Por: Sebastián Calderón.
Con el triunfo del Rechazo (62%) frente al Apruebo (38%) el pasado domingo 4 de septiembre, la sociedad chilena decidió que la Constitución presentada no era el proyecto que incluyera a todo un país. El proceso constituyente chileno, que prometía ser una guía y una esperanza para los países de América Latina, especialmente frente a temas de participación e inclusión, terminó por ser rechazado masivamente por el pueblo chileno. Mucho se ha dicho sobre las posibles causas de este resultado. También se han hecho esfuerzos por señalar responsabilidades en la derrota. En todo caso, este resultado deja, como mínimo, tres aprendizajes fundamentales para América Latina.
Antes de pasar a los aprendizajes, es debido rescatar que, más allá del resultado del plebiscito, Chile logró imponer una nueva forma, participativa e inclusiva, de llevar a cabo procesos políticos de envergadura nacional. Es un consenso en la región, que el tipo de decisiones que tienen que ser tomadas por un cuerpo colegiado elegido popularmente, como lo fue la Convención Constitucional, debería procurar ser paritario e incluir la voz y representación de indígenas y de minorías tradicionalmente excluidas de los espacios de toma de decisión. Esto, es un aprendizaje previo al resultado del plebiscito.
Pero ¿cómo un proceso que se erige sobre bases tan inclusivas e históricamente responsables con quienes no han participado del poder antiguamente, termina fracasando como proyecto de país, sin posibilidad de plantear un horizonte reconocible para las y los chilenos? Aquí unos puntos a considerar, no solo para procesos venideros en Chile, sino para la región entera:
* La política de los derechos humanos y de las identidades debe ser capaz de crear un sentido común para la ciudadanía:
La Convención Constitucional se edificó sobre la base de una ciudadanía desgastada por la crisis de la representación y la participación -fenómeno que no sólo inquietó a Chile sino a toda la región-. Desde la responsabilidad de “recuperar la democracia” que habían desgastado los partidos políticos tradicionales, la ciudadanía decidió en el plebiscito de entrada en la Convención, la elección de 155 constituyentes que representaban causas diversas, características del estallido social de octubre de 2019 y que tenían un elemento común: habían estado tradicionalmente excluidas de participar de las decisiones del Estado.
La pasada Convención Constitucional se esforzó por entregar un texto, que si bien no era perfecto, comprendía un avance considerable en temas ambientalistas, feministas, regionales, identitarios, etc. Lo que en un principio fue una oportunidad, se convirtió en una apuesta colectiva por incluir la mayor cantidad de elementos de esas agendas dentro del proyecto de nueva Constitución de Chile.
Sin embargo, el triunfo aplastante del Rechazo, deja entrever que a pesar de que se reconocieran las voces y agendas de estas poblaciones, de estas identidades, no se logró construir un sentido común y un horizonte reconocible para las y los chilenos. Lo que parecía ser la esperanza de una Constitución más incluyente, resultó ser, en palabras de varias chilenas y chilenos, una Constitución “para unos pocos”.
Que un texto constitucional le hable a la mayoría de la ciudadanía es la apuesta de todo proceso constituyente. ¿Cómo mediar entre apuestas de grupos minoritarios, muchas veces subrepresentados, y las visiones y creencias de la mayoría? Sabemos que muchos proyectos transformadores comprenden en su seno el cambio del statu quo. La pregunta es ¿cómo lograr estas transformaciones?, si desde las apuestas más simbólicas (no necesariamente radicales) se dio una visión generalizada de un proyecto que no era capaz de hablarle a todo un país, sino a unos cuantos.
* Más levadura crítica en las calles:
Con el estallido social se perfilaron íconos movilizadores de esa revuelta popular. Muchos de estos personajes insignes de la movilización, hicieron un tránsito hacia la política institucional; bien sea elegidos como representantes constituyentes en la Convención Constitucional o como parte del nuevo gobierno de Gabriel Boric. Esto, a grandes rasgos, se percibía de manera esperanzadora, ya que era un triunfo de esas voces subrepresentadas llegar a los espacios de toma de decisiones públicas.
Sin dejar de lado la euforia sobre lo que evidentemente comprende un triunfo de la sociedad civil organizada, no deja de llamar la atención sobre el efecto que tuvo en la campaña del plebiscito de salida.
Jean Paul Lederach, en su libro “La imaginación moral”, utiliza una metáfora para las movilizaciones sociales, que intentaré resumir acá: Las movilizaciones sociales son como el pan. Una parte fundamental de las movilizaciones, al igual que en el pan, es la masa crítica. Sin la masa crítica, sin las movilizaciones y las plazas llenas, los movimientos no existirían. Sin embargo, los colectivos necesitan también de eso que conocemos como la levadura crítica, que no son más que las personas movilizadoras, con una amplia capacidad de hacer que las cosas pasen y de diseñar, planear, convocar y, en algunos casos, transformar.
Utilizando esta analogía de Lederach, la levadura crítica de la sociedad chilena se institucionalizó, dejando vacíos algunos espacios en la sociedad civil. Es aquí donde se puede anticipar la incapacidad de esa sociedad civil de trastocar la narrativa de las fake news, de cambiar el sentido y de crear una narrativa común de la Constitución a partir de elementos de suma importancia, como por ejemplo, la inclusión de derechos del medio ambiente en la Carta Política. Se necesita, en últimas, más de esa levadura crítica en las calles, capaz de disputar las narrativas y de contagiar la esperanza que comprenden proyectos políticos nacionales de gran envergadura.
* Necesidad de más diálogo y negociación por parte de la Nueva Política:
En el deseo de recuperar la democracia de los partidos políticos tradicionales de Chile, en el estallido social surgieron procesos innovadores para la democracia chilena. Con la realidad a cuestas del desgaste de la política tradicional, las expresiones políticas de la calle -tales como los cabildos autoconvocados y las asambleas barriales- reconstruyeron un sentido político para Chile en el 2019.
Sin embargo, para los liderazgos protagónicos de este estallido, el ejercicio de pasar de lo social a lo institucional, de la calle a la Convención comprendía un desafío fundamental: La necesidad de trenzar la experiencia de la estrategia de la calle y la dimensión político-institucional. Uno de los mayores aprendizajes de este proceso para América Latina, es que esos liderazgos de la calle, que son movilizadores por excelencia y que pasan a ocupar cargos de elección popular, deben tener en cuenta una complementariedad entre el ejercicio de representación social y el ejercicio de representación político.
Esto es un reto no menor, al que se enfrentan esos nuevos liderazgos latinoamericanos en el ejercicio político. La transformación de la democracia debe ser desde un lugar que señalan muy bien las consignas de las marchas en la región: “Con un pie en la institucionalidad y 100 pies en la movilización”. No entender esta tensión entre el mundo social-organizativo y el mundo institucional-político puede derivar en posiciones poco negociadoras, con excesos de simbolismos y muy abocadas a concretar rápidamente agendas, sin comprender la dimensión de la negociación política, fundamental en todo proceso democrático.
La sociedad civil de Chile y de América Latina esperan con ansias, cuáles van a ser los próximos pasos para satisfacer el deseo colectivo de tener una nueva Carta Política en Chile. Habrá que ver cómo se lleva a cabo ese ánimo constituyente y cómo se impulsa para que se construya un proyecto político de país, capaz de reconocer los derechos y realidades de minorías subrepresentadas. Desde los diversos procesos de América Latina, toda la admiración a la ciudadanía chilena por enfrentarse a estas preguntas y todo el apoyo para el venidero ánimo constituyente.
Columna de Opinion.