Entre la envidia y la hipocresía

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Abelardo De La Espriella

Sobre la envidia, el “deporte nacional” por antonomasia, ya se ha dicho casi todo. Hay consenso en que se trata del sentimiento más popular en estas tierras. Como acertadamente lo inmortalizó en su momento el “filósofo” Cochise Rodríguez: en Colombia se muere más la gente de envidia que de cáncer. Esta enfermedad del alma en “el país del Sagrado Corazón”, encuentra una de sus muchas expresiones en la cultura de la queja y el reclamo. Quien padece esta horrenda desviación no persigue la superación personal por mano propia, sino todo lo contrario: por medio del fracaso del otro, o a través de lo que un tercero pueda dar o regalar, la dádiva, la limosna que llaman. La envidia no conoce de clases sociales: la puede padecer tanto un rico como un pobre; por tanto, no está estratificada. De cualquier manera, aquellos que tienen en el espíritu clavada esa espada envenenada, serán infelices irredimiblemente, por una parte, porque quieren todo regalado, y, por la otra, porque se saben incapaces de lograr, por sus propios medios, lo que otros han alcanzado seguramente con sobrados méritos.

En Colombia, desde que un niño está muy pequeño, le enseñan a ser hipócrita ocultando lo que piensa, porque aquí duele más la verdad que la mentira, y, por eso, todo el mundo trata de parecer lo que no es, mientras que, por la espalda, se muestran en su perfecta dimensión, escupiendo infamias e improperios contra el prójimo, ataques que de seguro en público no serían capaces de proferir y sostener. La mentira es una forma de vida para muchos, y nada bueno puede cosecharse de la falsedad. Eso de lo políticamente correcto es una “cachacada” que nos ha llevado al abismo impresentable en el que incluso nuestros más encumbrados dirigentes maquillan lo que sienten para no desentonar. El mejor ejemplo de lo anterior es el caso del médico patriota, que les dio muerte a tres antisociales que en buena hora salieron de circulación. Cientos de políticos, periodistas, opinadores, dirigentes y gente del común desdeñaron de la actuación de un hombre que lo único que hizo fue ejercer cabalmente su derecho a la Legítima Defensa.

Los mismos hipócritas que en emisoras, redes sociales y reuniones criticaron al galeno heroico, en la intimidad muy seguramente se regocijaron con la muerte de tres bandidos con más prontuarios que esperanzas en su haber. Métanse esto en la testa: sí hay muertes buenas y necesarias, o que alguien se atreva a refutar que este mundo está mejor sin Hitler, Bin Laden, Pablo Escobar, Raúl Reyes, Carlos Castaño y Popeye, por solo dar unos nombres. Farsantes es lo que son por no llamar las cosas por su nombre, por no ser coherentes y consecuentes. Los seres humanos tenemos la obligación moral de honrar y defender aquellos principios e ideales que inspiran nuestra existencia, y ello no se logra autoengañándonos cada vez que podemos.

¡Cuánto daño le hace a la democracia la falsa diplomacia, que esconde tantas mentiras! Los políticos colombianos son muy dados a ese ejercicio maniqueo. Por eso casi siempre venden ilusiones imposibles de cumplir. La coherencia y la consecuencia son a nuestros ilustres dirigentes lo que la santidad a un burdel. De ahí que los que actúan con rectitud y honradez ideológica son perseguidos, mientras que los que mimetizan sus oscuros intereses en fábulas absurdas engañan fácilmente a un pueblo que no está acostumbrado a la verdad. No me cansaré de repetirlo: la verdadera honestidad consiste en decir lo que uno piensa.

Si queremos desarrollo y progreso, esa senda debe estar antecedida por la verdad. Solo quitándonos la máscara de la envidia y de la hipocresía podremos vernos a los ojos para construir un futuro mejor.

La ñapa I: El senador Barreras, que lleva años y años hablando de paz, de justicia, del horror de la corrupción, como que andaba en el baile de los hipócritas: esta semana algunos medios de comunicación dieron a conocer que está enredado en un escándalo apocalíptico por “presunta corrupción con los dineros de la paz”. Según esos medios, ya la Fiscalía ordenó la correspondiente compulsa de copias.

La ñapa II: Aunque los amigos de lo políticamente correcto, consideran el que el presidente Trump se haya negado a darle la mano a la representante demócrata Nancy Pelosi es un acto vulgar, carente de la menor cortesía, lo cierto es que no es sino la respuesta lógica y frentera al odio explícito y a los insultos y calumnias que la líder de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos ha venido difundiendo contra el mandatario estadounidense, desde que este tomó posesión del cargo, hace ya casi 4 años. Eso sí que es actuar sin dobleces. Cinco estrellas para Trump.

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Abelardo De La Espriella
Abelardo De La Espriella

Abogado y Columnista


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