Marihuana, La Droga de la Eterna Juventud

Compártelo:
*Fernando Cadavid Correa, es un reconocido, respetado y excelente Consejero de Adicciones y Dependencias Afectivas en Colombia. Además es escritor y conferencista en programas institucionales para las adicciones, trastornos emocionales y de afectividad, con más de 25 años de experiencia atendiendo a personas y sistemas humanos. Durante su trayectoria Cadavid creó, fundó y dirigió C.I de los Andes en Cota – Cundinamarca, y luego Soluciones Terapéuticas de Avanzada, STA en Cájica y Chía. 
Por: Fernando Cadavid Correa* 

lapipolart.cadavid@gmail.com

Hacia 1970, Hulsman propuso frente a las drogas técnicas y sugerencias de abordaje que para el momento eran revolucionarias, pues decía que las sustancias no tenían que demonizarse si no usarse de forma limitada y controlada. Y había quienes sostenían que la evaluación de los estados frente a lo que es socialmente “bueno” o “malo” representaba solo los criterios de aquellos que ostentaban el poder. Esos postulados siguen siendo válidos para aquellos que proponen un ejercicio de libertad pedagógicamente responsable frente al uso de psicotrópicos, o sea, generar políticas de legalización del consumo. No depende pues la decisión de quienes se drogan. Depende de lo que crean quienes los gobiernan.  Aviso importante: los alteradores del estado de ánimo están en el planeta desde que la humanidad existe y llegaron para quedarse.

Nuestra posición frente al consumo está del lado diferenciado de quienes son individual y emocionalmente “capaces” de usar, a diferencia de aquellos que ante la excitación que drogarse causa, podrían terminar teniendo con las drogas una íntima y perversa relación. Se cuentan por millones los enamoramientos a primera vista. Y hay amores que matan.

El doctor Andrew Weil, profuso autor e investigador del tema dice: “Si se empieza a usar regularmente cualquier droga por cualquier método y se cree que es posible evitar su abuso y la adicción, se debe recordar ante todo, que la mayoría de adictos también pensaron lo mismo”.  De acuerdo con nuestra experiencia en el tratamiento de personas en uso, abuso o adicción, creemos que quienes lo hacen regularmente tendrán como resultante consecuencias en algún sentido. Dicho de otro modo, los individuos que abusan de las drogas no lo harán impunemente, pagarán un sobreprecio inestimable en el tiempo. Ellas pasarán en su momento alguna especie de cuenta de cobro.

Y para el Estado, ¿qué significado tiene un adicto? Dinero. Miles de millones. Hoy nadie duda que la enfermedad adictiva es catastrófica y quien padece sus trastornos es -o será- un paciente de alto costo. El fumador que empezó su progresiva dependencia del tabaco a los veinte años le costará al sistema de salud una cantidad ingente de dinero cuando llegue a los sesenta. ¿Será que el recaudo en impuestos al tabaco sufragará con suficiencia lo que habrá que pagar por sus consecuencias y daños? A esto, creo, le falta aritmética y honestidad.

Hoy no estamos en posición de discutir la benignidad que produce fumar marihuana o comerla en tortas, o “emborrachar una traba” (fumar y beber alcohol), o si hace más daño fumar cigarrillos, mucho menos tratándose de una planta que está presente en la tierra desde hace más de 6000 años, o si el cáñamo resulta de utilidad para la industria; o si es más enervante la manipulación genética de los canabinoides cultivados en un vivero de Oregon a diferencia de los que se dan en las matas a cielo abierto en una montaña colombiana. Esa es una discusión inútil ya que, hacia 1937 Norteamérica como es costumbre, declaró su prohibición y hoy, en este siglo XXI establecen progresivamente otra cosa. ¿Contradicciones? No creo. Economía política y asuntos de mercado que fundamentan a su arbitrio quienes ostentan el poder. Y el que más puede, dicta y amaña con mano conveniente las políticas públicas de educación y salud porque el individuo consumidor verdaderamente no cuenta. Cuentas sospechosamente parecidas a las políticas de los países ricos para “erradicar” el hambre y la desnutrición. Y como resultado de ellas, cientos de miles de africanos atravesando el Mediterráneo en cualquier cosa que flote, aún a costa de sus propias vidas buscando que comer en Europa. Demagogia globalizada. Exposición en los medios y prensa. Mucha prensa.

La marihuana es la droga de la eterna juventud pues su uso está frecuentemente ligado a las primeras experiencias de los muchachos con las drogas y es la ilícita de inicio por elección junto a las lícitas tabaco y alcohol. Crea una realidad paralela llevando al fumador consuetudinario a tener una relación al ralentí con la real velocidad a la que viaja la vida. A más temprana la edad de inicio, más riesgo de generar dependencia. La yerba aparta progresivamente al dependiente de sus asuntos de interés y origina problemas con los deberes, la familia y la policía. Causa mutagénesis en las estructuras cerebrales, en particular de aquellos más jóvenes. Como es una poderosa alteradora de la química cerebral y del estado de ánimo, consecuentemente modifica la memoria, la capacidad de alerta y disposición para dar respuestas a los estímulos. Desmotiva aún más al ya desmotivado; La marihuana no deja madurar y es observable en sus fumadores habituales comportamientos relacionados con niveles críticos de desarrollo emocional y dificultades para encargarse de sus asuntos. Hay investigación bien documentada que muestra su preocupante aporte como coadyuvante o desencadenante de trastornos mentales subyacentes o larvados.

Los consumidores regulares y en particular, quienes abusan de ella, fuerzan su discurso y le dan vueltas y vueltas a la tuerca ante quienes se oponen a su uso; pontifican, son muy elocuentes, en particular aprovechan la confusión y desconocimiento que sus padres o tutores acusan en la materia. ¿Por qué sus fumadores se ven en la obligación de justificar el uso? ¿Por qué es obligatorio intelectualizar el vínculo que las personas establecen con una sustancia que manipula el modo de pensar, los sentimientos y las emociones? En su libro “El pensamiento adictivo” el doctor Abraham J. Twerski, rabino y psiquiatra, sostiene que los adictos esgrimen un sinnúmero de falsas razones secundarias, tan poderosas que parecen ciertas, para ocultar la razón verdadera. Razón verdadera que en un porcentaje bien elevado de casos podría traducirse en enfermedad mental no evidenciada, vacíos existenciales, falta de un cimentado proyecto de vida, conflictos personales, familiares o sociales. Es en ese ámbito que se desencadena una interminable avalancha de motivos y extensa documentación universalizada y enciclopedista sobre sus beneficios, nunca sobre la relación causa-efecto. La internet sabe más de marihuana que toda la humanidad junta.

La marihuana “pone” su defensa en manos de quienes la fuman, al igual que quienes abusan del tabaco, el alcohol o se automedican fármacos. Contrariamente, la morfina que es un derivado opiáceo poderoso (y también altamente adictivo que goza de adeptos por millares), se defiende por sí sola puesto que la frontera entre su uso clínico y el abuso está claramente delimitada. Con el cannabis esa condición no se da, el debate se hace eterno y prospera el sospechoso argumento del uso médico para el tratamiento de unos males distintos a la adicción. Si el drogadicto es un enfermo y la marihuana una droga, ¿Recomendaría usted el uso de marihuana para tratar la enfermedad adictiva a la marihuana o a cualquier otra sustancia o comportamiento?

Si la marihuana es un recurso en salud, entendamos también que es un producto con un alcance limitado, que no sirve para todo. No es la panacea y tiene contraindicaciones y efectos secundarios diferenciados en su etiología, en la estructura psicobiológica del individuo consumidor y en las consecuencias que arroja para ellos, para las familias y para la sociedad su abuso. Argüir la legalización y echar mano de sus beneficios en la órbita médica para establecer políticas socialmente convenientes, es cederle el poder al papel-receta que dejaría por fuera de la ley a quienes hacen uso recreativo y también a quienes dependen de ella para existir. ¿Y sus dependientes qué? ¿Son o no son enfermos? Ahí es donde los marihuaneros de parque seguirán siendo objeto de discriminación fumando en las sombras, acudiendo al médico amigo o traficando con recetas. Creemos que a este debate le falta como ya dijimos, ponerle numeritos y darle un toque de honestidad.

La Sección LA CARA CIUDADANA es un espacio donde nuestros colaboradores y 
lectores escriben sus artículos y no refleja o compromete el pensamiento
ni la opinión de La Otra Cara
Compártelo:
Fernando Cadavid Correa
Fernando Cadavid Correa

Consejero en Adicciones y Educación Emocional y Columnista


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *