Eduardo Padilla

La Geopolítica

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Por: Eduardo Padilla Hernández, presidente Red Colombiana de Veedurías Ciudadanas.

El discurso de la geopolítica, un argumento tan serio que debería asumirse con gran responsabilidad, lo explican envuelto es un fárrago de urdimbre abstrusa que los pueblos no entienden. Por esta razón hay que hablar claro, pues este tema es un asunto de vida o muerte. Creo que la sociedad civil, por culpa de quienes dirigen los medios, no está bien informada de la crisis ambiental por la que están atravesando los 5 continentes de nuestro mundo.

Todo el daño ambiental, que padece nuestro lucero azul (planeta Tierra), germinó, creció y dio sus frutos contaminantes en la academia (universidad).

Desde el principio, Dios advirtió de manera clara, lo que sobrevendría si el hombre no acataba sus palabras: Te daré todos los recursos de la flora y de la fauna, pero no le agregues tu conocimiento, porque el día que eso hagas, morirás, pues, ¿dónde estabas tú cuando yo diseñé las semillas vegetales, animales y humanas? (Génesis 1:26 y 2:15-17).

Los problemas siempre ocurren por la desobediencia: El primero en formular la idea de la existencia de los átomos fue el filósofo griego Demócrito (s.-VI a.C.). El nombre que este sabio le colocó al fundamento de la vida, corresponde a una advertencia; dijo: ¡No lo dividas! Pero los contumaces no le creyeron. Lo dividieron y ¡Bum! Arruinaron a Hiroshima y a Nagasaki. Ahí siguen naciendo personas y animales con defectos congénitos, fruto de la iniquidad humana. Y nadie responde por los daños ocasionados.

Cuando aún los campesinos no tenían acceso a la propaganda emitida por radios, televisores ni periódicos, no había contaminación ambiental; la flora y la fauna estaban saludables. En ese pasado espléndido, las personas se desplazaban a pie o en transporte animal.

Los sapos protegían las plantas, las aves transportaban las semillas, las abejas y las mariposas acarreaban la vida vegetal y mezclaban el polen masculino con el femenino, para que, mediante esta operación, las plantas dieran frutos.

Cuando los sapos escaseaban, se multiplicaban las plagas en los cultivos, pero los agricultores tenían una alternativa interesante: Recitaban 40 credos en los 4 puntos cardinales del cultivo y, santo remedio, salvaban la cosecha.

Pero a la sociedad de consumo que produce y vende veneno en el mercado global, disque para proteger los cultivos, no le interesa la ciencia intangible de los abuelos.

El japonés Masaru Emoto, dedicó gran parte de su vida a investigar el efecto que tienen las palabras sobre la naturaleza.

Este científico llegó a la conclusión de que la humanidad no es consciente del enorme poder que esconden las palabras; siempre buscan restarle importancia a lo que decimos.

El chisme, la crítica destructiva, la burla, la envidia, el odio, el resentimiento, generan acciones cotidianas a las cuales no se les presta mucha atención. Tal vez si entendiéramos y fuéramos un poco más conscientes, no solo de saber el enorme bienestar que podemos generarle al universo, tan solo con hablar positivamente, saber que toda acción genera una reacción y que una de las leyes universales es la de la correspondencia, sabríamos que somos responsables de absolutamente todo lo que se presenta en nuestras vidas y que si hablamos en modo negativo, así mismo el universo se encargará de manifestarse negativamente, pero si hablamos en modo positivo, el universo también se encargará de recompensárnoslo. Así, lograríamos vivir más felices, tranquilos y ligeros.

La academia nunca entendió que la vida es sencilla. Y lo que es peor: Se unió a una élite egoísta, con un espíritu de codicia desaforado, que cambió a su Creador por el dios dinero, el cual no sólo contaminó toda la Tierra con petróleo, carbón, mercurio, ácido clorhídrico, sino que esclavizó a los pueblos del planeta, poniéndolos al servicio de su afán de lucro.

Según investigaciones etnográficas, cuando los extranjeros arribaron a América, a partir de 1492, encontraron un mundo de una filosofía tan coherente, de una moral tan elevada, una organización social y política de gran complejidad, un manejo acertado del medio ambiente con base en conocimientos bien fundados. Ellos vieron que las culturas indígenas ofrecían opciones insospechadas; que ofrecían estrategias de desarrollo cultural que simplemente no podían ignorar, porque contenían soluciones válidas y aplicables a una variedad de problemas humanos. Por todo aquello, en lugar de verlos con admiración por la dignidad, la inteligencia y sabiduría de estos aborígenes, los masacraron.

Los nativos fueron desarrollando sorprendentes dinámicas y formas de resistencia, gracias a las cuales la llamada «civilización» no ha podido exterminarlos. Ellos siguen cuidando a la madre Tierra todavía, a pesar del petróleo, del plástico, del mercurio y de la tala indiscriminada que está acabando con su hogar: La selva, el bosque, los ríos, las ciénagas.

Los nativos conocían los secretos de la naturaleza: Ellos utilizaban las hojas de coca para poder realizar trabajos de alto rendimiento, sin cansarse; pero los delincuentes le agregaron su conocimiento malvado para postrarse ante su dios dinero, dañar la salud de los adictos y arruinar el medio ambiente, mediante el proceso químico.

Los antiguos sólo utilizaban el oro que hallaban a flor de tierra; nunca construyeron socavones para extraerlo del subsuelo. Utilizaban aceite vegetal para las lámparas, pero no perforaban la tierra para extraer petróleo.

En la antigüedad el medio ambiente gozaba de perfecto equilibrio, porque el hombre era respetuoso y estaba en armonía con la naturaleza.

El invento de la dinamita fue útil para mejorar las carreteras, pero los homicidas desviaron este propósito de Alfred Nobel y lo pusieron al servicio de la guerra.

Nuestros antepasados enterraban el excremento, pero los “civilizados” lo vierten en el río, en el mar, en la ciénaga y demás humedales, sin importarle la tragedia ambiental que esta práctica ocasiona, afectando en forma negativa a millones de personas.

En 1892, Nicola Tesla patentó un invento (la Bobina Transformadora Tesla) que permitía la transmisión de energía eléctrica sin necesidad de cables, de forma completamente inalámbrica. En su intento de llevar la electricidad a todo el mundo, Tesla diseñó una torre que permitía el transporte de energía sin cables, de forma gratuita, pero los intereses económicos siempre están por encima del progreso y del medio ambiente. Esa torre fue destruida por orden de Thomás Édison, el propietario de la electrificadora de esa época.

Hay muchos organismos internacionales que deberían de estar realizando una labor rigurosa en el tema de la geopolítica; por ejemplo: Convención sobre Diversidad Biológica (CBD), Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes, y Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), entre otros. Pero en la práctica son organismos para llenar espacio burocrático, pues hasta ahora no han mostrado los frutos de su trabajo en pro del medio ambiente.
La gente común desconfía del discurso geopolítico, pues lo ve como un enredo similar a un costal de anzuelos, que sólo es una treta para esconder las inmensas dimensiones de la catástrofe ambiental que está ocurriendo en tiempo real; y tiene razón, pues ¿acaso los magnates del petróleo van a cambiar su inmensa fortuna por una vida humilde, con paneles solares que para ellos no es nada rentable?

¿O acaso van a abandonar sus aviones privados y sus camionetas de alta gama, para volver al camello, a la llama, al burro y al caballo? No lo creo.

Como vemos, no hay voluntad política para realizar un trabajo de fondo, teniendo como fundamento la geopolítica para salvar el planeta. Sólo nos queda una opción. Un milagro, cuya evidencia de ciencia intangible encontramos que fue escrita hace 2 mil años por Pablo de Tarso: “En un abrir y cerrar de ojos, toda la naturaleza será transformada” (1 Cor. 15:51). Esta afirmación está alineada con la ciencia, pues el científico francés Antoine Laurent Lavoisier, que nació́ 1743 años después de Pablo, dijo: “En la naturaleza nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”.

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Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


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