El reclutamiento es en las aulas: “el monte” se volvió obsoleto

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Por Julián Felipe Reina Parrado.

Según algunos profesores de la universidad, en Colombia todo lo que suene a derecha representa una facción retardataria, carente de intelecto, cavernícola, retrógrada y belicista. Según algunos estudiantes, somos “paracos”, machistas, opresores, dictatoriales y hasta “maricón”, sí, “maricón”, o por lo menos así me calificó un compañero un día por rebatir las barrabasadas que emanaban de su boca.

¿Cómo pretendemos que la universidad, como centro de cultivo intelectual y crecimiento social, sea un espacio seguro, cuando los mismos docentes incitan al odio?

Ahora no es que alguno de esos señores que se hacen llamar educadores, pegue el grito en el cielo porque le están diciendo la verdad en la cara; es que siendo honestos, ¡esa gente NO sirve! ¡Esa gente vive con agrieras de tanto odio y rencor que carga en su organismo! ¡Esa gente no se come un helado en paz, paz, PAZ..!

Según estas extrañas personas, difamar a sus contradictores, rotular con palabras denigrantes, especular acerca de la calidad intelectual de sus oponentes, asociarlos con los males más grandes que ha tenido la humanidad, no es incitar al odio, ni más faltaba. No. Para ellos, eso es “decir la verdad” porque ellos resultan de la consumación más pura de los dioses del Olimpo y en ellos jamás pecado habrá, en ellos recae la sapiencia como virtud propia de su ser. Sumos rectores e inquisidores de la verdad absoluta, nunca van a verse incongruentes, pues para sí mismos asumir que tienen un derecho casi divino, es una realidad; poder ser jueces de todo cuanto suceda en la sociedad es algo natural, propio de su iluminación. ¡Háganme el sacramentado favor!

Lo chistoso del asunto es que tan renombrados docentes son briosos para calumniar, deshonrar e injuriar, pero malísimos para debatir, pero en fin de cuentas tampoco es que lo necesiten mucho porque son ellos quienes le ponen al alumno la nota, ¿no? ¿Cómo les discute uno a esos iluminados? Según estas superiores razas de seres humanos, que se multiplican como conejos, solamente dan su opinión desde la “intelectualidad” y rebuscan entre su cajón de citas de setecientos cincuenta y ocho mil ochocientos treinta y tres autores, la que mejor se les acomode para poder insultar, mancillar y calificar de criminales (y perdón hago un paréntesis, pero es que para esa gente, si uno no basa cualquier cosa que diga, en las palabras de algún famoso comunista, socialista o anarquista, entonces eso no sirve, es descartado inmediatamente y se aseguran de hacerle saber a uno que no sirve ni pa’ coño).

Desde su pulpitum, en su posición de poder, frente a la cámara y los micrófonos se aseguran con una vehemencia incansable, de que todos los estudiantes asientan con la cabeza cuanta brutalidad les digan, y que se convenzan de ello porque en fin de cuentas “no tenemos que decir cuántos doctorados, especializaciones y pregrados tenemos para reafirmar nuestra autoridad”, como dijeron en alguna oportunidad unos adoctrinadores de esos que se arrejuntan en un solo curso para mostrarse como panacea de todo mal.
Así, pasito a pasito, día tras día, los brillantes consagrados a la educación que tanto se ufanan de sus conocimientos, se dan a la tarea de reproducir, cual imprenta, los mismos mensajes, calando en la mente de sus alumnos necesitados de iluminación, muy por debajo de ellos obviamente, muy inferiores.

Esta lectura es la que se puede hacer a simple vista asistiendo a un par de clases en la mayoría de las instituciones públicas del país, y hasta en algunas privadas.

El reclutamiento ya no lo hacen en las calles. Ese cuento de “Mijo, no salga porque la guerrilla pasa y se lo lleva”, ya no aplica, ahora la guerrilla se encarga de robarles el pensamiento, el criterio, la vida y hasta el alma en un salón de clases.

¿Qué no son guerrilleros? ¡Por favor!, si los mismos estudiantes de la Universidad Nacional dicen a luz del día “¿Uy, ¿sí vio al profe todo parado allá tirando las molochas?” (bombas molotov, en lenguaje mamerto). ¿Qué clase de persona, sino un guerrillero, se para en contra del Estado representado en su fuerza pública y le tira una bomba incendiaria, dispuesto a matar?

¡Guerrilleros! ¡Todos esos condenados adoctrinadores son guerrilleros! Y no pienso retractarme.

Aunado a lo anterior, no sobra mencionar la cantidad de reportes hechos por la Inteligencia, de la cantidad de profesores asociados a las universidades que están directamente vinculados con la Farc, el Eln, los grupos armados residuales y sus células urbanas. A mí no me vengan con cuentos insulsos: están los guerrilleros que adoctrinan, y los que van a ponerse como carne de cañón, y de esos abundan en las instituciones educativas.

Por eso los invito hoy más que nunca a apoyar el referendo que propone los bonos para subsidiar la matrícula de los estudiantes, para que los padres puedan escoger dónde quieren inscribir a sus hijos y no les toque, como a muchos, estar supeditados a las condiciones económicas para entrar a una institución educativa y tener que aceptar a tablazos todas las falacias que tratan de imponer esos aleccionadores dogmáticos.

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