
¡Los hijos de ‘El Libertador’! XII

¡Los hijos de ‘El Libertador’! XII



Concluyo la remembranza de la afín e influyente relación de Manuelita con Simón Bolívar, acentuada -a propósito- en el frívolo, mundano, profano aspecto del ser humano, con sus virtudes, cualidades y defectos; fortalezas y debilidades; ardores, pasiones, vaguedades; comunes, cotidianos afanes de cualquiera de los mortales -de carne y hueso-, que en el caso de la presente crónica, subraya, se enfoca -básicamente- a la notoria, aumentada -si se quiere- debilidad del ‘El Libertador’ por el bello sexo.
Referencia que en nada decrece, desluce, mengua, soslaya la admiración, reconocimiento a la ciclópea, colosal, extraordinaria, fantástica, grandiosa, monumental, hercúlea gesta libertaria, a su genialidad, gran personalidad, al estratega militar.
Relaciones -muchas de ellas- motivo de controversias, escándalos, disputas, acopio de un cúmulo de malquerientes, enemistades a muerte, envidias, especialmente de los cornudos maridos que no cejaron, dieron tregua a su creciente, inacabada animadversión, al extremo que, aún después de muerto el ilustre Casanova, continuaron amplificando, magnificando, propalando -como desahogo-, epítetos e improperios, extendidos a Manuelita, señalada incluso de lesbiana, por su inocultable, innegable condición de mujer de armas tomar, marimacho que fumaba y montaba como un hombre, sin que sus contemporáneos dejaran de admitir, valorar su atrayente, fascinante figura, seductora belleza.
Rastreadas -selectiva, sumariamente- las pródigas conquistas más relevantes del destacado emancipador hispanoamericano; resumidas en los escritos anteriores, procede ahora hacerlo con sus hijos, resultas de las mismas, que de paso desmienten la supuesta esterilidad de nuestro protagonista; secreto a voces ignorado por los historiadores. Conseja trascendida por la vía oral, dado que es muy poco -que conozca- lo publicado al respecto. Como réplica a dicho decir, dan fe los incontables, retoños dejados de reconocer, en acatamiento del juramento del insigne viudo, de no volver a casarse.
Fuente de entretenida consulta, es el bien escrito ‘Diario de Bucaramanga’, íntima, fehaciente memoria cosecha de Luis Perú de Lacroix, general de origen francés, edecán de Bolívar entre el 1° de abril de 1828, hasta el 26 de junio siguiente. Testimonio de valor histórico -único-, que describe -en detalle- aspectos de la vida personal, pensamientos, reflexiones políticas y las depuradas e inmanentes creencias de ‘El Libertador’, quien con sus propias palabras rectificó en estos términos, el anterior, debatido infundio, murmullo difundido: «Creen que soy estéril, pero tengo pruebas de lo contrario«.
Tiempos aquellos en que los hijos extramatrimoniales no se reconocían, se ocultaban, menos se tenían en cuenta, se mencionaban -testamentariamente hablando-, en resguardo del “honor familiar” -costumbre de la época- en razón a que los supuestos descendientes, eran fruto de amores prohibidos, pecaminosos, con vistosas ‘damas’ de la pacata sociedad, mayormente casadas, a las que nuestro famoso, insaciable paladín -en comento-, era un adicto consumado, devoto, enfermizo, fanático. ¡Qué duda cabe!
‘Diario’ que recoge la crucial etapa en que Bolívar estuvo en Bucaramanga monitoreando de cerca la Convención de Ocaña, convocada el 2 de marzo de 1828, a raíz de los asiduos, constantes levantamientos populares, políticos que desde 1826 se venían dando, Asamblea constituyente que deliberó entre el 1° de abril y el 26 de junio del 1828, cuyo objetivo principal fue reformar -como solución- la Constitución de Cúcuta, incluso reemplazarla, de la que emergió la Gran Colombia, erigida en 1819 por el congreso de Angostura, mediante la Ley Fundamental de la República, que acordó entonces la unificación de Venezuela y la Nueva Granada, en una sola nación, con el nombre de República de Colombia, ratificada en 1821 por su contraparte en Cúcuta, rebautizada nación a la que se adhirieron posteriormente: Panamá (1821), Quito y Guayaquil (1822).

Para diferenciarla de la actual República de Colombia, la historiografía emplea el término ‘Gran Colombia’. Paralelo a la precitada Convención de Ocaña, Lacroix -a pedido de Bolívar- llevó un diario -condensado en tres pequeños volúmenes- en los que consignó los anales oficiales, con énfasis -además- en episodios de su vida privada, nutricia fuente introductoria de este concurrente deshilvanado ensayo. El primero se ocupa de los sucesos acaecidos entre el 1 de abril y el 1 de mayo, el segundo, entre el 2 al 25 mayo, y el último -tercero- entre el 26 de mayo al 26 de junio de 1828. El lugar de las reuniones es conocido hoy como Complejo Histórico de la Gran Convención, que incluye la iglesia de San Francisco.
Nuestro mundano incansable, infatigable viajero, con fundada fama de galante, conoció -en su primer viaje a Europa, antes de casarse con la bella, delicada y distinguida María Teresa Rodríguez del Toro, hija de un rico hacendado venezolano, Bernardo Rodríguez del Toro, residenciado en España- a Teresa Laisney, una hermosa y noble francesita, que había huido con sus padres al norte de España, para escapar al terror de la revolución.
Casada con el coronel de los reales ejércitos, Don Mariano de Tristán y Moscoso, arequipeño (Perú) al servicio en Europa, damita con quien Bolívar, fruto de la afectiva, efusiva, furtiva relación, se asegura, nació una niña de nombre Flora Tristán y Laisney, la primera socialista -en su tiempo- de Europa, autora de la famosa frase “Proletarios del mundo uníos”, tomada para dar comienzo al manifiesto comunista internacional. Sospecha paternal desmentida por otra versión que atestigua que esta había nacido antes que su mamá conociera al Don Juan caraqueño.
En el segundo viaje al Viejo Continente, Bolívar instauró nueva relación con su lejana prima, Fanny Du Villard, chica hermosa, excepcional, casada con el coronel, Du Villard, un militar de la administración de Napoleón Bonaparte, comentándose que con ella tuvo a Eugenio (otro hijo), cuya cuestionada paternidad, fue puesta en duda con la frágil sinrazón de que el cónyuge, era 32 años mayor que ella. Caída en desgracia con el régimen francés, le pidió a Bolívar “encargarse de su hijo”, lo que reencauchó la endilgada progenitura traída de los cabellos.
Entre los hipotéticos hijos colombianos figuran: Miguel Simón Camacho, habido con Ana Rosa Mantilla, nativa de Piedecuesta-Santander. Igualmente emerge el sacerdote Segundino Jácome, tenido con la cucuteña, Lucía León, en dicha ciudad, quien llevó hasta su muerte su apellido, Manuela Josefa Bolívar Cuero, de la que se manifiesta que su historia no pasa de ser más que imaginativa “fábula”, sin sustento.
En síntesis, documentalmente, a ‘El Libertador’ -título honorífico concedido en 1813 por el Cabildo de Mérida-Venezuela que, tras serle ratificado el mismo año por su parigual de Caracas, quedó asociado (para siempre) a su nombre-, se le atribuyen 29 hijos -aproximados-, obtenidos con 41 amantes o fufurufas.
El primer hijo referenciado en papeles confiables -que no pasan de cinco-, fue un boliviano -país cuyo nombre -Bolivia-, adoptó el Congreso de Cochabamba (Alto Perú), el 6 de agosto de 1825, en homenaje al gran ‘Padre de la Patria; fecha en que oficialmente se tiene como fundacional del país, en la que se selló definitivamente la independencia, la cual, siguiendo la tradición, se tomaba la batalla decisiva -en este caso la Batalla de Ayacucho, en la que el Mariscal Sucre fue el vencedor- como día conmemorativo. Hazaña independentista que remató lo que quedaba de las fuerzas españolas en el territorio altoperuano, dando término al colonialismo español en la zona andina y en el subcontinente americano, aunque Bolivia -aclaro- llevaba tiempo libre de España.
Después del recuento precedente, Bolívar llegó en el subsiguiente mes de octubre, a la Villa Imperial de Potosí -ciudad del sur, capital del departamento del mismo nombre y de la provincia de Tomás Frías-Potosí-, donde, por pocos días frecuentó a María Joaquina Costas Morando, quien le advirtió en ese primer encuentro, del complot en su contra que se proponía asesinarlo. Ni corto ni perezoso, no tardó en refugiarse -ipso facto- en los brazos de la hermosa protectora; fugaz e intenso romance eternizado con un niño, de nombre, José Costas, que a diferencia de los demás herederos, como padre, no solo supo de su existencia, sino que la admitió.
Referencia histórica validada en 1828 por el susodicho, Perú de Lacroix, a quien Bolívar le confió este dilucidador secreto: “el Potosí tiene para mí tres recuerdos: allí me quité el bigote, allí usé vestido de baile y allí tuve un hijo”. Se testifica que llegó, incluso, a conocerlo, según testimonio de José Miguel de Velasco, a quien Bolívar le encomendó recoger al niño y a su madre, y conducirlos a la quinta, La Magdalena, en la que se hospedaba.


Refuerza lo anterior, la certificación librada por el párroco del templo del Espíritu Santo de Caiza “D”, Julián Quispe Espinoza, del 8 de mayo de 2012, quien refrendó: “… yo el infrascrito Párroco Dr. David Padilla de este beneficio de Caiza casé y velé infacie Eclesie a José Costas, hijo natural de la señora finada María Costas y del finado señor Simón Bolívar, con la señora Pastora Argadoña soltera, mayor de edad hija natural de los finados Jetrudis Ortuño y don Camilo Argadoña, españoles. (Fdo., David Padilla)«.
Fortifica la aseveración antedicha, la partida matrimonial del 5 de octubre de 1895, registrada en la parroquia del pequeño poblado de Caiza, cercano a Potosí -suroeste de Bolivia-, en que con nombre y apellido se menciona a Bolívar como padre del novio: José Costas, “hijo natural de María Juaquina Costas y del finado señor Simón Bolívar, españoles de Potosí”. Pese a ser ‘El Libertador’, natural de Caracas, en aquella época, a los ciudadanos de tez blanca se les distinguía -sin excepciones- españoles. CONTINÚA
Bogotá, D.C., 15 de septiembre de 2021
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