¡PENSILVANIA!, ‘Mi pueblo natal’ I

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¡PENSILVANIA!, ‘Mi pueblo natal’ I

 “Llegó diciembre con su alegría, mes de parrandas y animación, en que se baila de noche y día y es todo juergas y diversión”.

“Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya”, frase -de Séneca- que interpreta cabalmente el perenne sentimiento de pertenencia que los paisanos cultivamos por nuestra linajuda, cosmopolita patria chica, instándolos -afablemente- a deleitar la canción: ‘Mi pueblo natal’,  preámbulo del anhelado, efusivo  reencuentro con el amado terruño, que cada uno de nosotros tendrá previsto realizar con motivo de los festejos navideños.

Letra que condensa el fulgurante, persistente, rutilante reconcomio que sus agradecidos, devotos hijos sentimos por la tierra de nuestros mayores.

Efusiva alborada, anuncio de la llegada del mes más esperado, espléndido del año, que comporta el emocionante, indescriptible, jubiloso, placentero regreso, a la admirada, predilecta, solariega heredad donde reposan nuestros muertos, de la que partimos muy jóvenes, cargados de ilusiones, también de incertidumbres, para volver ya viejos -sin alharacas ni melindres- luego del cósmico fugaz paso del tiempo, con la sensibilidad a flor de piel, al legendario, sacramental enclave paisajístico, mirado en lontananza desde dominios extraños.

Regresión acicalada por los añorados, apoteósicos, tiernos, rencuentros familiares que desde luego nos esperan, igual los cautivantes encontronazos con los entrañables compañeros de infancia; los condiscípulos de colegio -amigos del alma- cómplices de nuestra febril, impetuosa, juguetona adolescencia.

Con inescrutables compinches de las juveniles andanzas, las recónditas diabluras; amistades, muchas de las cuales, tristemente emprendieron, el eterno, inédito viaje sin retorno, soñando que el Dios Supremo los tenga en su reino.

Camaradas con los que compartimos la misma filia, forjados en la época en que no existían los infranqueables, excluyentes muros sociales, copartícipes de nuestras aventuras, perpetuadas por la memoria, bajo siete llaves maestras resguardadas, en la secreta del baúl de las Indecibles nostalgias, las recordaciones.

Travesuras revividas, selectivamente, en las infaltables tertulias a la luz de la luna, avivadas por espirituosos guaros, en los icónicos, supervivientes: Bar Italia, El Andaluz, el Café de Guillermo Zuluaga, de los Mayas, el Águila, Rancho Alegre, La Bahía, Urbano López, Elí Giraldo, Manuel Montoya, rincones -estos últimos- del tango, que conservan el espíritu e hidalguía de sus alcahuetes fundadores.

Hechiceros lugares que fueron envejeciendo a la par con las generaciones que nos antecedieron y precedieron, muchas de las cuales -como la primera promoción de bachilleres-  le dieron nombre y lustre al visitado nido de antaño, articulado a los ambientes y escenarios, que imaginariamente nos remontan, a los acumulados, distantes, imborrables, peregrinos momentos cuyo espíritu resucita, milagrosamente.

Soplo decembrino que nos permite paladear -extasiados- nuevamente. Cruce con el pasado que infunde renovada pujanza, vida. Estremecedora, atesorada, anudada evocación, adherida, inserta a nuestra alma de niños, al corazón. Patético repaso que atropella en este instante la memoria, reclamando su lugar en esta vehemente, tradicional retentiva, que no puede pasar por alto, el kumis con cuca donde Albino Toro, el jarabe -con empanada barbada- donde Dominguito García, el mejoral, la sal de frutas, las pildoritas del doctor Ross, recetadas por Toñito Gonzáles, la apetitosa canastada de empanadas y pandequeso que -sin falta-  aparecía en la plaza, a las tres de la tarde, sacada por Julio Quintana.

El tour gastronómico empezaba al amanecer en la esquina de Luis ‘Tripa’ -al frente de las ‘Morronas-, entrada a la zona de tolerancia, que el Hermano Martín hizo trasladar, para el puente, barrio donde conocí a Belarmino -‘Pellizco-, tirando paso, con sus zapatos de charol, de tacón cubano, elegantemente vestido.

Y cómo no mencionar los tamales -de doble presa- donde Rita; el garito camuflado en la sastrería de Eduardo -Remolino-, donde oficié mil tardes de campanero, eterno novio de la bella Amalia Duque -hermana de la no menos linda, Leonor, esposa del inolvidable ‘Maelo’-, dejada (Amalia) por Eduardo ‘vistiendo santos’, como Néstor Isaza, a Inés Ramírez, hermana de la provocativa Cecilia y de mi parcero compañero, Rodrigo Ramírez (Campamento).

Acuarela de íntimos, tiernos afectos, de remembranzas, cuyas inmortalizadas huellas, las causaron los amores y desamores no correspondidos, las congojas, pesadumbres, sinsabores, tristezas, tusas, detallado repaso que las remueve, se asocian a las celebraciones decembrinas: las patronales del 8 de diciembre, la novena del Niño Dios.

Rezada devotamente en procesión con el vecindario, que salía a visitar los pesebres, casa por casa, cantando: a la ‘Nanita Nana, ‘Vamos pastores vamos, ‘El burrito Sabanero’, Pastores venid’, Campana Sobre Campana, Noche de Paz, Arre Borriquito, El pequeño tamborilero, y un largo etcétera.

Parafernalia precedida por los polvoreros, que ambientaban la fiesta con los diabólicos, prohibidos hoy, tacos de dinamita, los buscaniguas, las ‘luces estrella’, los totes y volcanes, cuyas secuelas -dedos y manos voladas-, congestionaban las urgencias del hospital. Novenario acompañado por los castos juegos de: Beso robado; Pajita en boca; Preguntar y no responder; El sí y el no; el ‘amigo secreto’.

Ansiosos espiábamos la llegada -la noche del 24- del Niño Dios que se abastecía en la cacharrería de Daniel Gonzáles; craneábamos las ‘pegas’ del ‘Pásela por inocente’ del 28 de diciembre; la ‘despedida de año’, el recibo ‘del nuevo’; asistíamos -algunos- al habitual baile de disfraces en el Club Piamonte, fastos que se remataban el 6 de enero, con la comparsa de los Reyes Magos -Melchor, Gaspar y Baltasar-, este último representado siempre por Maximiliano Restrepo. CONTINÚA

Bogotá, D.C., 01 de diciembre de 2021

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mario arias gómez
mario arias gómez

Abogado, periodista y escritor


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