¡Los hijos de El Libertador! XIV

Compártelo:

¡Los hijos de El Libertador! XIV

Retomo el hilo en el punto referido al clérigo José Secundino, hijo de la negra, Lucía León, servidumbre de los Jácome (refresco que los criados llevaban el apellido del amo-dueño), familia que validó firme, tercamente la versión respecto a la paternidad de El Libertador, del aludido retoño al final del escrito XIII.

Leyenda inmortalizada por la tradición oral de la sociedad cucuteña, fortalecida por el hecho de que durante la Asamblea llevada a cabo en lo que hoy se conoce como Templo Histórico de Cúcuta o Templo del Congreso, situado en el Parque Grancolombiano, junto a la Casa Natal de Francisco de Paula de Santander, en el municipio de Villa del Rosario, ubicado en el Área Metropolitana. Convención que deliberó entre el 6 de mayo de 1821 y el 3 de octubre del mismo año. Al margen de su desarrollo se comenta que a El Libertador, le llevaban un niño negro, que recibía amorosa, cálidamente, sentaba en sus piernas y le entregaba algunas monedas.

Inquieren -al respecto- los investigadores, si tendría Bolívar o no conocimiento de la hipotética paternidad, duda manada por la época, de absoluta segregación racial, que hacía impensable tal reconocimiento, añadido su status social y político, lo que hubiera constituido un caso verdaderamente excepcional, insoluble.

La influyente familia Jácome, en consideración a la indicada progenitura, le prodigaron un trato preferencial, selecta educación, hasta interceder por el protegido joven,  para que fuera admitido en el seminario de Pamplona, donde se ordenó sacerdote, nada frecuente para un hombre de “color”, cercano -por demás- a los cincuenta años, hijo natural y para colmo, sin partida de bautismo.

La rememorada semblanza del canónigo, Pinilla Cote, la complementa con la siguiente apreciación: “Célebre párroco con curiosa vocación sacerdotal que despuntó en él siendo ya un hombre maduro que lo condujo a recibir las órdenes cuando contaba con casi medio siglo de vida”, “…sus rasgos fisonómicos, por último, evocaban en algo la eximia figura de El Libertador, todo lo cual hizo que, en torno suyo, aún vivo, creciera la conseja de aquella filiación extraordinaria…”.

En un informe de puño y letra de Secundino, solicitado por el Señor Obispo, en 1871, dado a conocer por el padre Pinilla, deja en la misma indefinición su historia: “Nací en el año de 1812 en la ciudad de Ocaña, Obispado de Santa Marta, única razón que puedo dar sobre el particular. Ningún sacerdote me acompaña. Fui ordenado el día 1º de enero del año 1861. El día 18 de febrero del mismo año fui nombrado coadjutor de San José de Cúcuta i permanecí allí 11 meses. El día 15 de diciembre de 1863 fui nombrado coadjutor de la Nieves de Pamplona; me posesioné el día 19 del mismo, sirviendo solamente 21 días. El día 7 de enero de 1865, fui nombrado cura interino de la Parroquia de San Cayetano i me posesioné el día 19 de marzo del mismo año, habiendo servido 10 meses menos días. El día 8 de enero de 1866 fui nombrado cura propio de esta parroquia i tomé posesión el día 19 del mismo mes. Aquí permanezco hasta la fecha”.

Defensores de su estirpe, aseveran de que Bolívar estuvo alojado en casa de los Jácome, donde, insisten, fue engendrado -muy probablemente- el párvulo de marras. sumado a que -agregan- nuestro cimero ícono -lo cual no es ningún secreto o novedad- le echaba el ojo a toda saya que se le atravesara.

Esta la somera síntesis de los antecedentes biográficos recabados sobre el padre Secundino, no sin dejar de advertir que infinidad de los indistintos testimonios invocados por historiadores de todos los pelambres, superan con creces -en mi sentir- los límites de la fantasía, la ficción, la imaginación, la utopía.

Para muestra, el historial que rodea al famoso pintor Gauguin, uno más de los que pregonó, no ya, la paternidad de El Libertador, sino el llevar sus genes, sin aportar prueba fehaciente, irrefutable. Historia que comienza con el idilio (probado) de Bolívar con Teresa Lesnais, madre de la que sería luego la escritora, Flora Tristán -igualmente referida en la antedicha columna-, que sería más tarde la abuela del pintor. Algunas versiones dan por sentada la conjetura de que era hija de Bolívar, afirmación descartada al contrastar su acta de nacimiento -ocurrido en 1803-, con el año en que El Libertador visitó el país galo (1804), -un año después-, en que conoció a su madre Teresa, o sea, a finales de ese año o comienzos de 1805.

De lo que no hay duda, es que fueron amantes, reales, pero en cuanto a la pretendida paternidad, queda desechada. Rastreado sus ancestros, se encuentra que su padre fue el periodista, Clovis Gauguin, quien falleció durante el viaje que emprendió con su familia al pintoresco Perú, patria de origen de su madre, Alina Maria Chazal, donde permaneció cuatro años, país que Gauguin plasmó en su obra, como los trajes típicos vestidos por su madre. A los siete años regresó -con los suyos- a Francia, a casa de los abuelos paternos. En 1873, se casó con Mette-Sophie Gad, con la que tuvo cinco hijos.  Falleció a causa de una sobredosis de morfina, en las Islas Marquesas (archipiélago de la Polinesia Francesa), el 8 de mayo de 1903.

Durante la estancia de Bolívar en Bilbao, conoció al matrimonio francés, Barthelemy Regis Dervieux du Villars -coronel, un hombre acaudalado de unos 57 años- y Louise Jeanne Nicole Arnalde Denis de Trobiand, quien -conforme a la usanza- abrevió, trocó sus nombres por el de Fanny du Villars, como la recuerda la historia; pareja que invitó al joven caraqueño a visitarlos en París, lo cual hizo, gustoso, con llegar a la ciudad.

Ella, una elegante, hermosa, idílica mujer de veintiocho años, de ojos y cabellos negros, coqueta, insinuante, simpática, dotada de un sensual magnetismo, que impactaron, impresionaron, prendaron al desaforado, delirante, pasional jovencito, de veintiún años, ávido de aventuras eróticas.

Amor -a primera vista- de juventud, que se consumó entre 1804 y 1806, y mantuvo hasta el final de su vida mediante fluida correspondencia. La última carta, fechada el 14 de mayo de 1826, habla de Simoncito Briffard -su ahijado-, quien para muchos fue el reputado hijo francés del que siempre se habló. El 6 de diciembre de 1830, surge una carta -tenida por apócrifa- que vendría a ser la última, pues Bolívar estaba ya postrado, no obstante, en los días subsiguientes, dictaría su última proclama y testamento político.

Fanny refería ser descendiente de los Aristiguieta venezolanos, por tanto, con un lejano parentesco con el joven y atractivo Simón, cercanía que los llevó a tratarse de “primos”, lo que facilitó la relación, las asiduas visitas, sin despertar sospechas por parte del cornudo esposo, convirtiéndose, en su íntima amiga y confidente, luego, dados sus irresistibles encantos, insinuantes galanteos recíprocos, y la proclividad del Don Juan en comento, por la conquista femenil, rápidamente emanó en una impetuosa pareja de amantes.

Complementada por la enfermiza inclinación, compulsiva propensión de nuestro héroe, por plantarle cuernos a los más cercanos amigos que, en este caso, lo facilitó el hecho de los constantes viajes del coronel, lo que despertó el insaciable, libidinoso apetito de nuestro protagonista. CONTINÚA.

Bogotá, D.C., 29 de septiembre de 2021

http://articulosmarioariasgomez.blogspot.com.co/30

Compártelo:
mario arias gómez
mario arias gómez

Abogado, periodista y escritor


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *