!Los amoríos del Libertador! XI
Un día como hoy, 1° de septiembre de 1823 -al margen del tema que me ocupa-, Simón Bolívar llegó a Lima-Perú, para asumir la suprema autoridad política-militar.
Retomo la dilucidación de la picante, inagotable, escandalosa, lasciva, nutrida historia amorosa del libertino, resbaloso Libertador, poco ejemplar -por decir lo menos-, hombre de carne y hueso, débil como el común de los humanos, acopiada durante sus 47 arduos, intensos años de existencia, de lucha, de andareguear por el mundo, difícil de igualar para un personaje de su trayectoria histórica, tomado en cuenta, no su cimero legado libertario, sino los romances que vengo escudriñando, rastreando, y que son apenas una mínima parte, en razón a que su correspondencia, zozobró en noviembre de 1873, junto al navío Ville du Havre, en el que el historiador Felipe Larrazábal viajaba, autor de una de las más instruidas biografías del Libertador, llegándose a asegurar de dicho percance, que fue fríamente fraguado por alguien cercano familiarmente al héroe, en busca de proteger su legendaria memoria, aunque con lo compilado, posteriormente, bastó para rehacer buena parte de su libidinoso historial de alcoba en que se apoya esta apasionante serie.
Refería al final de la entrega anterior, cómo una de las pocas damiselas -si no la única- que resistió los embates del célebre, consagrado, irresistible galán, fue nuestra coterránea, Bernardina Ibáñez, quien andaba enamorada entonces de otro, transándose el Libertador -en subsidio- por hipnotizar, seducir a su hermana Nicolasa.
Historia de faldas que prosigue hoy con la quizás amante más humilde de Bolívar, una graciosa campesina que conoció en Capacho (Mérida), con la que durante la campaña admirable mantuvo un romance.
Siguió -una más- Asunción Jiménez, con quien se encontró Simón Bolívar, en Margarita (Porlamar) mientras la tripulación se encontraba en tierra, conociendo la ciudad, Bolívar estaba en la cubierta del bergantín, ardiendo de pasión.
Vino luego, la joven Paula Prado, agraciada arequipeña (señorial ciudad peruana), a quien le echó el ojo en el acostumbrado, usual baile que le era ofrecido al arribo triunfal en cada ciudad visitada, esta vez, el 2 de junio de 1825. Apasionado idilio que duró un mes, para quedar atrás debido al constante, eterno e incansable peregrinar, en el que fueron constantes, recurrentes los cortejos a mujeres casadas. Rememoro algunos:
En 1825 se le cruza la cuzqueña, Francisca Zubiaga Bernales de Gamarra (apodada La Mariscala), cónyuge y principal asesora presidencial de Agustín Gamarra, prefecto del Cusco-Perú, dama de armas tomar -como Manuelita-, de indomable carácter, quien dirigió asuntos de estado, debeló conspiraciones, rompió esquemas, profanó, traspasó paradigmas; amada y odiada por muchos. Comisionada para ceñir una corona de oro en las sienes del Libertador, al llegar el 25 de junio del 1825, al Cuzco o Qosqo -nombres con los que se conoce la antigua capital del Imperio Inca-, quien, en galante gesto, Bolívar decidió que fuera ella la que llevara la corona.
Arrumaco que generó una enemistad irreparable con el burlado, escarnecido esposo, la cual tuvo imprevisibles consecuencias políticas, entre ellos, el golpe de Estado en Bolivia contra Antonio José Francisco de Sucre, principal héroe de la República del Ecuador, diplomático y estadista, presidente de Bolivia, gobernador del Perú, General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho, héroe de Pichincha, asesinado en Berruecos, al norte de Pasto, en el viaje de regreso de Bogotá hacia Quito. Magnicidio ejecutado en la mañana del 4 de junio de 1830, el que conmovió a la América hispana. El general Tomás Cipriano Mosquera, escribe en sus memorias que la orden de asesinar a Sucre provino del denominado clan “septembrista” bogotano.
Si bien el cornudo Gamarra no abandonó a su pareja, ella cayó como su par, Manuelita, en desgracia política. Exiliada en Valparaíso, murió en 1835, casualmente de tuberculosis. Al respecto, el general Antonio José de Sucre le había escrito en septiembre de 1828, a Bolívar lo siguiente: «Antes de que olvide, le diré que Gamarra es acérrimo enemigo de usted; procuré indagar los motivos, y por un conducto muy secreto, supe que sobre su aspiración a la Presidencia, añadía -como pretexto-, que habiéndole hecho tantos obsequios en el Cuzco, usted le enamoró la señora (nada extraño); que esta misma lo había delatado… Aunque doña Pancha es muy buena pieza, realmente ha hecho esta declaración, no sé la verdad«.
La susodicha, Doña Pancha, se convertiría en la primera peruana en tener activa participación política. Clorinda Matto de Turner, refiriéndose a ella, expresó: “esa mujer fue mucho hombre”, agregando: “…Tócame, en fin, ocuparme del Perú, mi amada patria, cuyo pabellón blanco y rojo, hecho con la sangre de los héroes de la independencia y el velo de las vírgenes del sol, fue glorificado por mujeres de la talla de Francisca Zubiaga, compañera del generalísimo Agustín Gamarra”. Asimismo, la francesa, Flora Tristán, la describió: “su rostro, según las reglas con que se pretende medir la belleza, no era ciertamente hermoso. Pero, a juzgar por el efecto que producía sobre todo el mundo, sobrepasaba a la más bella. Como Napoleón, todo el imperio de su hermosura estaba en su mirada...”.
Gamarra, quien llegaría a ser dos veces presidente de Perú, y enemigo (comprensible) de Bolívar y, por extensión, de la independencia de Bolivia, a la que invadió, aventura en que perdió la vida frente al ejército patriota boliviano. Cuando al notable general le criticaron su odio hacia el hombre que lo había colmado de honores, respondió impertérrito: «…Si, me concedió honores, es cierto, pero me quitó imperdonablemente la esposa...».
Siguiendo la tradición entablada por las recordadas, bellas hermanas Ibáñez Arias, dos hermosas damas más se disputaron los favores del Libertador: Juana de Dios y Bárbara Lemus; igualmente las fraternales Patiño, María de Jesús y Salustriana.
En La Paz, en agosto de 1825 le tocó el turno a Benedicta Nadal, una joven, linda y tímida, buena bailarina de valses, de escasa bolsa, distinta a cuantas le rodearon. No se tienen detalles como se conocieron, ni en qué momento se reunieron, ni la estrategia que para encontrarse estos ansiosos tórtolos afanosos de amarse; lo sabido es que la relación fue bastante tormentosa, amorosa, “intensa de alto vuelo, íntimos e hirvientes” se dijo.
El 5 de octubre de 1825, llegó Bolívar a Potosí (Bolivia), encontrándose con una guapa chica que le susurró al oído: «Cuidado, quieren asesinarlo«, ella resultó ser, María Joaquina Costas, media naranja del general boliviano, Hilarión de la Quintana. Esa noche, mientras los asesinos desesperan al no encontrar a Bolívar, éste recibía a cántaros el amor y cobijo con sus brazos enamorados, de su nuevo amor, que en el ínterin le reveló la conspiración que incluía a su marido. Quedó embarazada de Bolívar y cuyo hijo llamó José Antonio Costas.
Desde el primer momento la boliviana, abierta de ideas, constituyó otro paraíso dentro de la vida de Bolívar, y si bien no fue sujeta por varias circunstancias a la inmediatez de los negocios y el compartir intimista con el caraqueño, no puede decirse que mientras anduvo por aquellos contornos y paisajes, dejara de contar con su presencia animosa y el calor de su desprendido amor. Como respuesta a ese sentir verdadero, Bolívar se autoproclamó “tu amante”, al escribirle desde la sensual Lima, donde piensa -le promete- volver muy pronto de visita a la ciudad tranquila de La Paz, empeñoso le rogó: “espérame a todo trance…si no eres una ingrata, pérfida…”; ella, a pesar de los problemas familiares que a diario le arrebataban el sentimiento, supo responder al llamado del corazón y guardar la llama de la esperanza, mientras pendió de las palabras y los suspiros del imposible regreso del aclamado héroe.
En Pie de Cuesta (Colombia), conquista a la nativa, Ana Rosa Mantilla, con la que engendra un hijo: Miguel Simón Camacho, que es criado por la sobrina del Libertador. A propósito, se especuló entonces de su posible esterilidad que el mismo desmintió en algunas cartas.
En 1824 (1825, 1826, no hay certeza) el insaciable Bolívar, conoce en el Callao a la irlandesa (¿estadounidense?) Jeanette Hart, durante una recepción a bordo de la goleta insignia «United States», a la que visita varias veces a bordo, hasta que la nave continúa con ella su viaje hacia Valparaíso, y por quien estuvo estuvo a punto de batirse a duelo con un gringo celoso, Jack Percival, asistente del Comodoro Hull, cuñado de la joven que consentía la relación y la estimulaba. Murió soltera en Nueva York, en 1861.
Este es un fragmento, entresacado del diario de Jeanette: «Cuando Simón Bolívar quitó sus labios que se fundían y yo estaba medio desmayada, fue para oírle que me decía: ‘Carita, ¿se quedará usted conmigo? Compartiría mis honores, mi todo: ¡Usted será mi esposa!’ Yo le contesté: ‘Lo seré con todo mi corazón’. Le contesté sin dudas, sin hacerme preguntas de lo que él pudiera conseguir o tuviera mente«.
En la primera semana de enero de 1830, viniendo de Cartago -camino del Quindío-, en las puertas de Ibagué, una jovencita doncella “casi una niña”, se desliza en su habitación, por el cual su padre lo denunció ante el Juez, por su honor mancillado. A pesar de que Bolívar ya estaba de viaje, el implacable juez lo persiguió hasta darle alcance. “El Estado Mayor le informa: General Bolívar, debe usted regresar usted a enfrentar un juicio por seducción de menor que se ha introducido en mi tribunal”. ¡Vaya usted al carajo!, respondió. El documento con la denuncia quedó para la posteridad asentado en el libro diario del juzgado.
Otras damas que en su momento pasaron por el lecho del Libertador fueron: Theresa Laisney (madre de Flora Tristán, la destacada socialista y feminista, de quien fue hijo el artista Paul Gauguin), Fanny du Villars. En la etapa final, aparece otra francesa, Anita Lenoit, amante de turno en su Campaña del Magdalena en 1812, quien fue a visitarle en Santa Marta en 1830, cuando llegó, Bolívar tenía un día de fallecido. CONTINÚA
Bogotá, D.C., 01 de septiembre de 2021