Por Rafael Rodríguez-Jaraba*
Al culminar el año, la nación afronta una incertidumbre sin antecedentes en su historia republicana, creada, por los yerros, despropósitos y desvaríos del remedo de gobierno que padecemos.
La probada elección ilegal de Petro y su indigna permanencia en la presidencia, y con ella, sus perversos anuncios, disparates y decisiones, ha hecho que, antes que avanzar, el país retroceda y quede expuesto a la anarquía y a la fractura de su orden constitucional y democrático.
La lista de desmanes del gobierno de Petro y su banda de delincuentes, es abrumadora e interminable. Tan solo basta recordar algunos de ellos, como: la regresiva reforma tributaria que hizo aprobar por sus parlamentarios de bolsillo en el año 2022, la que incentivó la informalidad; el grave deterioro de las relaciones con Estados Unidos y la ruptura de la cooperación con el Estado de Israel; el nombramiento de ministros, embajadores y funcionarios ineptos e indecorosos, y de otros con antecedentes penales o sujetos a investigaciones; el irrespeto y maltrato a la comunidad internacional; la solapada legitimación de los cultivos ilícitos y de la producción y venta de narcóticos; la tolerancia complaciente con la ocupación y usurpación de la propiedad privada; el debilitamiento y humillación de las fuerzas militares y de policía; la intromisión en asuntos judiciales y el irrespeto a las altas cortes, a jueces y magistrados; el reconocimiento político de bandas y grupos narco terroristas, la gratificación de delincuentes y vándalos y, por último, su respaldo al golpista peruano Pedro Castillo, al chafarote de Nicolás Maduro y a las dictaduras de Cuba y Nicaragua.
De igual manera, los irresponsables anuncios de Petro han provocado aumento del terrorismo y la delincuencia, pérdida de la gobernabilidad territorial, repliegue de la inversión nacional y extranjera, encarecimiento de la deuda y un déficit fiscal que amenaza con inmovilizar el Estado.
No siendo poco lo anterior, Petro suspendió la exploración y explotación de gas y petróleo; expolió y pauperizó la hacienda pública; devastó el sistema de salud y arruinó las EPS; implementó una recesiva reforma laboral que redujo el empleo formal; creó un pernicioso Ministerio de la Igualdad; ordenó la compra con sobrecostos de aviones de guerra no experimentados; suspendió la construcción de vías y obras de infraestructura; rompió la regla fiscal, y; quizás, lo más grave, corrompió e Congreso y no ha cesado de intentar restringir y controlar la libertad de prensa, pensamiento y expresión, y, de perpetuar a sus esbirros en el Congreso. Petro hizo de su gobierno una guarida de ineptos y hampones.
Las quimeras y peroratas de Petro sobrecogen, por repentistas, irreflexivas e irresponsables, e incluso, algunas de ellas, causan hasta hilaridad. Su obtusa incapacidad y torpeza para gobernar es manifiesta y al parecer insuperable.
Pero no siendo eterna su permanencia, los colombianos no podemos perder el rumbo y menos, dejar de reflexionar sobre los obstáculos que nos distancian de un mañana promisorio.
Pero para soñar una patria mejor debemos modificar el presente. Ojalá que la esperanza que trae el nuevo año nos inspire y nos permita reconocer, que lo mejor que hemos hecho aún está por hacer.
Ojalá que en el 2026 avancemos unidos en la construcción de una patria próspera; lograrlo, es cuestión de decisión. Entre tanto, seguimos sin entender qué, por encima de los intereses individuales, económicos, políticos e ideológicos, están los intereses superiores de la nación.
Necesitamos construir una unidad nacional fuerte, diversa y pluralista; monolítica y solidaria, que nos integre en una fraternidad inquebrantable y no tan solo en el duelo o la alegría. Ser colombiano debe ser la vivencia permanente de un ideario común de valores que aún no definimos.
Seguimos estacionados en el subdesarrollo, no por carencia de recursos y tecnología, sino por facilismo, conformismo, corrupción y absoluta ineficacia de la educación. No hay duda que la elección de Petro, evidencia la politización y el fracaso de la educación en Colombia. No se entiende como ciudadanos educados y reflexivos, pudieron votar por semejante parlanchín, y peor aún, seguir defendiéndolo.
Seguimos sin entender que la educación es la simiente del progreso y que en ella debe primar la formación sobre la información. Requerimos maestros formadores y nos sobran profesores informadores. Necesitamos que la educación siembre virtud en mentes y corazones, y que en ellos plante la semilla de la exigencia, la excelencia, la competencia, el emprendimiento y la superación. La erradicación de la ideología y la política en la educación pública, es un imperativo urgente y categórico.
Seguimos sin comprender que el cumplimento de la ley garantiza el orden y la libertad, que toda acción debe subyugarse a ella y que el anhelo de paz no nos debe llevar a su quebrantamiento. Algunos olvidan, que la paz es el resultado del respeto, el orden y la justicia, y no de la impunidad.
Seguimos indiferentes ante al aumento desbordado de la población más vulnerable, ignorando, que mientras sigan naciendo colombianos sin posibilidades ciertas de nutrición, manutención y educación, no cesará la pobreza y la violencia. Necesitamos una política educativa capaz de persuadir una planificación familiar responsable en los sectores más pobres.
Nos mantenemos afectos a la prebenda, a la componenda, al privilegio y al favor indebido. Propiciamos o toleramos la corrupción de funcionarios públicos que venden la dignidad, asedian la economía y socavan la confianza. Necesitamos derrotar esta pandemia nacional que nos envilece.
Seguimos sin entender que solo hay progreso, cuando hay expansión económica y consecuentemente aumento en la capacidad de compra de la población, y que las reformas populistas, antes que mitigar y reducir la pobreza, la aumentan y masifican.
Necesitamos de una nueva clase política, pulcra, capaz y poseedora de ciencia, virtud y sabiduría, que sea ejemplo de integridad y logre redimir la confianza perdida. Necesitamos que la política abandone la improvisación y acoja la planeación prospectiva, y que la justicia recupere su dignidad, respeto y majestad.
Federico de Amberes dijo: “A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta es decisión para hacerlo”. Luego agregó, “No hay mayor debilidad humana y causa de violencia, corrupción y pobreza, que la falta de educación y la procreación irresponsable”.
Hago votos para que Colombia haya aprendido la regresiva lección progresista y en el nuevo año, retorne al sendero de la sindéresis, el avance y el desarrollo.
P.D. Feliz Navidad y Año Nuevo para mis pacientes lectores; para el 2026 les prometo, mejor análisis, mayor profundidad y buena letra para que me entiendan.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado. Esp. Mg. LL.M. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.






