Por: Rafael Rodríguez-Jaraba*
Precedidos de protestas, saboteos y amenazas terroristas, se inauguraron los Juegos Olímpicos de Paris 2024, en un acto abierto, espléndido y sin antecedentes.
La ceremonia de apertura fue pletórica de simbolismo y de refinada estética, y se desarrolló teniendo como marco el Rio Sena, así como las calles, plazas y monumentos más emblemáticos de Paris, la Ciudad de la Luz, lo que sorprendió y emocionó al mundo entero, dado el derroche de originalidad, sobriedad y belleza.
Durante la ceremonia, y a pesar de la incesante llovizna que cayó, todo marchó bien, hasta el momento en que una grotesca parodia transformista (drag queen), representó de manera burda, soez e impúdica, el mítico cuadro la Última Cena del imperecedero pintor italiano Leonardo Da Vinci, lo que sorprendió y de inmediato desdibujo el acto, desató inconformidad y mayoritario rechazo, y ha suscitado enérgicas protestas en todas las latitudes.
Y es que lo ocurrido, no fue resultado de un error, de una equivocación o de una imprudencia. No, lo ocurrido fue un acto premeditado y deliberado de ofensa, burla y maltrato al mundo cristiano, a la civilización occidental, y al pueblo italiano, al punto que para muchos la luz de la llama olímpica ha terminado ensombrecida, y, con ella, París y toda Francia, así como repudiado el Comité Olímpico Internacional y la organización de la justa deportiva, por haber permitido semejante afrenta y despropósito.
No se entiende, como la más importante competencia deportiva mundial, haya terminado siendo usada para irrespetar y ultrajar al credo cristiano y para hacer propaganda política en favor del mal llamado Progresismo, la más anacrónica y regresiva expresión política contemporánea, la que paradójicamente aboga por la libertad, pero pretende implantar a como dé lugar la igualdad propia del comunismo; prohibir todo lo que constituya competencia; y, proscribir todo lo que no sea coincidente con sus enrevesados y contradictorios postulados, los que la mayoría de quienes fungen como sus dirigentes no los tienen claros y, por ende, sus dóciles seguidores no los conocen bien, y en consecuencia, no los entienden.
El Progresismo de manera utilitarista y para concitar el interés de la minoría amiga de la “política identitaria” que profesan las personas LGTB+, se muestra libertario e incluyente con ellas, y para aparentarlo, agita la manida perorata de la “identidad de género”, sin que esta minoría sepa o recuerde que los regímenes comunistas y totalitarios, persiguen, encierran y exterminan a los homosexuales.
Al parecer, las personas LGTB+, tampoco parecen recordar, que Raúl Ernesto “Che” Guevara, advenedizo argentino en la llamada y hoy moribunda Revolución Cubana, proscribía cualquier expresión de diversidad y pluralismo, al punto que, con el beneplácito de Fidel Castro, construyó un campo de concentración para recluir homosexuales, a quienes consideraba pervertidos e incapaces.
Es muy lamentable lo ocurrido en París, lo que será una mácula imborrable en la historia de las olimpiadas, como lo es y seguirá siendo, la masacre perpetrada por el grupo terrorista islámico “Septiembre Negro”, que durante los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 cegó la vida de once (11) deportistas de Israel.
Ojalá que las justas olímpicas en París, transcurran sin más sobresaltos, sin más actos groseros y sin nuevas manifestaciones antirreligiosas y políticas, de manera que se honre el espíritu olímpico y se vivifique la competencia leal y fraterna que las inspira.
Qué nunca jamás se permita que la religión y la política se involucren en las olimpiadas, y menos aún, los discutidos y muy controvertidos supuestos errores de la genética, así como las respetables inclinaciones o gustos sexuales de las personas.
Qué bueno fuera que siempre viviera en nosotros el espíritu olímpico, y que todos estuviéramos comprometidos con la exigencia, la excelencia y la leal competencia en aras de ayudar a construir un mundo mejor.
Honor a Grecia que creó los Juegos Olímpicos; honor al Barón Pierre de Coubertin que los revivió en la era moderna; y, en especial, honor a la memoria de los once (11) deportistas israelíes, vilmente asesinados a manos del grupo extremista islámico «Septiembre Negro» en las olimpiadas de Múnich de 1972.
Qué viva París libre y eterna; hoy, lamentablemente asediada y acobardada por la amenaza del terrorismo musulmán, y degradada por dislocados y retardatarios progresistas.
Qué viva el Espíritu Olímpico; y que siga contribuyendo a forjar una humanidad más pacífica, fraterna y civilizada.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.