Por: Rafael Rodríguez-Jaraba*
Es evidente que el Presidente Gustavo Petro sabe de pocas cosas, y está más que probado que de lo que menos sabe, es de economía. No se entiende como obtuvo un grado, y peor aún, como se lo otorgaron. Al parecer, solo aprendió el anacrónico y fallido modelo de “Economía Central Planificada”, bueno para sembrar ilusiones y esperanzas, y solo cosechar frustración, desengaño y miseria.
Su adefesio al afirmar “Colombia pierde con el TLC con EE.UU.; si a Trump se le ocurre acabarlo, yo lo aplaudo”, es propio de un invencible ignorante.
Cada perorata de Petro vivifica el error de los colombianos que lo eligieron, la mayoría de ellos, ciudadanos desinformados, ingenuos o incautos.
A Petro se le acaba el tiempo y el balance de su remedo de gobierno es caótico y paupérrimo; solo ha causado conmoción social, contracción económica, y más violencia, criminalidad y narcotráfico.
Es claro que Petro nunca leyó a Adam Smith, Padre de la Economía, quien analizó los aranceles y las restricciones al comercio y, en su obra cimera, La Riqueza de las Naciones, escribió:
“Lo que para un padre de familia es prudente, también lo es para un país. Si un país extranjero puede suministrarnos un artículo más barato de lo que nos cuesta fabricarlo, o del que no disponemos, nos conviene comprarlo. La población no duda en comprar lo que necesita, a quien lo venda más barato”
Luego Smith agregó: “Los extranjeros que quieran invertir en un país, respeten sus leyes, establezcan negocios, generen empleo y paguen impuestos, deben ser apreciados como los nacionales. Que nadie olvide, que todos somos extranjeros”
Las palabras de Smith son indiscutibles e imperecederas. Tanto en el comercio interior como exterior, la población le compra al que venda más barato y vende al que compre más caro. Pero la retórica populista, aprovechando la debilidad que produce la falta de educación, perversamente le hace creer a los pobres que, los aranceles y las restricciones al comercio los favorece, y que la libertad de mercado y la inversión extranjera los perjudica.
Desconocer la asimetría entre los mercados de Estados Unidos y Colombia, es una fanfarronada, y más que eso, es no entender lo que implica que Estados Unidos tenga una población de más de 340 millones de habitantes (consumidores) con un PIB per cápita de USD 68.308, mientras que Colombia cuenta con una población de 53 millones de habitantes (consumidores) con un PIB per cápita de USD 22.190. Lo anterior significa que la asimetría es sideralmente favorable para Colombia, máxime, si el 80% de la canasta exportable de Colombia se coloca en Estados Unidos y está exenta de aranceles.
Si bien acabar el TLC Colombia-Estados Unidos perjudicaría a las dos naciones, no hay duda que para Colombia el daño sería inestimable y difícilmente remediable en el mediano plazo. Baste tan solo advertir lo que causaría la terminación o suspensión del tratado para productos colombianos de exportación como café, flores, banano, aguacate, entre otros.
De igual manera, acabar el tratado dejaría en el limbo importaciones por valor de USD 13.400 millones, y para la industria nacional de alimentos y los sectores avícola y de hidrocarburos sería catastrófico, dado que requieren de materias primas procedentes de los Estados Unidos.
No siendo poco lo anterior, la permanencia de la inversión extranjera directa (IED) estadounidense en Colombia -superior a USD 5.000 millones- se podría ver seriamente afectada, amenazando la pérdida de miles de empleos directos e indirectos, sin mencionar el impacto adverso en el volumen de las remesas que se reciben de los Estados Unidos.
Es claro que el libre comercio, por permitir exportar excedentes sin aranceles; reducir costos, gastos y precios; estimular la competencia; mejorar la calidad de bienes y servicios, y; democratizar el mercado, desalienta la inflación. También es claro que, la inversión extranjera genera empleo bien remunerado y aumenta de manera considerable los ingresos fiscales.
Es evidente que, en los países emergentes, la abolición de los aranceles, abarata la adquisición de bienes de capital y nuevas tecnologías, así como de materias primas e insumos, haciendo más eficiente la producción por reducción de costos y gastos, y logro de mayores eficiencias, lo que se traduce en moderación de precios y, por ende, crecimiento de la demanda y mayor bienestar social.
Por lo general, el hecho de que los salarios en un país emergente sean más bajos que en uno industrializado, induce a que, entre ellos, el emergente le venda más al industrializado, y que éste, antes que aspirar a ampliar su mercado en el emergente, se valga de él para adquirir commodities que no produce, abaratar sus costos de producción, y de hacerlo, le termine girando divisas, invirtiendo y generando nuevos empleos.
Todas las razones en favor del intercambio -probadas hace cerca de 200 años-, conducen a que los beneficiados sean los consumidores. La prosperidad de Japón, Singapur, Israel y Chile vivifica este axioma, aun no rebatido por los vociferantes globafóbicos y globalistas, que son solapados comunistas regresivos, quienes, por ignorancia invencible, abogan por el proteccionismo que favorece a pocos y perjudica a todos
NI los TLC ni las regalías a la inversión extranjera, hacen milagros, ni vuelven ricos a los pobres, ni pobres a los ricos. Los milagros de hoy los debe hacer la sociedad educada, aplicando las ciencias económica y jurídica, y desoyendo la ideología populista que pretenden hacer política con ellas.
Los TLC no son perfectos, son perfectibles; no son un modelo de desarrollo, son un instrumento creado por las naciones para obligarse a volver al mercado libre, como siempre lo fue hasta que los feudales lo restringieron para enriquecerse a costa de los comunes. Tampoco son inamovibles, son revisables y, unilateral y temporalmente, se pueden suspender cuando se advierte un daño actual o inminente en el mercado interno.
Pero, para que cualquier intercambio germine, es necesario que mejoremos la productividad y estimulemos la competitividad, y que el Estado disminuya la carga impositiva, abarate el costo del dinero, mejore la infraestructura, minimice los trámites, modifique la errática política monetaria, cambiaria y crediticia que nos agobia, y no incurra en el obtuso error de gravar las exportaciones, y menos, de considerar las regalías como un costo y no como un impuesto el que naturalmente debe ser deducible de renta.
Si a los niños se les enseñara qué es la Ventaja Comparativa, no sería necesario explicársela tardíamente a adultos como Gustavo Petro. Al respecto, Paul Samuelson, Premio Nóbel de Economía dijo:
“La Ventaja Comparativa es indiscutible e indiscutida; no necesita ser demostrada por un matemático, y aunque es simple, son miles los hombres -que aparentan ser importantes e inteligentes- que nunca la han podido deducir ni fácilmente comprender cuando se las explican»
De ahí la dificultad de muchos que siguen sin entender que la liberalización del comercio promueve exportación de excedentes, disminución costos y gastos, diversificación de la oferta, crecimiento de la demanda, arribo de nuevas inversiones, freno a la inflación, y, principalmente, nivelación gradual de ingresos, expansión económica y progreso social. Así lo demuestran la teoría, la matemática y la estadística.
La integración económica es un fenómeno socioeconómico difícil de desconocer, que es inmanente al desarrollo natural e instintivo de aldeas y pueblos, y antípoda de la confrontación, por disuadir desencuentros, sumar voluntades y esfuerzos, y alentar la esperanza cierta de lograrse un mayor nivel de bienestar y desarrollo.
Cada día, resulta más difícil vivir aislado de la economía mundial y disponer del amparo proteccionista de subsidios estatales, los que, por favorecer a pocos, perjudican a la mayoría de la población, distorsionan el comercio mundial, aumentan el déficit fiscal y destierran la competitividad. Esto explica porque, comunistas autárquicos, hacendistas alcabaleros y sectores blindados con subsidios mimetizados, en público simulan ser partidarios de la globalización, pero en privado la aborrecen.
Los gremios de la producción, las fuerzas cívicas de la sociedad y la academia, no pueden seguir silentes e indolentes ante la destrucción del Estado de Derecho y la Economía a manos de la ignorancia delirante de Gustavo Petro.
Dios oriente y guíe a Petro, lo condene a estudiar y lo mantenga sobrio.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Profesor de Derecho Constitucional, Comercial y Financiero. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.