La Radio sigue siendo mi hogar

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Por Fernando José Calderón E.
(En la clandestinidad de un escritorio de un periodista de CMI)

Llegué a la radio, huyendo de la timidez. La timidez, es el pánico que se siente antes del miedo. O al revés, es el miedo que se siente antes del pánico. Una temprana tartamudez, me invadió en la adolescencia, justo cuando no se puede tartamudear. Tartamudear, es dudar. Es una duda que frena el cuerpo de los pies a la cabeza. Nunca dejé de tartamudear. Cuando entré a una cabina de radio, empujado por un pastuso a quien los garzoneños creíamos inmigrante, vencí momentáneamente la timidez. Y siempre fue así.

Cada vez que abría la puerta pesada de la cabina de radio, una sensación de felicidad invadía mi espíritu y el espíritu, hacía que mi cuerpo dejara de temblar y mi voz dejará de pensar largo para hablar corto. Al salir de la cabina volvía ese freno invisible que produce sonrisas visibles. En la cabina, era clandestino. Pero, podía imaginar a quienes frente al radio se imaginaban cómo era yo. La radio, crea el vicio de imaginar, en las dos direcciones. Llegué, también, porque quería develar el misterio.

La radio, es misterio, es enigma. Los oyentes (deberían ser tele-oyentes, como los televidentes), se imaginan al hombre o a la mujer que están metidos en el radio, por cierto, con mucha generosidad. Las voces, que son un invento de la estética, les hacen creer que con ellas hay un hombre alto y de ojos azules o una mujer como las de las portadas de las revistas de las mujeres para los hombres. Por eso, alguien dijo que la radio era el escenario de la mente. Entre la voz que sale del radio y el oyente, existe una conexión cuyos enchufes solo están en la imaginación. Como locutor de emisoras musicales, sentí esa conexión.

Cuando se trabaja dando la hora y anunciando canciones, la soledad tiene cientos, miles de compañeros. Y en la penumbra, esa compañía (los amigos invisibles de Rincón), es una cómplice que, en muchas ocasiones, vale la pena conocer. Muchos locutores, viven hoy con esa cómplice.

La radio, es la vida. Pero, no solo porque la descubrimos para “levantarnos la vida”, sino también porque con ella, todos los días, un mundo de oyentes se levanta para vivirla. “Para vivir la vida”, lo dije una vez en Radionet. La radio me ayudó a disminuir la timidez, mi clandestinidad fue pública y aún me dan ganas de imaginarme cosas como estas que acabo de imaginar. Gracias a la vida que me dio la radio.

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