Las tentaciones de Kamala

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Por María Fernanda Cabal.

“Haré todo lo posible para convertirlo en nuestro comandante en jefe” fue la respuesta de Kamala Harris, al aceptar acompañar a Joe Biden en la contienda electoral del próximo 3 de noviembre, pese a que hace algunos años lo llamó racista e insinuó que era un acosador de mujeres, mientras ejercía su cargo de vicepresidente de Barack Obama.

Harris ha sido tendencia mundial por estos días, tras ser elegida como compañera de fórmula del candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos. Los principales medios de comunicación cubrieron la noticia como un hecho histórico y digno de celebración al tratarse de una mujer, afroamericana y de padres migrantes.

A primera vista, la designación de la senadora como candidata a la vicepresidencia sería “en teoría”, una muestra de inclusión y reconocimiento; sin embargo, ésta decisión es mucho más estratégica de lo que parece.

Como hemos visto en los últimos años, la agenda socialista se ha centrado en aprovechar momentos coyunturales, en medio de crisis políticas y sociales muchas veces presionadas por ellos mismos, para mostrar sus fichas presidenciables y convertir en “héroes” a sus políticos de turno, tal y como lo hizo Biden con Harris al afirmar que es “una valiente luchadora en defensa de los menos poderosos”. Además, potenciando el habitual discurso de la lucha de clases en el que se hace necesario encontrar un “salvador”.

Biden aseguró que siendo fiscal general de California, Kamala Harris se puso frente a “los grandes bancos, levantó a la clase trabajadora, protegió a mujeres y niños del abuso”. Y aunque The New York Times calificó a la progresista como una “pragmática moderada” y la Associated Press la describe como “de centro”; sus pasos se orientan mucho más hacia los extremos de una izquierda radical acostumbrada a manejar un doble discurso sobre las causas que se muestran justas, cuando en realidad pretenden cercenar la libertad y los derechos de los ciudadanos.

De acuerdo con el investigador y activista político Trevor Loudon, la exfiscal ha estado rodeada de socialistas y comunistas toda su vida; comenzando por su padre, Donald J. Harris, un economista jamaiquino que llevó las perspectivas marxistas a la Universidad de Stanford en los años 70, apoyado por la ‘Unión para la Economía Política Radical’ -URPE-, una escisión de la asociación radical ‘Estudiantes por una Sociedad Democrática’ –SDS-.

Loudon también señala que la URPE se ha superpuesto considerablemente con la organización marxista más grande de Estados Unidos, los Socialistas Democráticos de América (DSA), que en 2006 ayudó a recaudar fondos para que Bernie Sanders se convirtiera en el “único socialista del Senado de Estados Unidos”.

A esto se suman las declaraciones del comentarista político Dinesh D’Souza, quien hace poco sugirió que Harris es una beneficiaria y no una víctima de la esclavitud, como la propaganda en su discurso de campaña la quiere hacer parecer.

Kamala Harris es descendiente directa  de uno de los mayores propietarios de esclavos de Jamaica, Hamilton Brown, con una lista de más de 200 esclavos que fue exhibida en uno de los trinos del denunciante; demostrando que en los demócratas socialistas todo es fachada y propaganda emocional.

Pero lo que más despierta suspicacias son sus propuestas, orientadas a convertir un eventual Gobierno demócrata, en una oportunidad para ejercer un modelo de poder que se aproximaría más a una dictadura.

Sus ambiciones autoritarias han quedado expuestas al momento de hablar de sus aspiraciones, que pasan por alto las funciones del Congreso y dejan ver sus inclinaciones por la toma de decisiones unilaterales en cuanto a temas de Estado como la inmigración, el medio ambiente y el porte de armas.

Sobre éste último punto, en debates anteriores, Harris expresó que le daría al Congreso de los Estados Unidos cien días para que “actúen juntos y tengan el coraje de aprobar leyes razonables de control de armas. Y si no lo hacen, entonces se tomará una acción ejecutiva”.

En la agenda política de Kamala Harris figura también el ‘Nuevo Acuerdo Verde’, del cual fue co-patrocinadora mientras estuvo en el Senado, de la mano Alexandria Ocasio-Cortez en la Cámara de Representantes; dicha plataforma “verde” contempla la generación de más subsidios, pagados con más impuestos y una extensa lista de nuevas medidas para las empresas privadas.

La propuesta -que usa las políticas ambientales como fachada mientras promueve el activismo violento de Antifa y sus aliados anarquistas que llevan 80 días en Portland atacando la Corte Federal, los monumentos e incendiando locales-, plantea también la mitigación de las desigualdades raciales, regionales y de género, para supuestamente construir riqueza y propiedad a nivel comunitario. Sin contar con su firme deseo de fortalecer a los sindicatos y regular más fuertemente a los empleadores.

Su falta de escrúpulos quedó evidenciada durante las audiencias de la Comisión Judicial del Senado al juez Brett Kavanaugh en su proceso de nominación a la Corte Suprema, en las que fue injustamente señalado por agresión sexual. Harris, que interrogó al togado, mostró en sus discursos cargados de veneno una clara manipulación política dirigida a destrozar moralmente al entonces candidato de Donald Trump.

Finalmente y no menos preocupante, resulta ser la afinidad demostrada por la senadora con la dictadura castrista en Cuba, luego de que en 2016 tildara como “una gran pérdida” la muerte de Fidel Castro y recientemente se pronunciara a favor de poner fin al embargo económico contra el régimen comunista, al considerarlo “fallido”.

Esperemos que éste no sea el principio del fin de un imperio que forjó gran parte de sus principios en el liberalismo político de John Locke y que su sociedad, hoy plagada de jóvenes universitarios adoctrinados en odio, jamás sucumba a las tentaciones del marxismo cultural que amenazan la verdadera y única libertad: La que existe hasta el límite de la libertad de los demás.

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