Jose Félix Lafaurie

Oasis vallenato

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Por: José Félix Lafaurie Rivera.

Las potencias se muestran los dientes en los mercados, mientras las armas resuenan en Arabia, Irán, Afganistán y Oriente Medio. Hong Kong lucha por su libertad y el Brexit enfrenta al Reino Unido con Europa. Más cerca, la Amazonía arde, Argentina tambalea y Venezuela cae en barrena, generando una trágica diáspora que nos golpea.

En Colombia, la violencia mafiosa y narcotraficante ronda la campaña electoral, mientras un escándalo tapa al anterior, se vuelan los asesinos enfrentando al país con alevosía, y los corruptos salen de las cárceles porque la justicia cojea… y sigue cojeando, mientras el Gobierno se aplica a conjurar tantos demonios heredados y a construir futuro.

Si intento esta síntesis apretada de la coyuntura no es para profundizar sobre ella, sino para lo contrario, dejarla a un lado y entrar en un oasis donde se apague el ruido de tantos males y podamos respirar optimismo y esperanza; un oasis de música y alegría, de folclor y tradiciones sencillas, un oasis vallenato en el 41º Festival Cuna de Acordeones, en Villanueva, La Guajira, entre el 19 y 22 de septiembre.

En esta ocasión rendimos homenaje a quien es considerado “el último de los juglares”, el maestro Adolfo Pacheco Anillo, autor de “La hamaca grande”, una canción vallenata que le ha dado la vuelta al mundo, como “La gota fría” del viejo Emiliano, además de un gran repertorio de esa música provinciana que enamoró a propios y extraños.

En el segundo Festival de la Leyenda Vallenata -1969-, su compadre y sabanero como él, Andrés Landeros, se obstinó en presentarse a pesar del favoritismo sobre Nicolás Elías, “Colacho” Mendoza, y de que, en aquel entonces, el festival era algo excluyente y se consideraba a los sabaneros como “imitadores”. Recuérdese que, dos años después, en 1971, se armó la grande cuando el “nuevo Rey fue un barranquillero”, lo cual generó disturbios y una famosa canción interpretada por el venezolano Nelson Henríquez.

Como estaba cantado, la corona quedó, con justicia además, sobre la cabeza de “Colacho», y Adolfo, no en plan de “pique” o de reproche, sino de lamento, compone “La hamaca grande” para notificarle al mundo vallenato que no eran imitadores, sino que contaban con una escuela y una tradición folclórica “que también tiene leyenda, cual la de Francisco el Hombre”.

Adolfo se atreve a “llevarle ¡al Valle! una serenata (…) con música de acordeón”, que era como “llevar leña p’al monte”; serenata con folclor “de la tierra de la hamaca”, su natal San Jacinto, y de ñapa, le lleva una “más grande que el cerro e’Maco”, el más alto de los Montes de María. ¿Y para qué?; pues para que “el pueblo vallenato, meciéndose en ella cante”; cante su vallenato sabanero, pero al fin vallenato, y del mejor. Quién lo duda.

Ese folclor narrado, ese reclamo cantado, tan de la esencia vallenata, no podía faltar en el más grande juglar sabanero; pero su sello, en mi sentir, es la sencillez provinciana de su inspiración, como recuerda su canción al “Viejo Miguel”, su padre: “la ciudad tiene su mal para el provinciano” y, por eso, “yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla”. Recuerdo que mi padre insistía en ese rasgo de vallenatos y sabaneros: sin importar su estatus ni donde se encuentren, siguen –seguimos– siendo irremediablemente provincianos.

Mucho folclor y cultura, concursos en todas las categorías y, sobre todo, vallenato con los mejores: Jorge Celedón, Poncho Zuleta, Diego Daza, Pangue Maestre y Silvio Brito, entre otros, que podrán disfrutar quienes decidan, al decir de los opitas, “pegarse la rodadita” al “Cuna de Acordeones” en Villanueva.

@jflafaurie

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