Piensa mal y acertarás (II)

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mario arias gómez

Por: mario arias gómez.

M

e refiero al origen histórico de la cita: “La mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo”, eternizada por Plutarco en su obra ‘Vidas Paralelas’; máxima que ha tenido discordes acepciones, predecesoras al sabio de Queronea, usadas no siempre acertadamente.

Por la época se cultivaba en Roma un dogma saturado de secretismo, ejercitado por las mujeres, exclusivamente, dedicado a la ‘Bona Dea’ (Buena diosa), asociado a las cosechas y la fecundidad. En su honor se celebraban dos fiestas, al inicio de la primavera (abril) en la que se glorificaba el renacimiento, la segunda en diciembre, en la que se sepultada, comienzo de la reencarnación.

Una primera versión habla del matrimonio de Cayo Julio César con Pompeya, que lo relegó en su juventud, nieta del dictador Sila, hija de Cinna; unión que incide en el balancín político romano. Elegido César sumo pontífice (63 a. C.), ocupa la ‘domus publica’ (residencia oficial) por derecho propio, ubicada en la Vía Sacra, donde Pompeya acoge la celebración de la ‘Bona Dea’, atiborrada de alcohol, con categórica connotación libertina, en la que estaba estrictamente prohibida la presencia masculina, incluidos los esclavos, ni siquiera cuadros en las paredes o mosaicos que los encarnaran.

El joven, esbelto patricio, Publio Claudio Pulcro que, luego de adoptado por la rama plebeya de su familia, pasó a llamarse, escuetamente, ‘Clodio’; dotado con el don de la elocuencia, dueño de gran fortuna, se disfrazó de fémina, ejecutante de la lira, a objeto de colarse en el agasajo, en busca de seducir, acceder a la hermosa segunda esposa de César, de quien estaba loca, secretamente enamorado.

Refiere Cicerón -uno de los cronistas que recoge la picaresca historia- que, hacía venir de la frontera norte de Roma, un batallón de guerreras germanas, que servían de escoltas a su pareja. Cuenta la inicial versión en comento, que el aludido ‘Clodio’ fue pillado -in fraganti- manteniendo relaciones sexuales con Pompeya; desenmascarado, fue vejado, acusado, apresado y juzgado por profanación, impiedad, engaño, sacrilegio y traición al estado; juicio plagado de argucias, intrigas, consejas, embustes, sobornos, en que el querellante no aportó prueba alguna, suscitando la absolución plena.

Con este horizonte de minuciosidad y misticismo, la falaz presencia masculina en la Saturnalia -en la que era evidente la relajación de las normas sociales- fue causa entonces de gran escándalo. Otro relato asegura que Pompeya no cometió infidelidad alguna, ni incurrió en ningún acto indecoroso.

Llegados los rumores a los oídos del celoso César, no quiso irrumpir en el recinto para no provocar una segunda presencia masculina; siguientemente, sin embargo, la repudió -ipso facto- por sospecha de adulterio, arguyendo que “no bastaba que fuera honesta; que también tenía que parecerlo”.  Decisión consumada con la abreviada fórmula: “Tuas res tibi habeto et vade” (Coge tus cosas y vete), sin más prosopopeya.

Profanación que, en la agorera Roma, tuvo alcance inesperado, al determinarse que todas las embarazadas debían abortar, ya que “el fruto de sus vientres -en vez de niños- serían serpientes”, a lo cual fueron obligadas a consumir centeno crudo por tres días; gramínea que no lo provocaba, sino el desconocido parásito -clavíceps purpúrea-, cuyas destructoras consecuencias afectaban el feto, irremisiblemente. Se prohibió -además- el consumo de las cosechas de los árboles de la metrópoli, que mudarían a venenosos, indigeribles, dando por sentado que las recolectas venideras serían calamitosas, ordenándose cambiar el calendario de los días festivos del semestre subsiguiente.

Aurelia, su influyente madre, quiso persuadir a César de la inoportunidad, inconveniencia del divorcio, tomados en cuentas los ancestros ilustres de su esposa, nieta del difunto dictador Sila, hija adoptiva del oportunista de turno, Mamerco, presidente del Foro, -especie de Macías-; argumentación a la que se sumaron las más conspicuas matronas del patriarcado, que testificaron en favor de la destronada, aseverando que ella solo había asistido como espectadora, sin cometer promiscuidad alguna, a lo que el inconmovible emperador, sentenció: “Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha”.

Antecedentes de la segunda transcripción del enunciado: «No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo«, dando a entender que, a pesar de su significativo abolengo, ascendencia, noble estirpe, su compostura no se compadecía con la que de sí misma ofrecía, determinado que no era digna de seguir como su consorte.

Aun cuando no esté comprobada la responsabilidad de la escuálida Vicepresidenta, sobrellevará la sospecha que la desacreditó por siempre, basada en su probada falta de limpieza, transparencia que reclama la RENUNCIA ya. Continúa.

01/07/2020

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Abogado, periodista y escritor


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