Los “Turcos”

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Aclaro que a todos los “turcos” no se les puede meter en el mismo costal. Hay algunos buenos. Por ejemplo, mi pariente Salomón Janna, es un muchacho honesto, trabajador, inteligente. Y mi amigo Yamil Jattin, es un abogado ínclito y ecuánime.

Por: Guillermo Villalobos Ramos*,  Investigador de Teología Paulina, CEG.

Los libaneses que llegaron al país, se establecieron en el norte, en la Región Caribe, por razones como el clima, (más parecido al del Levante Mediterráneo). Y debido a que por el norte ingresaban al país, por el muelle de Puerto Colombia, sus descendientes se pueden encontrar comúnmente en ciudades de la costa como Barranquilla, Santa Marta, Ciénaga, Montería, Lorica, Riohacha, Magangué y Maicao, teniendo esta última la mayor concentración de musulmanes del país, los cuales llegaron en su mayoría en la tercera diáspora árabe al país, alrededor de los años 60 y 70.

La mayoría de los inmigrantes eran cristianos u ortodoxos que vivían en territorios ocupados por el Imperio otomano; de Líbano, Siria y Palestina, principalmente, y debido a eso entraban con documentos de ese país, por lo tanto fueron llamados erróneamente «turcos».

Los primeros sirio—libaneses que llegaron a Colombia estaban alejados de los conflictos políticos, pero en la actualidad las cosas cambiaron radicalmente.

A nadie le importaba su nombre. En el pueblo todo el mundo le decía el “Turco”. Su negocio de tienda iba marchando con una acelerada prosperidad. Este libanés, equivocada mente llamado “turco”, vendía todo lo que necesitaban los lugareños.

Cuando un rico nacido en el pueblo se dio cuenta que el negocio del “turco” era tan rentable como la ganadería y la agricultura de la región, de inmediato inauguró una tienda en su casa.

Pero esta competencia en lugar de bajarle la moral al libanés, su espíritu mercantilista lo inspiró para proyectarse hacia la alcaldía, y se convirtió en proveedor del municipio.

Ese sí que fue un negocio redondo, porque en aquel tiempo remoto la Constitución de 1886, redactada por el cartagenero Rafael Núñez, el único presidente costeño, no tenía las figuras jurídicas de los órganos de control fiscal. De tal manera que una escoba que valía $100 pesos, él se la vendía a la alcaldía por $1000 pesos.

El negocio del “turco” iba marchando viento en popa, cuando de súbito el pueblo fue invadido por una constelación de tiendas paisas. Pero, lejos de amilanarse, el libanés les pidió a sus hijos que se inscribieran en la registraduría como candidatos a Concejo, alcaldía, gobernación, Cámara y Senado. Su progenie así lo hizo; luego fueron elegidos y ocuparon sendos escaños ejecutivos y legislativos, pero como ellos no son estadistas, no son filósofos, no son juristas, no son constitucionalistas, sino que ellos están acostumbrados al comercio, de inmediato iniciaron la actividad mercantil en la política, que es lo único que ellos saben hacer.

Un mercader es una persona que trata o comercia con géneros vendibles, es decir, mercaderías o mercancías. Se le agregan diferentes calificativos en función de la mercancía con la que trabaja: mercader de hierro, mercader de telas, mercader de finanzas, y ahora, mercader de la política; porque sus hijos llegaron para manejar el poder político igual que la tienda que tenían antes de ser gobernantes.

Ahora de la misma manera, compran contratos baratos para venderlos más caros, con los cuales ellos sacan la mayor ventaja, compran votos, curules, conciencias, como lo hicieron las familias Besaile, Salleg, Jattin, Manzur, Turbay y demás políticos del país, que con su doctrina mercantilista convirtieron la política en una extensión de sus tiendas y sus fincas.

En el departamento de Córdoba, también ellos dominaron, a su antojo, mediante la “parapolítica”, en el gobierno, en el comercio, en el sector agropecuario, en los periódicos, en el sector salud y en la educación, entre otros.
En la Fiscalía de Justicia Transicional de Montería cursa una demanda interpuesta por víctimas del conflicto armado, ex trabajadores de la Universidad de Córdoba, en contra del Bloque Córdoba de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC.

Eduardo Padilla, una de sus víctimas

Otra de las víctimas, de las fechorías de los mercaderes de la política, es el abogado Eduardo Padilla Hernández, un profesional capacitado, con destacados méritos académicos, profesor universitario, pero que nunca estuvo de acuerdo con las actividades corruptas de ellos. Y como no pudieron convertirlo ni convencerlo por ningún medio, para que participara del mercantilismo doloso, pues él es un hombre pujante, empresario, que luchaba a favor los niños discapacitados en el departamento de Córdoba, de manera consciente, consecuente; y además, Padilla es una persona que siempre mantuvo en alto su espíritu altruista; pues por el hecho de ser masón, declara que nunca permitirá que alguien someta su dignidad.

Por tanto, cuando los corruptos le exigieron que les diera el 35% de los recursos destinados para las terapias de los niños discapacitados, entonces él los enfrentó, negándose a pagarles la “vacuna”, a los corruptos, y prefirió mantener intacto el fruto de su proyecto social, con el cual ya había comprado unos lotes para construir unas clínicas propias destinadas para todo el proceso de rehabilitación de los niños discapacitados, con el fin hacer en Córdoba todo lo que hacen los masones en los Estados Unidos. Y esas fueron las primeras clínicas en Córdoba para el tema de la discapacidad infantil.

Como Eduardo Padilla no les entregó el valor de la “vacuna” a los deshonestos, ellos decidieron iniciarle una serie de investigaciones, comprando, como es su costumbre, Contraloría, Fiscalía y jueces, entre otros.

Pero como dice un conocido proverbio: “Duro es dar coces contra el aguijón”. En la batalla jurídica de Padilla Hernández contra esos delincuentes, los malhechores fueron víctimas de su propio invento, pues hoy están en la cárcel más de doce personas, entre ellos, al jefe del cartel, Musa Besaile; y, además, su hermano, el gobernador Edwin Besaile Fayad fue destituido.

Diplomado en Educación Religiosa Escolar, UPB*

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