La Cicatriz y el Favor: Una Reflexión Ciudadana sobre la Memoria Cívica

Compártelo:

Por Eduardo Padilla Hernández

La sentencia de Martin Luther King, «Nada se olvida más despacio que una ofensa y nada más rápido que un favor», no es solo una reflexión psicológica; es una radiografía poderosa de nuestra memoria colectiva como sociedad. Vivimos inmersos en este fenómeno, casi como una ley no escrita de la convivencia. La ofensa el agravio, la injusticia, el daño recibido se incrusta en el individuo y en el cuerpo social con una tenacidad profunda. Modifica conductas, siembra desconfianza y construye relatos amargos que se transmiten por generaciones. En cambio, el favor, el gesto de bondad, la ayuda desinteresada, parece desvanecerse en el aire apenas realizado, dejando apenas un rastro leve en nuestra conciencia.

Desde la mirada de un ciudadano común, pero con la conciencia aguzada que puede dar el conocimiento y la reflexión, esta desproporción en el recuerdo plantea una pregunta cívica crucial: ¿Qué tipo de comunidad estamos construyendo si nuestro «disco duro» colectivo prioriza y eterniza el resentimiento mientras desecha la gratitud?

El ciudadano letrado observa este fenómeno en todas las esferas: en las rencillas vecinales que duran décadas, en la desconfianza generalizada hacia instituciones y políticos por errores pasados (aunque algunos hayan actuado bien después), en la dificultad para perdonar y en la facilidad para condenar. Nuestra arquitectura emocional parece estar diseñada para la queja y la desilusión. El «favor», cuando se recuerda, a menudo se minimiza: «era su deber», «lo hizo por interés», «no fue para tanto». Lo damos por sentado, como si la decencia y la solidaridad fueran la norma y no, como en realidad son, actos valiosos que sostienen el frágil tejido social.

Practicar lo que nos hace felices y bendecidos, entonces, requiere un acto de voluntad consciente y casi contracultural. Implica un ejercicio diario de reeducación de nuestra memoria. No se trata de olvidar las ofensas graves la justicia y el límite son necesarios, sino de negarles el poder de definir por completo nuestra visión del mundo y de los demás. Consiste, sobre todo, en entrenar la mirada para detenerse en el favor, en el gesto amable, en el acto de honradez. Requiere recordarlos activamente, narrarlos, agradecerlos y, sobre todo, replicarlos.

La verdadera ilustración, la auténtica «letra» de un ciudadano, no se mide solo por lo que sabe, sino por cómo gestiona su memoria emocional y su participación en la polis. Un ciudadano sabio es aquel que, conociendo la profundidad que puede alcanzar la herida, decide deliberadamente regar la semilla del favor recibido. Es quien entiende que una sociedad que solo recuerda agravios es una sociedad envenenada y paralizada, mientras que una que cultiva el recuerdo de la cooperación y la bondad es una comunidad resiliente y con futuro.

Este martes, la invitación es a un examen de conciencia cívico: ¿En qué estoy enfocando mi memoria personal y mi narrativa sobre los demás? ¿Eternalizo las faltas y borro las bondades? El cambio comienza con uno. Al recordar con fuerza un favor, al agradecerlo y al convertirlo en un acto hacia otro, empezamos a reequilibrar la balanza. Construimos, desde lo micro, una polis donde la felicidad y la bendición no sean accidentes fugaces, sino el resultado de una memoria colectiva que haya aprendido, por fin, a valorar la luz con más fuerza que la sombra. Porque al final, la calidad de nuestra convivencia depende menos de los agravios que hayamos sufrido y más de los favores que recordemos y devolvamos.

Compártelo:
Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *