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El Toconabe: Una Derecha contra sí misma

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Por: Ing. Sixto González

El fenómeno que muchos han comenzado a llamar TOCONABE —“Todos contra Abelardo”— es más que una simple pugna electoral dentro de la derecha colombiana; es realmente la manifestación contemporánea de un viejo mal estructural que se traduce en el miedo del poder establecido a perder el control de la narrativa política. Cada vez que surge una figura con discurso propio, disruptiva y con capacidad real de conexión con las bases, el sistema reacciona no con debate, sino con exclusión. Así ocurrió —por lo menos— en los dos anteriores comicios presidenciales cuando se impusieron candidaturas por cálculo de cúpula, cerrando los espacios a liderazgos con mayor legitimidad popular y autenticidad política. Hoy, esa misma estrategia parece repetirse.

La derecha tradicional sigue sin entender que su mayor enemigo no es la izquierda, sino, su propio verticalismo. Cada ciclo electoral, las élites conservadoras buscan fabricar un “candidato de consenso”, más aceptable para los directorios, los medios y los círculos empresariales que para el ciudadano de a pie. El resultado ha sido siempre el mismo: campañas frías, candidatos predecibles, votantes desmovilizados y victorias ajenas. Lo que se presenta como una prudencia institucional es, en realidad, un ejercicio de contención del cambio interno y una forma elegante de perpetuar la mediocridad política.

El caso de Abelardo de la Espriella refleja ese choque entre dos derechas: una institucional, dependiente del visto bueno mediático y del beneplácito financiero, y otra, insurgente, emocional, que se asume sin complejos como contrapeso cultural y moral a la izquierda. Su irrupción desafía la jerarquía tradicional porque no se somete al guion de los operadores políticos. Habla sin filtro, sin intermediarios, con una narrativa que conecta con sectores cansados de la cobardía retórica del bloque inmovilista. Por eso lo atacan. No porque él carezca de ideas, sino, porque se atreve a pensar sin el permiso.

En este contexto, la figura de Juan Carlos Pinzón emerge como el candidato de laboratorio. Su perfil es el ideal para quienes buscan estabilidad burocrática más que transformación: técnico, moderado, calculado y perfectamente funcional al aparato que controla el discurso. Es el tipo de aspirante que tiende a agradar a los foros empresariales, pero que no despierta el más mínimo ápice en el sabio fervor popular. Paradójicamente, su fortaleza institucional es también su gran límite político. En un país donde históricamente la emoción define la decisión electoral, un liderazgo que no genera identidad ni confrontación termina siendo irrelevante. La derecha no necesita más administradores de las estructuras de poder que prevalecen, necesita liderazgos que movilicen, que provoquen y que rompan la inercia cíclica, y enquistada del establecimiento.

El TOCONABE, por tanto, no es un simple enfrentamiento de egos. Es una operación de neutralización ideológica dentro del propio espectro conservador. Su costo político es alto, pues, desmoviliza a las bases, alimenta la percepción de manipulación mediática y repite el error de 2022, cuando la derecha, fragmentada y dirigida por el cálculo, terminó votando por Rodolfo Hernández mientras la izquierda se mantenía compacta y se hizo acreedora a la silla de Nariño. La estrategia de cerrar el paso a las voces incómodas no preserva la unidad, solo, la disuelve.

Cada vez que la derecha teme a sus propios liderazgos, pierde su alma. No hay peor derrota que la de un movimiento que, para conservar sus privilegios, renuncia a su autenticidad. En lugar de fomentar la competencia de ideas, los círculos de poder recurren al veto, a la descalificación mediática y al viejo método de imponer desde arriba lo que las bases no sienten como propio. Pero la política, como la historia, tiene su lógica implacable: el liderazgo que no nace del pueblo termina extinguiéndose por simple inanición moral.

Si se intenta volver a elegir a un candidato por miedo y no por convicción, perderemos no solo las elecciones, sino, nuestra identidad. Abelardo representa, con todos los riesgos de su estilo frontal, la posibilidad de una derecha que piensa y se expresa sin pedir perdón. Negarle ese espacio es negar la renovación política que el país reclama. La democracia no se fortalece eliminando lo incómodo, sino, permitiendo que la diferencia dispute legítimamente el poder. En ese sentido, el fenómeno TOCONABE no es solo una táctica electoral, es la evidencia que la derecha colombiana sigue atrapada en su propio laberinto de control.

Mientras no se entienda que la autenticidad es el nuevo lenguaje de la política, posiblemente seguiremos perdiendo frente a una izquierda que, con todos sus excesos, al menos sabe hablarle al sentimiento colectivo de los suyos. La derecha no caería por falta de votos, sino, por falta de coraje. Porque en su miedo a perder el sublime control, ya perdió el alma. El futuro no pertenece a quienes administran los manuales preestablecidos, sino, a quienes se atreven a desafiarlo. Si Abelardo incomoda, es precisamente porque representa lo que la derecha se le olvidó ser: libre, frontal, con coraje, arrojo y sin permiso.

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La Otra Cara es un portal de periodismo independiente cuyo objetivo es investigar, denunciar e informar de manera equitativa, analítica, con pruebas y en primicia, toda clase de temas ocultos de interés nacional. Dirigida por Sixto Alfredo Pinto.


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