¡Ave de siniestro pelaje!

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Cuando ya nada extrañaba del convulso, corrupto, delirante, demente, despótico, turbulento, truculento, vociferante presidente Trump, finalizó su mandato. Juguete roto, mentiroso compulsivo, al que el Washington Post le rastreó -al 15 de noviembre/2020- 29.580 mentiras.

Fanfarrón al que le espera una avalancha de imputaciones por las barbaridades, crímenes cometidos contra su país, incluido el caos provocado en Washington D.C. por sus desenfrenados amigotes que, al grito «Trump ganó«, marcharon hacia el emblemático Capitolio, causándole graves daños.

Enardecidas, sediciosas hordas de vándalos, arengados por el mediático, fastidioso bucanero -trajeado de político-, el peor perdedor de la historia, con la trillada retahíla del fraude, alegado meses atrás del tres de noviembre, al prever la derrota, declarándose vencedor sin concluir el escrutinio.

Las lecciones de la batalla perdida en EE. UU.

Monserga digna de una ‘Banana Rebublic’. So pretexto de «salvar el futuro”, propaló: «No cederé, nunca concederé la victoria”; “defenderé la ruidosa victoria; tendré cuatro años más”, “desenmascaré la trampa monstruosa”. Vocinglería que prendió la mecha que explosionó la dinamita. Más de setenta casos judiciales lo desmintieron por falta de pruebas.

Desafiante compiló, financió, armó un ejército de mercenarios; anárquicos, enajenados espadachines que, enarbolando banderas con las letras R.I.P., rebasaron la Policía, se tomaron el Congreso -adalid de la democracia, junto a su par de Gran Bretaña-, violaron el recinto, oficinas, curules; buscaron primordialmente, boicotear la certificación de Joseph Robinette Biden Jr.; algo nunca antes visto en la memoria de la todavía hiperpotencia mundial.

Embestida perpetrada por turbas de matones adoctrinados por el despreciable, esquizofrénico régimen jacobino, que vanamente intentó desconocer lo decidido por la soberanía popular. Aciaga, oscura, vergonzosa arremetida que ultrajó la majestad del llamado ‘templo’ de la democracia americana, que los anales registrarán como uno de los más dantescos, impensados, surrealistas, sorpresivos hechos en el hemisferio occidental, desde George Washington (primer presidente) hasta los héroes fundadores de la Confederación.

Embate fraguado por el desvergonzado truhan -sin ética pública ni ataduras ideológicas- que demostró al mundo que es viable llegar al poder, diciendo, haciendo, deshaciendo lo que ninguno de sus 44 antecesores, se atrevieron. Encabritada jornada -para el olvido- que estremeció al estupefacto pueblo americano, que contempló, con estupor, junto a la horrorizada, sorprendida comunidad internacional, el sangriento asalto sin precedentes -condenado ipso facto-, al corazón de la democracia estadounidense.

Falaz tentativa de viciar las elecciones, revertir, trocar la derrota en dictadura, mediante las aupadas rehalas de esbirros; fanática chusma patrocinada por el cenáculo de víboras supremacistas blancos del ‘establishment’ republicano, capitaneadas por el boyardo, Ted Cruz y otros más, partícipes del conato de golpe de Estado; sobre los que recae la vergüenza y responsabilidad del quebrantamiento institucional.

Richard Barnett, quien entró a las oficinas de la presidencia de la Cámara de Representantes donde posó para las cámaras con las patas en el escritorio de la presidenta Pelosí, y dejó mensajes insultantes, detenido en Arkansas y acusado de “intrusión violenta”.

Bandidos los hay, siempre los ha habido, pero no del tamaño gigantesco del sinvergüenza de copetín. Ellos son lo que son y nada va a cambiarlos. Todos deberán rendir cuentas a la justicia, por empoderar, espolear, instigar, promover, aplaudir la criminal insurrección, traicionando el juramento de acatar, respetar y hacer respetar la Constitución. Catarsis que demanda la emboscada, enfurecida, ciudadanía de bien, clase media -asfixiada-, cuya “decencia común” elogió el formidable escritor-periodista británico, George Orwell.

Descalabro del que fue partícipe el advenedizo, genuflexo, sometido presidente -el de Uribe-, minúsculo pelele -sin brillo-, reducido al ridículo papel de adulador; ninguneado perro faldero dedicado a moverle la cola al impredecible narcisista y polémico peliteñido,

Inconsistente, inepta, nefasta dupla de tontos -con mis disculpas a todos los tontos que en el mundo han sido-, defensora a ultranza de los plutócratas multimillonarios que detectan el poder económico; imparables agiotistas, movidos únicamente por el interés particular.

Teatrales demagogos que arrasaron con las clases medias y bajas, despojándolas del poder social y político; convertidas gradualmente en músculo electoral: inéditas, perpetuas, serviles, menesterosas masas -sin alma, arraigo, patria, familia, hogar, tradición- dependientes de la limosna estatal.

Asonada que ‘tocó’ el estado de derecho americano, sus instituciones, si no de muerte, sí cubriéndolas de desprestigio, desvergüenza, llevando a que múltiples voces reclamaran la aplicación de la 25ª enmienda -jamás usada- (aprobada en 1967), que lo hubiera expulsado inmediatamente de la oficina Oval. En subsidio, corre el ‘impeachment’ que lo inhabilitará de por vida.

El nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, investigaría la injerencia colombiana en las elecciones de su país. / AFP
El nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, investigaría la injerencia colombiana en las elecciones de su país.

La absurda, errática, insensata alineación ideológica y política del sometido títere, que lo llevó -con sus demonizados lacayos-, a involucrarse en la campaña de su otra deidad (Trump-Uribe), tanto que el embajador Goldberg, pidió se abstuviera de interferir la elección. Factura que el sereno presidente Biden, cobrará por ventanilla: “Quien haya intervenido en la desinformación en las elecciones de EE. UU. enfrentará consecuencias” dijo. Prepárese.

Bogotá, D. C., enero de 2021

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mario arias gómez
mario arias gómez

Abogado, periodista y escritor


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