Timochenko Y Cepeda Deben Explicar Qué Pasó Con José Cardona Hoyos

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Por: Eduardo Mackenzie

Las Farc (fracción Timochenko), dijeron el 3 y 6 de octubre pasado ser los autores del asesinato del líder conservador colombiano Álvaro Gómez Hurtado, crimen perpetrado en Bogotá por pistoleros, hasta hoy no identificados, el 2 de noviembre de 1995. Las incoherencias de esas declaraciones, sobre todo en cuanto al nombre de quien dio la orden, y los motivos que éste invocó, y la falta de pruebas materiales, han hecho hasta hoy poco creíble esa versión.

La intervención de alias Jesús Santrich agudizó la confusión. Sin negar que las Farc hayan ordenado tal asesinato, el prófugo jefe narco-terrorista rechazó, en un comunicado de un “partido comunista clandestino”, lo dicho por alias “Tornillo” (Julián Gallo). Este afirma que alias Jojoy fue el autor de la orden. Santrich negó además que Tirofijo (Pedro Antonio Marín), ex “comandante” de las Farc, les haya exigido silencio sobre ese magnicidio.

Lo que más alimenta la desconfianza es que la supuesta revelación del 3 de octubre beneficia al expresidente Ernesto Samper, quien desde hace años es acusado por la familia Gómez de haber dado la orden de ejecutar a Álvaro Gómez Hurtado para vengarse de la firme oposición que dirigía el jefe conservador a quien había ganado la presidencia con ayuda del narcotráfico.

Según el periodista Mauricio Vargas, la Fiscalía General iba a interrogar “a un exfuncionario del gobierno de Ernesto Samper”, sobre las intercepciones telefónicas ilegales sufridas por Álvaro Gómez Hurtado semanas antes de ser ultimado, poco antes de la “revelación” de los actuales jefes de las Farc.

Timochenko parece muy sereno a pesar de la gravedad de su autoinculpación. Él y otros cómplices de esa atrocidad suponen que nadie será inquietado pues todo está en manos de la JEP y porque “la Policía colombiana mató” a los pistoleros, y el Mono Jojoy también está muerto, así como Tirofijo. No hay pues a quien cobrarle ese crimen imprescriptible.

Después apareció la historia de un supuesto “libro de Tirofijo”. La prensa creyó ver en ese texto la “confesión” del atentado contra Gómez Hurtado. Pero un fiscal de la época, Eduardo Montealegre, trató de proteger la espalda de los implicados presuntos. Invocó una razón esotérica: que “los algoritmos” de esos textos “no correspondían con otros de Tirofijo”. El 17 de octubre, la revista Semana afirmó que “de las 1.553 comunicaciones internas de las Farc contenidas en el libro, solo 43 coincidían con los discos duros de los computadores incautados en los operativos militares, como el que dio de baja a Raúl Reyes.”

Así, la pretendida “confesión” de las Farc volvió a la situación inicial: nadie sabe nada, lo dicho es incierto, todo es gris, nadie responderá por ese magnicidio. Típico de las Farc.

Las Farc tienen otros cadáveres escondidos. Es hora de que Timochenko hable al respecto. Hay familias que acusan a las Farc de haber dado muerte a algunos ex dirigentes del mismo comunismo colombiano.

Durante varios años, José Cardona Hoyos fue uno de los 12 miembros del comité ejecutivo del Partido Comunista de Colombia elegidos desde el X congreso del PCC en enero de 1966 en Bogotá, que tuvo solo 162 delegados. José Cardona Hoyos era abogado, profesor universitario y fue miembro comunista de la Cámara de Representantes durante varios años. Pero en 1983 fue expulsado del PCC por desacuerdos políticos con la fracción dominante de Gilberto Vieira. Tres años más tarde, el 8 de mayo de 1986, fue asesinado en Cali, cuando se dirigía hacia su domicilio. Para desviar la investigación penal, el PCC hizo correr el rumor de que ese asesinato había sido cometido por “la extrema derecha”. Nunca se supo quién había ordenado y realizado de ese crimen.

Sin embargo, la familia de la víctima, en especial su hijo José Cardona Jiménez, pide que se haga justicia. Precisamente cuando las Farc, en sus conciliábulos con Santos en La Habana, exigían que se conociera “la verdad histórica” y que los archivos del Estado fueron abiertos y se nombrara una Comisión de la Verdad –que después será presidida por el cura marxista de Roux–, Álvaro Guzmán Barney acusó a las Farc y al PCC de haber ordenado ese asesinato.

En un artículo de El País, del 3 de junio de 2015 (1), el escribió: “Al releer los escritos [de Cardona Hoyos] y entrevistar algunas personas, todo conduce a pensar que fue ajusticiado por sus ideas políticas, no propiamente por grupos de derecha armados, sino por una acción perpetrada bajo la responsabilidad de las Farc y, tal vez, con la aquiescencia de miembros del Partido Comunista de ese entonces.”

Guzmán detalló: “Hay varios escritos del dirigente Cardona que han sido recogidos en el texto Ruptura (Ediciones Rumbo Popular, 1985) que muestran [que había] un conflicto interno muy fuerte dentro del Partido Comunista, entre posiciones que sostenía la Dirección Central y aquella que mantenía Cardona, en la Dirección Regional del Valle y el Cauca. En el fondo este conflicto tenía que ver con la visión crítica de Cardona a la táctica de la ‘combinación de las formas de lucha’, a su consideración de que el Gobierno de Belisario Betancur estaba muy lejos de ser ‘fascista’ y que la hora había llegado para que el Partido Comunista y sus miembros profundizaran exclusivamente una ‘línea de masas’ que se desarrollara estrictamente por métodos políticos y sin el recurso a la violencia.”

En una entrevista posterior, el hijo de la víctima, José Cardona Jiménez, dijo a El Espectador (2): “Mi padre creía firmemente que el lugar de la guerrilla era en la legalidad y sin armas”. Allí él describe con lucidez el clima terrible de intimidación interna que existía en la cúspide del PCC. Dice que la fracción más dura consideraba “como forma principal la acción armada guerrillera” y que esas diferencias se agravaron “particularmente después del XIII Congreso” del PCC, cuando en el Comité Ejecutivo Central “comenzaron a predominar grupos de izquierda extrema”. Más adelante, en esa entrevista, Cardona Jiménez da los nombres de los principales rivales de Cardona Hoyos: “Mi padre y algunos otros dirigentes creían que incluso en una época como la del Estado de Sitio y el Estatuto de Seguridad, en tiempos del presidente Turbay Ayala, lo que había que profundizar era la lucha democrática y ya en tiempos de Belisario Betancur exigía el ingreso de la guerrilla a la legalidad. Pero por esto fue estigmatizado, perseguido y catalogado de ‘traidor’ y ‘revisionista’, entre otras personas por Teófilo Forero y Manuel Cepeda Vargas.”

Estos dos no defendían la combinación de todas las formas de lucha (léase la combinación de todo tipo de crímenes) como una herramienta válida sino como la principal en todo momento y en todo periodo del combate “revolucionario” por del poder. Esa línea fue la que aplicó Tirofijo toda su vida y la que los jefes de las Farc aplican hasta hoy. Por esa razón las Farc, al menos hasta 2016, disponían de dos frentes, los más sanguinarios, bautizados con esos dos nombres.

Tras su expulsión, José Cardona Hoyos denunció las masacres que las Farc realizaban en el Cauca y contó en un folleto lo que ocurría en la cúspide de ese partido. Dos días después de publicar su testimonio fue asesinado. Su familia no quiso demandar a nadie, pero años después, José se dedicó a investigar en juzgados todo al respecto. En 2010, presentó su caso ante la Unidad de Víctimas pero ésta nunca le dió una respuesta.

Infatigable, José acudió a la prensa. En 2014, reveló mediante El País, de Cali, cómo fue urdido el asesinato de su padre. “Una semana después [del asesinato] mi madre recibió la visita de Héctor Herrera y Alberto López, dos compañeros de mi padre en la Dirección Regional del Partido, para contarle que el asesinato fue una decisión votada por el secretariado de las Farc, instigada por miembros del Comité Central del Partido Comunista e impulsada por Jacobo Arenas, pero con la única excepción de Manuel Marulanda. La acción la ejecutó el Sexto Frente. Pero hay además muchos otros indicios y testimonios que espero el país pueda conocer en el marco de la ‘Comisión de la Verdad’” (3).

Cinco años después, la tal “comisión de la verdad” no se da por aludida. Tampoco hablan los que viajaron a Cuba a negociar con Santos, a pesar de los pedidos de José Cardona Jiménez. El PCC es el más mudo de todos. Esa gente detesta que se hable de eso y transfiere la culpa al grupo Ricardo Franco, una escisión de las Farc que cometió no pocas atrocidades pero que nada tuvo que ver con lo de Cardona Hoyos. Otro que pasa agachado frente a esto es Iván Cepeda, a pesar de que pudo ser depositario de confidencias que podrían ayudar a hacer cesar la impunidad que rodea el asesinato de José Cardona Hoyos, pues su padre, Manuel Cepeda Vargas, fue uno de los más duros adversarios de las tesis de José Cardona Hoyos. Pero el senador comunista es, como los otros, mudo sobre ese punto.

Este 14 de octubre, Cardona Jiménez envió una carta al Partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y a los jefes del PCC para pedirles que digan la verdad sobre el caso de su padre (4). En su carta, Cardona Jiménez anuncia: “Existen ya varios testimonios (aun no públicos) de ex miembros de la guerrilla y personas cercanas al PCC que están próximos a colocar sus versiones ante la JEP y la Comisión de la Verdad en las que son narrados (sic) en detalle las circunstancias del asesinato de José Cardona Hoyos por parte de ustedes y la relación de éste infame crimen con miembros del Comité Ejecutivo Central del PC de la época.”

Si esos destinatarios siguen callados no le quedará otro remedio a Cardona Jiménez que acudir cuanto antes, con sus testigos, una vez más, a la prensa

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