El desplante del Gobierno de Santos al General Harold Bedoya Pizarro

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Nadie de la Presidencia de la República hizo presencia en los funerales de este alto oficial de las Fuerzas Militares colombianas.

La muerte del General del Ejército Harold Bedoya Pizarro nos dolió y nos impactó a todos los que lo conocimos como persona y como militar. Integro, generoso, comprometido, leal, disciplinado, amante de su patria y digno hombre de armas que durante 42 años honró como ninguno la comandancia de nuestras Fuerzas Armadas. Dignidad, carácter, libertad y democracia fueron, en sus propias palabras, los conceptos que lo marcaron durante toda su vida.

Nunca se echó para atrás, jamás se dio por vencido, lo que emprendía lo terminaba, la rendición no estaba en su léxico. Por eso enseñaba en cada momento esa arenga inmortal del general José María Córdoba en la Batalla de Ayacucho, “Soldados, no hay marcha atrás, armas a discreción, de frente, paso de vencedores”.

Pocos militares como él. Ejemplar. Lo recuerdo con orgullo oficial y Comandante del Ejército y las FFMM. Garante, y siempre con la tarea de velar por la soberanía, independencia, integridad territorial, orden constitucional, la vida, la honra, los bienes, las libertades y los derechos de todos.

“La verdadera paz es trabajo, es alimento, es agua, es justicia, es dignidad”, repetía convencido siempre.

Cumplió hasta su último día con el juramento a su “adorada bandera” que como soldado y colombiano se comprometió ante Dios y la constitución.

Su muerte sorprendió a los que lo conocimos y admiramos porque con la firmeza que rebosaba luchó como guerrero invencible contra sus complicaciones. Por eso sus amigos, alumnos y admiradores siempre guardamos la esperanza de que de esta batalla también saliera más que vencedor.

Ese día fue doloroso. La noticia afectó el corazón mismo de quienes hemos conocido por dentro los soldados de nuestra patria. Sus verdaderos amigos lloramos. No cualquiera quien decía adiós. Era el General Bedoya Pizarro, el retrato fidedigno de las gloriosas fuerzas militares, el soldado estratégico, tropero, recto y lleno de amor por su terruño.

Un hombre de esas características humanas y de servicio a la patria merecía en vida honores de parte de todos, de las autoridades civiles que defendió con integridad y de un gobierno que debió reconocerle su jerarquía, pero que se ausento mezquinamente. Por eso su muerte y sus honras fúnebres que debieron ser un homenaje a la hidalguía, a la caballerosidad y a la decencia por parte de amigos, compañeros y aun de personas que no compartieron su personal concepto de lo social y político, desnudó la malquerencia de un presidente y de un gobierno ausente lleno de prejuicios políticos e ideológicos.

Nadie del establecimiento dirigido por el Presidente Juan Manuel Santos estuvo presente acompañando a familiares del ilustre soldado. Ni una palabra, ni un ministro, ni un dirigente, ni un delegado. Ninguno. Pareció que fueron órdenes superiores de no participar de los merecidos honores al General Bedoya Pizarro.

Contradictorio que un gobierno que con orgullo político enarbola la bandera de la paz, haya sido derrotado por la mezquindad y el resquemor. Indignante que un gobierno que consigue todo con su discurso pacifista, manche y arrugue su dignidad.

Quedó claro que el enemigo más poderoso es el que llevamos dentro. Razón tuvo Aristóteles cuando dijo que “es más valiente el que conquista sus deseos que el que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”. Y ahí perdió Santos y su gobierno, porque el General Bedoya Pizarro después de su muerte también les ganó. Los derrotó con honor, con decencia, porque les desnudo todos sus ardores y furias como seres humanos.

Descanse en paz, General Harold Bedoya Pizarro, sus familiares, alumnos y amigos, recordaremos y defenderemos su valioso legado. Sus enseñanzas y su lucha dieron frutos que vivirán perennemente. Usted fue semilla de árboles frondosos en los que posan principios y valores indestructibles. Perdón si le quedamos debiendo.
Vaya con Dios…

Por Hernando Bocanegra Bernal

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