Por: Eduardo Padilla Hernández.
Hace aproximadamente veinte años, por circunstancias profesionales, conocí a Rafael, cuando a él lo nombraron en el departamento del Medio Ambiente de Cartagena.
Recuerdo que, en esa época, Rafo me otorgó poder para trabajar en uno de sus negocios. Yo saqué adelante esa empresa con éxito, y de ahí surgió una gran amistad.
Posteriormente, me reuní con mi amigo Vergara, cuando yo fui a Cartagena a dictar unos seminarios en el Departamento Administrativo del Medio Ambiente.
Pero después, regresé a la Ciudad Heroica, a defender a unas comunidades, como consultor; para elaborar una tutela, mediante la cual se cerró el relleno sanitario Henequén de la ciudad amurallada.
En ese caso, Rafael y yo fuimos contrincantes. Él, defendiendo el tema ambiental, y yo, censurando el daño ambiental que ese relleno le causaba a las familias, especialmente a los niños que vivían alrededor del basurero.
En una tercera oportunidad, le gané una batalla jurídica; pero eso no fue piedra de tropiezo para dañar la buena relación de amistad que siempre existió entre nosotros.
Fuimos simpatizantes en causas comunes, como la defensa de los manglares de Cartagena, la defensa del aire, la defensa del agua potable, las energías limpias y demás causas donde nuestras agendas era afines
Rafael Vergara Navarro, fue abogado, dirigente político, periodista, poeta, ecologista y líder de opinión.
Ocupó diversos cargos públicos, entre ellos, a nivel nacional, la Auditoría de la Casa de la Moneda, la Dirección de Control de Cambios Internacionales y la Dirección General del Control del Banco de la República, todos ellos en la extinta Superintendencia Bancaria.
A nivel local, la Dirección General del Departamento Administrativo del Medio Ambiente, el Establecimiento Público Ambiental, la Secretaría General de la alcaldía de Cartagena y la Dirección del Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte del Distrito.
Pero, bueno, Rafo se nos fue adelante y, hoy, a ese gran ser humano, lo extrañará el barrio Crespo, el Corralito de Piedra, y también nos hará falta a todos los ambientalistas de la Costa Caribe.
Una tarde, mientras tomábamos café en la Matuna, Rafo, que además de abogado ambientalista era poeta, pensaba en voz alta, diciendo:
-Eduardo, ¿por qué los demás no nacieron con nuestras inquietudes? ¿Por qué tienen otro espíritu diferente?
Yo le respondí:
– ¿Te refieres al espíritu de la apatía?
Bajo la tenue luz del crepúsculo, recordamos, en ese momento, al poeta Luis Carlos López, que, quizás pensando lo mismo que Rafo, escribió el poema:
LOS ZAPATOS VIEJOS
“Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y la espada,
del ahumado candil y las pajuelas.
Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín. Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada.
¡Ya no viene el aceite en botijuelas!
Fuiste heroica en los tiempos coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.
Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos”.
En virtud de lo argumentado en este homenaje póstumo, puedo concluir que la postura de Rafael Vergara Navarro era la de un ser ambientalista, la cual es la que apoyé y compartí con él durante toda su vida. Por esta razón voy a finalizar este homenaje con un fragmento de mi poema:
EL AGUA
El espíritu supremo de la vida motivó la precipitación de la primera cascada en el principio, creando al hombre en las profundidades del precioso líquido, sólido, gaseoso, la misma leche y miel de los tiempos del génesis. Ahora, el flamante mito de un rendimiento elevado, que satisface la creciente demanda, cometió el desliz acuático de iniciar maniobras en contra del océano, del río, de la ciénaga y de los cauces. Pero un ejército de aluviones, rocas, diamantes, oro, plata y substancias oleaginosas, se enrolan para impugnar la hostilidad humana con el arma silenciosa del efecto invernadero (…).