En Tuluá, en épocas de los Pájaros que sembraban el terror pero eran protegidos por la autoridad civil y la uniformada, los muertos nunca eran descritos como asesinados a bala. No, morían «de infarto» así tuvieran los orificios en la cabeza y cayeran en un mar de sangre.
Lo que está sucediendo estos días para descrédito absoluto de la Argentina y de su presidenta, es igual. Al fiscal Nisman lo suicidan en su apartamento custodiado por 10 escoltas después de haber denunciado a la presidenta Cristina por encubrir a los terroristas iraníes que volaron la sede los judíos en Buenos Aires, con tal de recibir petróleo a menos precio y a pocas horas de presentarse ante el Congreso a ratificar su denuncia.
El tsunami que esa muerte del Fiscal Nisman ha precipitado no tiene límites en la Argentina y puede terminar arrastrando a su gobierno. Cunde el desconcierto vergonzante entre sus ciudadanos y asoma la torpeza en las actuaciones del grupo que gobierna.
En Colombia no ha sucedido eso todavía, pero el unanimismo que está buscando el gobierno Santos para que todos los columnistas y los medios coincidan en alabar su gestión y no hablar de lo maluco, hace pensar que podemos llegar a iguales extremos.
Yo que aparezco como víctima de la mordaza para complacer al gobernante, temo por el futuro de este país en donde todos terminen creyendo que la gestión presidencial es solamente admirable.
Debemos llegar a la paz pero no tapándonos la boca. Debemos impedir que a las Bacrim las sigan patrocinado porque son capaces de tirarse en la paz. Mandarnos callar es suicidar la democracia.