Hace tres años tuvo que salir de Tuluá el popular cantante El Charrito Negro. Un grupo de personas le visitó en su casa y le entregó la carta en donde Porrón le mandaba su pin para que contactara con él y ajustaran la suma que debería pagarle para que siguiera vivo. El Charrito prefirió salir de Tuluá.
Antier, se repitió la misma historia pero con Faustino Asprilla, el más famoso y reconocido nacional e internacionalmente de los tulueños. Los mismos tipos, la misma carta. También tuvo que irse.
En esta columna y en mi espacio de La Luciérnaga, he dicho una y otra vez cual es el régimen de terror que implantó Porrón en la ciudad y he preguntado, y vuelvo a preguntar, quien tan poderoso lo protege que, conociendo sus métodos, existiendo denuncias, ninguna autoridad haya sido capaz de poner fin a sus ignominias.
El año pasado 23 familias adineradas tuvieron que salir de Tuluá. Aquí titulé una columna “El exódo tulueño”. No hicieron nada. O si. El ministro de defensa, vestidito de Arturo Calle dizque fue a Tuluá a prometer más pie de fuerza. Un coronel de la Policía dijo en reunión de parlamentarios que Porrón era un invento novelístico mío. Tuvo que mandar una carta presentando excusas.
Por denunciar ese estado de cosas he pasado tragos amargos. Los conocen el general Salamanca y Andrés Villamizar de la UNP. A mí no me ha visitado Porrón ni su gente. Pero le ordenaron a “Cumbia” que me pegara los tiros que no me han podido pegar. Obviamente no me voy a ir de Tuluá. Tampoco me voy a cansar de preguntar aquí y acuyá quien o quienes tan poderosos protegen a Porrón que acabó hasta con la verraquera que teníamos los tulueños.
POR GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEZÁBAL
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