El preso #1087985

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Por Julián Buitrago.

No, ese número no le tocó a Timochenko, jefe máximo de las FARC, y posterior candidato presidencial, tampoco a Tornillo, Biojó, Catatumbo o a la moza de Tirofijo, ellos gozan en libertad de las curules que les regaló Santos y probablemente nunca pisen una cárcel a pesar de haber cometido los crímenes más abominables contra el pueblo colombiano, para eso tienen corte de bolsillo que les dará absolución.

No tuvo número Samper, a pesar de quedar plenamente comprobado que comprara la presidencia con plata del cartel de Cali, saliera en una foto con la monita retrechera, que se ganó el apodo porque así le decía cariñosamente en una llamada que el país entero escuchó, y su gerente de campaña contara en una entrevista que él sí sabía. Bastó con que dijera “todo fue a mis espaldas”, “aquí estoy y aquí me quedo”, para que la justicia no lo tocara, aunque sí terminarán en la cárcel ese gerente, Fernando Botero, que ocupaba el ministerio de defensa y su tesorero, el famoso anticuario Medina.

No tuvo número Gaviria, a pesar de aliarse con los Pepes, una temible banda de paramilitares, para dar de baja al capo Pablo Escobar, después que se escapara del hotel cinco estrellas que el ministro de justicia de la época le diera por cárcel, donde cometió con sus secuaces crímenes que asustarían a Tarantino. Por cierto ese ministro tampoco tuvo número, eso sí, fue sancionado por la procuraduría y estuvo inhabilitado por muchos años, hasta que un procurador amigo hizo desaparecer la merecida sanción y lo resucitó para la vida pública. Ese favor le permite ser el Procurador actual y seguro precandidato presidencial.

No tiene número Santos. ¡Cómo va a ser condenado el autor del mejor acuerdo de paz de la Galaxia! Que para lograrlo hubiera tenido que comprar la reelección con plata de Odebrecht es un detalle menor, apenas una anécdota para contarle entre risas a los nietos. Para eso le dio muy buenos contratos a quien fuera su gerente de campaña, el amigazo Prieto que no tuvo problema en sacrificarse y ganarse un corto carcelazo. El Nobel solo tuvo que decir: “me acabo de enterar” y asunto olvidado. No importa que sus socios electorales, los inolvidables ñoños se encuentren detenidos y quieran confesar, la justicia selecciona perfectamente lo que al país le conviene o no le conviene conocer.

No tiene número el exvicepresidente de Santos, aunque su partido Cambio Radical tuvo el mayor número de condenados por parapolítica. Tampoco importó que se le derrumbara un puente en construcción en la vía al Llano que dejó varios muertos y él fuera el responsable de la infraestructura. Su jefe declaró que era “normal” que los puentes se cayeran.

Si no fue un crimen de lesa humanidad como los cometidos por los terroristas de las FARC, si no fue una alianza criminal con unos bandidos, si no fue la compra de elecciones con recursos ilícitos, ¿qué fue eso tan grave que hizo Álvaro Uribe para ganarse el número? Nada menos que tratar de defender su derecho al buen nombre. Cansado de saber que un farcpolítico recorría las cárceles del mundo buscando incriminarlo en diversos delitos tratando de sobornar testigos, decidió denunciarlo ante la Corte. Pero en el país del realismo trágico la víctima se volvió victimaria.  No hubo investigación ni chuzada al teléfono del denunciado, lo que sí hubo fue una chuzada “sin querer queriendo” al denunciante y todo tipo de irregularidades, como las filtraciones selectivas a un periodista obsesionado, que terminaron con la libertad del #1087985.

No existe prueba reina para condenar al Senador, de haber una foto, una llamada, un mensaje de texto que lo señale inequívocamente de sobornar testigos, ya el bloggero Coronell la habría publicado y estaría replicada en las cuentas de todos los que odian a #1087985.  Les tocó cambiar la evidencia por 1580 páginas de conjeturas y conclusiones amañadas.

Tome nota: Usted puede secuestrar, violar, reclutar niños, asesinar, traficar, robarse elecciones, pero nunca, nunca se le ocurra defender su honra. En este país de cafres eso es imperdonable y lo convierte en un peligro para la sociedad. Tan grave como robarse un caldo de gallina, o ¿ya se les olvidó el pobre hambriento que terminó preso por ese horrendo crimen?

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