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Castro I: la Historia lo disolverá

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Castro I se ha muerto otra vez. Aunque esta será la definitiva, puesto que su hermano Castro II lo ha anunciado con ese tono tan melodramático de telenovela trasnochada y esa voz gangosa de alcohólico empedernido. Se acabó la presencia opresiva, físicamente apabullante en la mentalidad de los cubanos, pero sólo nos daremos cuenta cuando haya pasado algún tiempo, años quizás.

Sí, porque el mundo se empeña hoy en revendernos una vez más aquel producto ya tan vencido. Podrido y maloliente. Ese producto de marketing inventado malévolamente por Castro I y comprado por el planeta entero: Él y su Revolución en un solo envase. Los compradores, por supuesto, confundieron a Castro con Cuba, y creyeron y creen todavía que la fiesta la inventó el tirano, y cuando hablan de Cuba sólo se refieren a la isla envuelta en esa especie de fiesta ridícula y bullanguera con la que los izquierdistas internacionales etiquetaron a mi país. No, Cuba no es Castro. Ni Castro entendió jamás lo que es Cuba. Ni los compradores del producto tampoco se podrán empatar con la verdadera cultura cubana, que sólo tiene de festivo aquella frase lúgubre y hermética de José Lezama Lima: «Nacer es aquí una fiesta innombrable».

Murió Castro I, y aquí en Francia, François Hollande intenta una suerte de maroma lamentable, y vuelve a citar el malvado embargo de Estados Unidos. No se entera de nada Hollande, pero ya es habitual en él que no se entere de nada. Ha muerto el tirano y el presidente encuentra la más patética de las bifurcaciones: el embargo. Por supuesto que no se ha referido al embargo que el castrismo le ha impuesto a los cubanos durante 57 años, pronto 58, campos de concentración incluidos, las UMAP; no, Hollande se refiere al embargo norteamericano que nunca impidió que Cuba fuera invadida por más de treinta años por los soviéticos y que comerciara, por otra parte, con el mundo occidental, con Francia también. Tampoco explica el origen de ese embargo, que nunca llegó a ser embargo, sino boicot comercial. Y así tendremos que quedarnos.

Pero Hollande no ha sido el único, ha seguido la comparsa de elogiosos, sobre todo de políticos, y la inercia ignorante de la mayoría de los periodistas de los miedos de comunicación que cuentan la historia de Cuba a conveniencia del tirano, a su imagen y semejanza, versión Comité Central.

Pensé que la muerte de Castro me iba a poner muy feliz, y que podría por fin aquí en Francia explayarme contando la verdad acerca de la dictadura castrista. Pues no. Sólo siento un gran asco. Un inmenso asco. Es todo. Por supuesto, archivo rostros y palabras, como las de Justin Trudeau en Canadá, y otros tantos, que algún día pagarán por sus ofensas al pueblo cubano.

Recuerdo ahora a mis padres, muertos en el exilio. Recuerdo a tantos hombres y mujeres ejecutados masivamente en los campos de fusilamiento, y evoco a los escritores, pintores, músicos, exiliados y muertos antes de poder vivir este gran instante de liberación personal que ninguno de estos lamebotas del Dictador Predilecto podrá entender.

Sí, muertes y más muertes. Doce niños masacrados en el año 1993, en el remolcador Trece de Marzo, líderes de la oposición asesinados, fusilamientos de los colaboradores más cercanos del dictador, entre los que se encuentran generales y antiguos esbirros.

Pero no. Así y todo lo llaman aquí el Gran Líder, Máximo Revolucionario, cuando lo único que ha sido es el peor de los gángsteres, el matón en jefe, el que ha vendido a Cuba primero a los soviéticos y ahora a los americanos. El indeseable que inoculó el veneno del comunismo en África, que usó armas químicas en aldeas africanas, el inventor de la guerra de guerrillas, el inspirador de las narcoguerrillas y de los terroristas de la ETA, el traficante de drogas que ha sabido escapar siempre, amparado por la complicidad internacional, de cualquier tribunal y enjuiciamiento, con sus mañas seductoras de revoltoso eterno. El que destruyó un gran país como Venezuela, le chupó el petróleo, le robó el oro, se apoderó de todas sus riquezas. Lo que hizo primero con Cuba, instaurando una de las peores dictaduras militares que han existido en el mundo.

Vuelvo a oír en la radio que si antes de 1959 Cuba era el burdel de los americanos, que si la burguesía huyó de la isla a la llegada del Gran Comandante de la Revolución. Cuántas necedades. Cuba es ahora el burdel del mundo, sobre todo de los europeos. Cuánto insulto a las mujeres cubanas, a las trabajadoras y a los trabajadores que contribuyeron a hacer de mi país uno de los más desarrollados países del continente en el año 1957. Cuánta mentira. La burguesía no escapó de Cuba. Los burgueses racistas y clasistas fueron los que pusieron en el poder a Fidel Castro, blanco y burgués, hijo de gallego terrateniente. Su amante burguesa, Natalia Revuelta, reunió dinero y joyas entre sus amigas para esa revolución de churrupieros inmorales. Su esposa burguesa, Mirtha Díaz-Balart, le consiguió con su cuñado, ministro de Fulgencio Batista, una típica botella, un salario fijo mensual sin hacer nada, o sí, para que hiciera de las suyas, para que pusiera bombas y se convirtiera en el terrorista que fue, que no se detuvo a la hora de asaltar un hospital de un cuartel militar y de hacer estallar bombas en los cines y en los comercios habaneros.

Sí, estamos hablando del padre de Osama ben Laden. Del mismo que cuando fue juzgado y condenado solamente a un año de prisión tras el asalto al hospital militar se le permitió defenderse como abogado, y pronunció aquella célebre frase copiada a Adolf Hitler: «La Historia me absolverá». No, la Historia no lo absolverá. La Historia lo disolverá. Basta ya de creerse Carlos Manuel de Céspedes, y de apropiarse de los versos de José Martí.

Mientras tanto, en Cuba, el pueblo finge como que llora mientras festeja por dentro, y en Miami los exiliados de diversas generaciones, sobre todo jóvenes, festejan mientras lloran por dentro. En Francia, en París, los cubanos tenemos que soportar las mentiras repugnantes de los admiradores del Sanguinario de Las Antillas. Pero yo me niego, me sigo negando. Colgué mi bandera cubana en el balcón, y junto a mi hija he gritado a todo pulmón: «¡Viva Cuba Libre!».

Por el único que he sentido pena es por el Diablo, se quedará sin empleo en el Infierno.

Por 

Publicado por Libertad Digital

 

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