Por: mario arias gómez.
Conforme a lo propuesto, hoy me ocupo del cálido, enaltecido, entrañable y sobrio amigo, Augusto Trejos Jaramillo, cuya amistad me honra sobremanera, la cual conservo intacta, en mí ya estropeado corazón, memorioso escrito que barrunto en el ‘Parque del amor’ (foto), del turístico Miraflores, de la señorial Lima, al calor de unos imprescindibles ‘piscos sour’, frente al apacible y frío ‘Océano Pacífico’ (color turquesa) -el mayor de la Tierra-, supuestamente manso.
Egregio maestro, ejemplo de limpieza moral, ya como inexpugnable exmagistrado de Estado; exsuperintendente de Industria y Comercio; exsecretario de la ‘Comisión Tercera’ (Senado de la República); exalcalde de su natal Riosucio (Caldas); exsecretario de Gobierno de Manizales -alcaldía de Ernesto Gutiérrez-. Exquisito hombre de bien, ardoroso colombiano, caballeroso, inteligente, irrepetible, de carácter firme, sin pecados de vanidad, de soberbia, de exceso de figuración; insuperable compañero, al que desde tiempos inmemoriales me atan, inextinguibles e irrompibles lazos de camaradería, incólumes, indemnes aún, compilados en medio siglo de apreciada, afectuosa e ininterrumpida confianza -sin sombras ni altibajos-, por quien profeso admiración y respeto profundos, aunados a sus cálidos hermanos, Laurita, Jorge y Gustavo.
Lúcido, olfativo, perspicaz, sagaz y valiente dirigente, quien en su discurrir profesional, se ha consolidado como un eminente jurista, con quien compartí un Maestro -con mayúscula- de campanillas, LUIS GRANADA MEJÍA, cuya cátedra se convirtió con el tiempo, en una experiencia humanística inigualable, como en la actualidad son, mis enriquecedores reencuentros, que indefectiblemente mantienen encendida la llama de mi admiración, tea que alumbra el permanente repaso crítico que con él hago del suceder nacional, que nutre -además- mis elementales disquisiciones semanales.
Brioso, genuino, inagotable e indeclinable paladín, alzatista por convicción, en el sentido lozano del término, informado como ninguno, quién abrazó con fervor sus ideas; ajenas a la demagogia de ocasión, al recurrente populismo -hace dos días el Mariscal cumplió 58 años de fallecido-. Pundonoroso y cimero vigía -sin arrogancia, dogmatismo, ni complacencia de coyuntura- de su pensamiento; de su inalienable valor como ser humano; de sus principios éticos, morales; de su libertad en todas sus acepciones; de respeto a las ideas ajenas.
Contemporáneo por quien siento -desde que lo conocí-, gran admiración, al que sin añadir virtudes que no tiene, considero una persona polifacética, inquieta -intelectualmente hablando-, decente, limpia, rigurosa, transparente, que he tenido el privilegio de tratar, modelo de conocimiento presente, en su abigarrado, abrillantado, enaltecido, exitoso y probo ejercicio profesional, sin ambigüedades, sin dudas.
Como líder estudiantil, fue acatado, respetado y admirado por nuestro guía común, Granada Mejía, y por figuras de similar alcurnia, catadura y estatura moral, los que con la responsabilidad social que animó sus idearios, hicieron historia: Cornelio Reyes, J Emilio Valderrama, Miguel Escobar, Rodrigo Lloreda, Omar Yepes, y otros que me haría interminable nombrarlos a todos, o cometer -quizás- el desafuero de dejar de citar alguno.
El rutilante prestigio del cuasi-hermano, lo debe a su excepcional sentido de la pulcritud, sin tacha, sin una sola desviación, en su larga y fructífera vida pública. Ser original, agudo, altruista, bueno, cortés, decente, distinto, generoso, leal, parco; estricto en el cumplimiento del deber; esposo sinigual, inmejorable hermano, afanoso por servir y ayudar a sus paisanos, vocación que emula con la del ecuánime, imperturbable y sabio coterráneo, JULIO CÉSAR URIBE ACOSTA, paradigmas de amistad; invictas e insuperables estatuas vivientes de la ética, el buen hacer; reservas patrimoniales de la fulgurante y valiosa ‘tierra del Ingrumá’; fraternos pares, que con sus enseñanzas, dieron ánimo y vida a este humilde coetáneo, que reconoce que quedan pocos como ellos.
A riesgo de abusar de los adjetivos, ninguno exagerado, todos precisos, justamente ganados, aventajados -ambos- discípulos espirituales de Ulpiano, jurista romano, que enseñó que “la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde”, soporte -sin cálculos, ni sospechas- de sus inamovibles, ideales y convicciones, contrario a la recua de palaciegos serviles que, tras el disfrute de algún privilegio material, reptan, venden al mejor postor, el alma al diablo. Permisivos que, por un plato de lentejas, acomodan, ajustan, transmutan -sin rubor- conceptualmente arquetipos, inmanentes principios, postulados, valores, a efecto de acomodarlos ‘incondicionalmente’, al servicio del mandamás de turno, engrosando el maledicente rebaño de los tránsfugas, mientras les mantengan las dádivas vejatorias.
Hidalgos prohombres, ‘hijos del trueno’, brillantes como pocos, a quienes he tenido la ventura de corear por décadas, como disciplinados ejemplos de lucha, amantes de la ley, el orden, quienes abrieron los ojos -sin arredrase-, donde otros los cerraron; hablaron donde otros callaron; vencieron donde otros se hundieron, derrotaron a los que se creyeron invencibles, resistieron -en síntesis- lo irresistible.
Lima (Perú), noviembre de 2018.