El día que Pablo Escobar obligó a Héctor Lavoe a cantar toda la noche sin parar

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Como homenaje al gran cantautor puertoriqueño Héctor Lavoe, quien cumplió 25 años de fallecido, La Otra Cara recoje esta crónica sobre una anécdota suya en Colombia, producto de su reconocida fama.   

Tomado de salsaconestilo.com

La presente es la crónica del periodista y escritor colombiano Juan José Hoyos para el periódico El Colombiano de Medellín, sobre la historia relatada por un taxista del día que Héctor Lavoe y sus músicos de esa época, se fugaron de una fiesta de mafiosos. Acá está esta el relató:

Después de la medianoche, mientras íbamos por la transversal superior en dirección sur-norte, de El Poblado hacia Medellín. En un comienzo me costó trabajo creerla, pero luego la vida me dio pruebas más que suficientes de que era real. El taxista me dijo, señalando con un dedo un barranco, al lado de la avenida, que en medio de la noche, junto a un resalto en el pavimento, tuvo que disminuir la velocidad y se le apareció un tipo vestido de frac y descalzo.

El hombre saltó a la vía como si fuera un gato y se quedó parado en la mitad. Se veía que estaba asustado. Le dijo que lo llevara a un hotel. Que iba sin un dólar. Le dijo que era Héctor Lavoe. Que estaba cantando en una fiesta de mafiosos y la cosa se había puesto muy pesada. Que estuviera tranquilo, que en el hotel le pagaban la carrera. El taxista no le creyó. Sin embargo, le abrió la puerta, lo dejó subir y se quedó mirándolo por el espejo retrovisor.

Luego, le dijo: -Qué pena, señor, pero para yo creerle ese embuste, me va a tener que cantar “Yo soy el cantante” si quiere que lo lleve al hotel. Héctor Lavoe se mostró contrariado y después se indignó: -Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema! ¡Un tipo de esos me hizo repetir como diez veces esa canción, amenazándome con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a la orquesta no canto más, apaguen los equipos!

El taxista insistió. Trató de explicarle que el de ellos era otro caso. Qué él estaba haciéndole un favor. Que lo había recogido sin saber quién era él. Que había aceptado llevarlo hasta el hotel sin que le pagara la carrera y que la única manera que tenía de comprobar que él sí era Héctor Lavoe, era oyéndolo cantar esa canción.

Héctor Lavoe no discutió más y empezó a cantar: Yo soy el cantante / que hoy han venido a escuchar / lo mejor del repertorio a ustedes voy a brindar. / Y canto a la vida / de risas y penas / de momentos malos / y de cosas buenas. Vinieron a divertirse / y pagaron en la puerta / no hay tiempo para la tristeza /vamos, cantante, comienza.

El taxista dice que cuando oyó la primera estrofa se le pusieron los pelos de punta. ¡El que cantaba era el mismísimo Héctor Lavoe! ¡Nadie más podía cantar así! Lavoe, tal vez sintiéndose un poco humillado, pero contento porque el taxi por fin lo llevaba hacia el hotel, siguió cantando: Y nadie pregunta / si sufro si lloro / si tengo una pena /que hiere muy hondo. Yo soy el Cantante / porque lo mío es cantar / y el público paga / para poderme escuchar.

El taxista dice que esa noche, mientras llegaban al Hotel Intercontinental, Lavoe cantó toda la canción, de principio a fin. Cuando él estacionó el taxi junto a la puerta principal del hotel, tal como el cantante le había prometido, uno de los managers del conjunto bajó de su habitación y le pagó la carrera. Se despidieron como un par de amigos. -No se le olvide: recogí a Héctor Lavoe en el mismo punto donde lo recogí a usted. El tipo salió de un matorral -me dijo el taxista, cuando nos despedimos.

Un tiempo después, le conté la historia a Umberto Valverde, en Cali, donde Lavoe era un ídolo. Él dijo, abriendo los ojos: ¡Todo eso es cierto! Y me mostró unos testimonios de varios músicos de la orquesta de Héctor Lavoe. Gilberto Colon Jr. recuerda así el episodio: “Para llegar a la casa era necesario viajar por helicóptero o ir a pie. Al llegar a la montaña, el conductor del autobús dejó a la banda. De ahí en adelante, tuvimos que caminar, subiendo una colina empinada, por más de media hora, para llegar a la residencia. No había otra manera de llegar a ese lugar tan privado y distante…”

Eddie Montalvo, el conguero, también estaba presente y recuerda: “Como Larry Landa perdió su vuelo, no pudo llegar a tiempo para ver el espectáculo. Su ausencia causó un problema para Héctor. Los músicos no tenían un representante para protegerles contra los guardaespaldas en esa residencia. El contrato les exigía a Héctor Lavoe, Vicentico Valdés e Ismael Miranda que tocaran hasta las dos de la mañana, pero antes de comenzar, el organizador le pidió a Héctor que su banda tocara hasta las seis. Debido a la naturaleza amenazante de la propuesta, Héctor declaró firmemente: nosotros fuimos contratados para tocar hasta las dos de la mañana. Lo toma o lo deja?”

“Cuando fueron las dos de la mañana, Héctor le dijo a la banda que pararan. El organizador los amenazó a punta de pistola para obligarlos a continuar cantando. Quería que Héctor repitiera Yo soy el cantante. Ismael Miranda se envalentonó y los guardaespaldas también. Hasta que los llevaron a un cuarto pequeño que cerraron con llave el resto de la noche”. El taxista me dijo que el cuarto era un inodoro.

Montalvo cuenta: “Después de una hora, Héctor rompió una ventana y con la ayuda de los otros músicos salieron uno por uno por ahí, sin sus instrumentos, en la oscuridad y con miedo. Por treinta minutos se resbalaron, se cayeron, hasta que salieron a la carretera.

Mientras caminaban, Ismael dijo: En la vida, Dios nos aprieta, pero no nos ahoga”. Después convinieron que Héctor parara un taxi y fuera hasta el hotel a pedir ayuda. “Al otro día vino al hotel alguien de esa familia y nos devolvió los instrumentos, pero los pasaportes no. Tuvimos que acudir a las autoridades para salir del país”.

Tomado de salsaconestilo.com

Textos: Juan José Hoyos (El Colombiano)
Edición y Fotografías: Gabriel González (Director www.salsaconestilo.com)

Texto titulado originalmente: «El día que Héctor Lavoe se fugó de una fiesta de mafiosos».

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