Por Rafael Rodríguez-Jaraba
Los nefastos hechos que a diario vive la nación, a causa del inepto, corrupto y perverso remedo de gobierno que padecemos, me han hecho evocar, un diálogo que de niño tuve con mi difunto padre, cuando empecé a entender las razones por las cuales Colombia no era una nación desarrollada.
Recuerdo que le pregunte:
¿Papá, por qué Colombia es subdesarrollada?
A lo que me contestó:
«Rafael, el subdesarrollo es episódico; es una etapa previa al desarrollo que estamos transitando. Algún día Colombia, de reorientar y universalizar su educación e invertir en investigación, será una nación civilizada, desarrollada, culta y próspera«.
Mirándome a los ojos, y con su refinada pronunciación y entonación, prosiguió:
“La educación es la base del desarrollo. La educación transforma y ensancha la mente, forja el espíritu, ennoblece el carácter, modera la pasión, refrena los impulsos y hace más eficiente el trabajo; pero, la educación que verdaderamente transforma, es la educación formativa, fundamental e integral. No basta tan solo la educación informativa o del conocimiento, es necesario formar y educar la mente, el alma y el mismo corazón”.
Luego, agregó:
“Recuerda siempre, que Dios nos da libertad para discernir y elegir, y, qué, antes de tomar decisiones, podemos hacer análisis de consecuencias. Por eso, nunca decidas sin previamente evaluar los alcances de lo que decidas; y también recuerda, qué, al tomar decisiones, más vale la virtud de tu corazón, que la ciencia y la sabiduría de tu mente”.
Terminó su amorosa prédica, diciéndome:
“Rafael no olvides, que la disciplina es mejor que la inteligencia, con la primera se consigue la segunda; y, para que seas plenamente feliz, promueve en ti la exigencia, la excelencia y la sana competencia. Esfuérzate en todo lo que hagas, y nunca hagas lo mínimo necesario, sino siempre, lo máximo posible, No esperes nada de la providencia y el azar, solo de tu esfuerzo, empeño y sacrificio, y, te repito, entrégate entero a lo que hagas y con la mayor pasión y fervor y, así, al final, resultará más fácil alcanzar tus sueños”.
Crecí, me hice adolescente y luego adulto, y he tratado de seguir el consejo de mi padre, pero Colombia, siguió estacionada en el subdesarrollo.
Al parecer mi padre me engañó, o, al menos, nunca me dijo, qué para salir del subdesarrollo, se requerían gobernantes pulcros, preparados y capaces, que pensaran más en el bien común que en el propio; que fueran estadistas y no tan solo políticos populistas; gobernantes que pudieran entender que sin educación no hay desarrollo; y, que la paz es el resultado natural del respeto, el orden y la justicia, y no de la impunidad.
Es evidente que mi padre también olvidó decirme que, el subdesarrollo no es la falta de recursos y tecnología, sino el resultado del facilismo, el conformismo y la resignación.
También olvidó advertirme que, mientras siguieran naciendo niños sin posibilidades de manutención y educación, Colombia seguiría estacionada en el subdesarrollo. Nada de eso me dijo, quizás, avergonzado y esperanzado en que mi generación pudiera hacer lo que la suya no pudo.
Pasaron los años y cuando mis hijos crecieron me preguntaron:
¿Papá, por qué Colombia es subdesarrollada?
A lo que les respondí:
«Nuestros gobernantes no han entendido que la mayor debilidad humana, es la falta de educación, y que su ausencia, fractura la sociedad, distancia a los ciudadanos, perpetúa la pobreza, promueve la violencia y estimula la criminalidad”
Voy camino a ser adulto mayor y Colombia sigue siendo subdesarrollada como cuando importuné a mi papá con mi pregunta y aburrí a mis hijos con mi respuesta.
Al final, y a pesar de todo, creo que mi papá no se equivocó, ni me engaño; los que nos equivocamos y engañamos somos los que elegimos a los gobernantes que nos traicionan y desgobiernan, y, además creo, como creo en Dios, que el subdesarrollo no es una predestinación sino una elección.
Los colombianos seguimos sin entender, que la educación es la simiente del progreso y que en ella debe primar la formación sobre la información.
Requerimos de maestros formadores y nos sobran profesores informadores. Necesitamos que la educación siembre virtud en mentes y corazones, y les plante la semilla de la superación, el emprendimiento, la disciplina y el orden.
Seguimos indiferentes ante al aumento desbordado de la población más vulnerable, ignorando que mientras sigan naciendo niños inocentes sin posibilidades ciertas de educación y establecimiento, no cesará la pobreza y la violencia.
Estoy seguro que mi padre nunca imaginó que, en el año 2024, el 30% de los niños que nacerían en Colombia no serían reconocidos por sus padres varones; tampoco, que el 45% de los hogares serían sostenidos por madres solteras; que el Estado perdería gobernabilidad en gran parte del territorio; que se pretendería estatizar la salud, la educación y las pensiones; que el campo se convertiría en frondoso vergel de cultivos de coca, y; que seríamos el mayor productor de drogas ilícitas.
Mi padre tampoco imaginó que, resurgiría el comunismo regresivo disfrazado de progresismo; que una minoría criminal determinaría el futuro de la nación; que asesinos legislarían gracias a la traición de un gobernante que entronizó la más cínica y desvergonzada impunidad, y; que un obtuso ex criminal junto con su banda de delincuentes, terminaría gobernando la nación.
Pregunto a mis pacientes lectores: ¿Qué clase de patria hemos construido, y qué clase de educación tenemos? … Yo respondería: la propia para mantenernos en el subdesarrollo.
Cómo me hubiera gustado vivir en otra época y en una nación, en la que se respetara la ley, la autoridad, y la voluntad de la mayoría; donde la sinrazón no fuera la razón; y, en la que imperara la educación, la disciplina y el orden.
Pero aquí nací y aquí permaneceré, y no me resigno ni acostumbro a la indiferencia, la indolencia y la tolerancia, y menos, a la neutralidad cómplice frente al despropósito, el desvarío y el delito.
Perdón por soñar con una patria libre, educada y culta; con una democracia sólida con instituciones pulcras, respetadas y respetables; y, con una sociedad en la que reine el respeto y la solidaridad, y no, la envidia, el odio, el rencor y el resentimiento.
Perdón por soñar con una nación civilizada, en la que sus ciudadanos rechacen, repudien y condenen, el populismo, el comunismo y la criminalidad.
Pero esa patria soñada no es Colombia, y para que algún día lo sea, debemos trabajar en favor de mejorar la educación, para que sea formativa, fundamental e integral, lo que evitará que populistas y fletadores de turbas, se sigan enriqueciendo con las necesidades, los afanes y las angustias de los que no han tenido el privilegio de ella.
Termino estas crudas letras rememorando las palabras esperanzadoras de Federico de Amberes:
“A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta son gobernantes honestos y capaces de tomar decisiones para lograrlo, y que tengan claro que, no hay mayor debilidad humana y causa de atraso, pobreza y confrontación, que la falta de educación”.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mag. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.