Nuestro corazón en Navidad

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La oscuridad no me dejaba ver con claridad lo que más allá de la ventana de mi carro se veía a medias.

Al lado de un semáforo y sentada sobre una mezcla de gramilla y arena, en la NQS con el deprimido en construcción de la 94, estaba una señora de raza negra con sus tres hijos. Uno recién nacido y los otros dos de, entre 4 y 5 años.

A punto de abrir mi ventana para darle la «Navidad» a esa humilde familia, en instantes se me cruzaron varias ideas. Esa señora bien puede trabajar como empleada doméstica y ganarse el sustento de sus hijos; a lo mejor su esposo la dejó abandonada en medio de esta selva citadina; es una víctima del desplazamiento forzado; – ¡bueno!, a mí no me interesa eso, solamente darle la «Navidad» en esa fría y oscura noche antecedente a la verdadera fiesta cuasi universal. Pensé en un relámpago de crudeza.

Como a todos se nos ablanda el corazón en estos días, al son de villancicos, natilla y buñuelos, y en la mayoría de los casos como un acto generoso esquilado de la prima, de un negocio que culminó bien o de unas utilidades societarias, vemos en cada escena similar una oportunidad para ganarnos unos puntos hacia las puertas vigiladas por San Pedro.

Más allá de querer convertirnos en los propiciadores de una cena excepcional en la vida de quienes viven en esas paupérrimas condiciones, debemos pensar en que cada día tiene su noche de Navidad.

Quienes pueden ofrecer un empleo, vincular en las entidades públicas o empresas privadas un ser excluido por uno u otro motivo, enseñar las artes, oficios o profesiones para que con caña en mano, corran a la pesca, hacen más con eso, que con sentir una extraña y fulgurante acción bondadosa sin precedente o como producto de la escarcha navideña.

La película de la pobreza, aquella triste compañera de muchos colombianos, y de la que en ocasiones se sale triunfante, está compuesta de varios actos.

En ese segundo, mientras pensé si darle o no un billete a esa mujer y sus hijos  apaciguaría esa tragedia, llegó a ella un hombre alto, también de color negro, al parecer su esposo; sacó de una bolsa un pan y lo dividió entre aquellos muchachos. Abrió otra de leche entera y con el pico le dio de beber al recién nacido en una de esas noches… de Navidad.

Por cosas de la vida, como si esa esquina ya hiciera parte de mi vida, la noche siguiente, cuando el semáforo en rojo me hizo frenar en ese mismo punto, se repitió la escena.

Por Germán Calderón España

Abogado Constitucionalista
Elconstitucionalista.org

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