Por Julio César Vásquez Higuera.
I
“Nos dirigimos a toda la Nación, a todo compatriota
que crea en las ideas que vamos a proponer…”
Este fue tu primer llamado, Jefe,
tu invitación abierta a una gran cruzada
por la dignidad de tu patria, por su renacer…
Con esta proclama y la reciedad de tu tierra
irrumpiste enhiesto en un país aletargado,
carcomido por el poder de la droga maldita
cuyos tentáculos, a Colombia, habían postrado…
Fuiste un paladín, un valiente, un visionario
que levantó su dedo acusador, puro y franco,
que denunció sin rodeos, sin temor, con coraje
por igual, al corrupto, al politiquero, al narco…
“Sepulturero del partido” te llamaron, te acusaron
por pregonar, de la política, una nueva concepción,
por defender la libertad, la democracia, la justicia
por creer en tus ideas, en tu pueblo, en tu nación…
Líder carismático, auténtico, sin esguinces
penetraste, sin permiso, el corazón de tu gente,
tu sonrisa abierta, tu mirada límpida, tu camisa roja
te incrustaron en nuestro pasado, futuro y presente…
II
Pero, gran Jefe, el odio no dio tregua
y cual marea mortal te fue merodeando,
segando de paso la vida, la ilusión y la lucha
de aliados tuyos, tus amigos, de tu bando…
La luz de tu existencia, tu horizonte vital
fueron cobijados por negros nubarrones,
la soledad, la desprotección, la insolidaridad
sellaron tu final, gran hombre, entre los hombres…
Aquella noche de agosto, aquel viernes fatídico
cumpliste valerosamente tu cita con el destino,
la multitud te esperaba, te abrazaba, te vitoreaba
y entre ella, agazapado y cobarde, el asesino…
Cuatro ráfagas sonaron, como cuatro aullidos
de un monstruo maldito que estremeció a Colombia,
los balazos que horadaron tu cuerpo, transmutaron
en demonios siniestros, letales, sin misericordia…
Con tu cuerpo desplomado, murió la esperanza
de un tajo, sin atenuantes, acribillaron la alegría,
y murieron los sueños y nos quedaron debiendo
un mejor futuro, tu oratoria, tu faro, tu guía…
III
El ramalazo de pena nacional por tu muerte
se reprodujo mil veces en tus funerales,
venidos de la rabia, de la impotencia, llegaron todos
de la provincia, la ciudad, del cemento, de los pastizales…
Heme aquí Jefe, uno entre tantos y tantos
mascullando entre dientes mi tristeza y dolor,
soportando contrito, la venganza de los miserables
cargando tu féretro, aferrado a tu luz con devoción…
El cortejo avanza, la multitud te aclama:
“Galán, amigo, el pueblo está contigo…”
son las campanas del adiós, cada paso, cada cuadra
con un segundo tañido: “asesinos, asesinos…”
Aquí están todos tus seguidores, la razón de tu lucha
tus afiches, las banderas, las coronas.. la ira santa ¡
un maremágnum de infinita pena, una pesadilla,
ríos de llanto, rostros desolados, la desazón, la nada…
Tu ataúd no pesa, Jefe, pesa más la historia
que dejaste trunca, expósita, adolorida,
aquí estamos tus escuderos de mil batallas
afligidos por tu muerte, agradecidos por tu vida…
IV
Ha pasado el tiempo, Jefe, desde tu partida
cuando nos saquearon, inmisericordes, tu aliento,
hoy, tu figura, tu parábola, tu ejemplo
son lanzas clavadas en el alma, en el recuerdo…
“Los hombres los pueden matar, pero las ideas no”
nos golpea cada agosto, ésta, tu premonición,
acaso solo tu muerte se hizo realidad?
acaso tus ideas? y tu prédica? y tu pasión??
Hoy, el país que soñaste es una quimera
se quedó enredado en la memoria colectiva,
abundan, para tu pesar, los falsos profetas
los mercaderes del voto.. oh tragedia repetida…
Ahora, el “poder oscuro y criminal” que denunciaste
ha mutado en mil cabezas, como una peste,
“los buenos somos más..” repiten los cándidos, en tanto
el dinero fácil, el desprecio a la vida.. resplandecen ¡
Es el final… mientras tanto, Jefe, y mientras siempre ¡
ahí está tu legado, tu reto a la sangre nueva:
“Ni un paso atrás, siempre adelante… ¡
y lo que fuere menester… Sea ¡¡”