Homenaje a Manuel Zapata Olivella, prócer de las negritudes colombianas

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Eduardo Padilla
Eduardo Padilla

La última vez que vi a Manuel Zapata Olivella, fue en la antigua heladería “Chapundún”, en la cabecera norte del puente metálico de Lorica (Córdoba), donde desemboca el caño de Aguas Prietas en el río Sinú. Allí estábamos reunidos mi compadre Guillermo Villalobos, Manuel y yo.

En esa ocasión Zapata Olivella nos contó acerca de su nuevo proyecto literario: “Los siete secretos el diablo”. Con su formidable fluidez verbal nos explicó todo lo relacionado a su nueva obra. Pero desafortunadamente él falleció y nunca pudimos disfrutar de su último trabajo intelectual. También nos relató algo de sus peripecias políticas de cuando él fue concejal, simultáneamente, en los municipios de Lorica y San Bernardo del Viento, pues así lo permitía la Constitución de 1886. En esa época, durante su campaña política, él estaba en el corregimiento de Campo Alegre, al Occidente de la cabecera municipal. Uno de los asistentes a la reunión le preguntó:

-Doctor Manuel, ¿usted por qué nos habla de la identidad de las negritudes, si en nuestro corregimiento todos somos blancos?

Manuel respondió:

-Si eres pobre, puedes estar seguro que los ricos te tratan como negro.

Cuando finalizó la reunión y se marcho rumbo a otro corregimiento del sector denominado la montaña, su campero chocó contra un cerro y se volcó aparatosamente, pero él y sus compañeros salieron ilesos. Unas personas que iban en la vía, los ayudaron a salir del vehículo, y Manuel dijo: “Mi destino es morir de viejo”, y se cumplió el augurio tal como él lo declaró.

Manuel Zapata Olivella fue un escritor colombiano, el primer autor que exaltó en sus obras la identidad negra de su país. Su madre fue una mestiza hija de una india y de un catalán y su padre un liberal convencido y muy culto. Nació en Lorica, Córdoba, el 17 marzo de 1920, y murió en Bogotá el 19 noviembre de 2004. Fue médico, antropólogo, folclorista y escritor. En los años sesenta y setenta dirigió la revista «Letras Nacionales».

Su infancia transcurrió en Lorica, rodeado de músicos, educadores y artistas, lo que muy tempranamente lo llevó a interesarse por la diversidad cultural y étnica de su familia y de la gente de la región.

En palabras de Manuel: «En mi familia todos los abuelos habían nacido engendrados en el vientre de mujer india o negra. Mis padres, mis hermanos, mis primos llevamos el pelambre indígena, los ojos azules de los europeos o el cuerpo chamuscado con el sol africano”. Sus padres, Edelmira Olivella y Antonio María Zapata Vásquez, fundaron en Lorica el colegio La Fraternidad, pero el gobierno conservador de la época lo clausuró por difundir ideas “librepensadoras”.

Pero los Zapata Olivella no se rindieron, y se trasladaron a Cartagena, donde refundaron la institución educativa con el mismo nombre. Cuando su familia se trasladó a Cartagena siendo él todavía muy niño, entró de lleno en contacto con la cultura negra. Desde muy joven comenzó a escribir en el periódico El Fígaro, y en las revistas Estampa de Bogotá, Cromos, “Sábado” y Suplemento Literario de El Tiempo.

En la Universidad Nacional de Bogotá y luego en Estados Unidos estudió Medicina, profesión que practicó en el litoral pacífico y en el departamento del Cesar. También en Estados Unidos realizó investigaciones de etnomusicología y dio conferencias en varias universidades de su país y de Canadá. Con su hermana Delia, también destacada folclorista y bailarina, fundó un conjunto de danzas folclóricas con el cual hizo giras por Colombia y el exterior. Fue cónsul de Colombia en Trinidad y Tobago. A lo largo de sus viajes por Centroamérica, México y Estados Unidos, observaba e investigaba sobre la cultura negra y el trato que los negros recibían en el país del norte. En 2002 recibió el premio a la Vida y Obra del Ministerio de Cultura de su Colombia.

Sus obras tratan fundamentalmente los temas de la opresión y la violencia. En su larga trayectoria como narrador se pueden distinguir dos tendencias: Una de carácter realista y de denuncia social, y otra de carácter mitológico, en la que predomina la visión mágica del negro. Donde mejor se revela su creatividad literaria es en las novelas Tierra mojada (1947) y Calle 10 (1960), de carácter positivista y objetivo. La problemática mitificada de los negros de América es abordada en Chambacú, corral de negros (1963, obra laureada por la Casa de las Américas), En Chimá nace un santo (1963, llevada al cine con el título Santo en rebelión) y Changó, el gran putas (1983).

Además de las ya mencionadas, escribió las novelas Pasión vagabunda (1948), Detrás del rostro (Premio Esso, 1962) y El fusilamiento del diablo, basada en los hechos históricos del fusilamiento de Saturio Valencia Carabalí, en Quibdó. De su pluma proceden también los dramas Los pasos del indio (1960), Caronte liberado (1961), Hotel de vagabundos (1954), El retorno de Caín (1962), Tres veces la libertad y Malonga el liberto. Entre sus libros de cuentos cabe recordar China 6 a.m. (1954), Cuentos de muerte y libertad (1961), El cirujano de la selva (1962) y ¿Quién dio el fusil a Oswald? (1967).

En 1965, con el apoyo de la española Rosa Bosch, Manuel fundó la revista de literatura Letras Nacionales, en donde contó con la colaboración ocasional de escritores como Óscar Collazos, Germán Espinosa, Policarpo Varón, Roberto Burgos Cantor, Ricardo Cano Gaviria, Luis Fayad, Umberto Valverde, Darío Ruiz Gómez, Fanny Buitrago y Alberto Duque López. La revista tuvo una duración de 20 años, con 46 números publicados y constantes interrupciones debidas a las dificultades de financiación.2 En sus memorias, Gabriel García Márquez lo recuerda así: «Manuel actuaba de médico de caridad, era novelista, activista político y promotor de música caribe, pero su vocación más dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo».

En la década de 1970, Manuel continuó impulsando la creación de comunidades de investigación y organizando espacios de encuentro y discusión sobre la cultura afrocolombiana y los movimientos de negritudes en África, América Latina y Estados Unidos: en 1973, creó la Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas, bajo la idea de orientar «primordialmente a la investigación de una vasta área de la cultura colombiana, por lo general fuera del interés de las entidades académicas del país: la creatividad de las capas analfabetas y semianalfabetas que constituyen más del 80% de nuestra población»; en 1975, cofundó el «Centro de Estudios afrocolombianos: movimiento joven internacional José Prudencio Padilla, Cultura Negra e India en Colombia»; en 1975, organizó la primera semana de cultura negra en la Biblioteca Nacional de Colombia; en agosto de 1977, organizó en Cali el I Congreso de la Cultura Negra de las Américas.

El segundo Congreso de la Cultura Negra de las Américas tuvo lugar en Panamá, el 17 de marzo de 1980, y el tercero, en San Pablo, Brasil, en agosto de 1982. Entre sus acercamientos a la política, por esos años Manuel fue elegido concejal de Lorica, Córdoba, en 1974, fruto de lo cual recibió el apodo de «Gallo tapa’o». Durante los años 80, en el mismo pueblo impulsó la organización de la emisora Radio Foro Popular, con el propósito de visibilizar las causas de los habitantes de la región. El archivo de todos estos años de trabajo se encuentra, actualmente, en la Universidad de Vanderbilt, en donde los investigadores pueden tener acceso a documentos sobre la tradición oral colombiana, la danza y la música, la farmacopea, la gastronomía y otras manifestaciones culturales colombianas.

Un escritor de tanta trayectoria cultural, intelectual, científica, poética, literaria, como Manuel Zapata Olivella, nunca fue objeto de un homenaje en su tierra natal, Lorica. Hace varios meses, la administración del alcalde Jorge Negrete López, estaba realizando los preparativos para rendirle ese merecido homenaje por todo su legado, que es concomitante con su labor a favor de las organizaciones afrocolombianas, pero el evento fue aplazado, como es obvio, por la emergencia de salud que atraviesa actualmente el mundo.

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Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


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