, ojeriza. Jeroglíficos que, en su dubitativa y menguada segunda etapa, nuestro ‘Diablo Cojuelo’, prosiguió desentrañando en la ¡Querendona, lujuriosa, trasnochadora y morena Pereira!, donde respiraba -todos los días-, aires de su cómplice, fastuosa, fúlgida, radiante y regia tierra de su infancia, recordaba su “tribu”, asistido por su paciente, valiente, bella y amada Heroína, que hizo honor -qué duda cabe- a su nombre.

Aventajado discípulo del glorioso Mariscal. Prójimo de fácil palabra, que dedicó su expansivo afecto -sin límites- personal y político, a su entrañable Ospina Pérez redivivo, Omar Yepes, quien, a pesar de su sangre fría, lloró inconsolable sobre los despojos de su inseparable, insuperable y brillantísimo amigo-hermano, su mimoso cirineo; elocuente, electrizante, voluntario y espontáneo  panegirista, defensor a ultranza de su legado e influencia de hombre de bien, de indestronable caudillo.

Desde esta modesta tribuna, que estimuló y cuestionó -a veces- visceralmente, se me hace nuevamente un nudo en la garganta, al referirme -finalmente- a su parábola vital, al inmenso vacío que deja el apologético, hiperactivo y retórico líder; al romántico aranzacita, poeta de la vida, devoto seductor, que por donde anduvo, prodigó a cántaros, perfumados y encendidos piropos -sin distingos- que sonrojaron quinceañeras en flor, como a muchas cortesanas. Emuló -si se me permite- al rey Salomón que, según la leyenda, tuvo -apenas-, setecientas mujeres y trescientas concubinas.

Jactancioso, pedante, soberbio y vanidoso timonel de su propio destino, que impertérrito navegó por entre los procelosos, alevosos, tempestuosos y revueltos mares de la política cuotidiana, que hace agua. Capitán de capitanes, a quien, emocionado, sin perder el juicio, despido sin ambages, reservas, rodeos, ni avaricia, con el triunfante: ¡Misión cumplida!

Espero que los doce Dioses del Olimpo que lo acompañaron en vida -Zeus, Hera, Hefesto, Atenea, Apolo, Artemisa, Ares, Afrodita, Hestia, Hermes, Deméter y Poseidón- lo hayan recibido, merecidamente, en su inmortal y glorioso Edén.

A Heroína (esposa) e hijos: Claudia, Mauricio, Juan Álvaro; hermanos: Celmira, Cielo(Graciela) Ubelmy, Guillermo, Gustavo, Berta (desaparecida), nietos, amigos, hinchas, van mis condolencias.

Bogotá, D. C., 08 de mayo de 2019

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