Por Rafael Rodríguez-Jaraba
Se empiezan a cumplir, 20 años del fallecimiento del “Maestro de Maestros” y de mi mejor Maestro, Milton Friedman, y su obra, sigue viva y latente.
Milton Friedman, fue Premio Nobel de Economía y sin duda, el economista más influyente después de Adam Smith, David Ricardo y John Keynes y muy, probablemente, el mejor profesor universitario del que se tenga noticia.
Hijo de humildes inmigrantes judíos provenientes de Besarabia, perteneciente a la monarquía del Danubio, hoy Moldavia, después de la muerte de su padre, con apenas 15 años, debió ocuparse de su propio sustento. Con un modesto ingreso financió sus estudios de economía en la Universidad Rutgers de New Jersey y luego su postgrado en la Universidad de Chicago en la que permaneció hasta su jubilación como profesor en el año 1977.
Paralelo a su actividad como profesor universitario, trabajó para el National Bureau of Economic Reserarch, en el US Treasury Department como consultor para la realización del Plan Marshall, y, a partir de 1960, como asesor del Gobierno Estadounidense en asuntos interiores y exteriores.
Friedman remozó la economía, y le devolvió ilusiones y esperanzas perdidas a una ciencia derrotada por el proteccionismo, la concentración de la riqueza, la masificación de la pobreza, el desempleo, la inflación y la estanflación.
Con sus teorías suficientemente probadas le recordó al mundo, que el progreso y el avance económico de la sociedad no tiene límite; el límite, lo imponen los políticos que no están preparados para legislar, ni gobernar, y menos, para asumir grandes responsabilidades y desafíos. Para Friedman, sobran políticos y faltan estadistas, y en Colombia esta verdad se magnifica.
Su Teoría de la Intervención Monetaria, consistente en controlar la inflación mediante la regulación de la oferta monetaria a una tasa constante, le permitió a la humanidad detener su empobrecimiento como consecuencia del encarecimiento de los precios y la perdida gradual de la capacidad de compra de los salarios. En Colombia su teoría se aplica, a pesar de su distorsión producida por los abusos de los bancos y la tolerancia complaciente de los gobiernos con ellos.
Friedman, caracterizado demócrata y leseferiano, desde su cátedra en la Universidad de Chicago, y por medio de sus columnas de prensa, denunció el rotundo fracaso del proteccionismo, el populismo y el comunismo, y su responsabilidad como causantes directos de la pobreza, la miseria y el atraso que padecen algunas naciones.
Con su trabajo prolijo y sistemático, sostuvo y probó hasta la saciedad, las bondades inequívocas de la libertad de mercado y la necesidad impostergable de crear un marco legal justo en el que prospere la iniciativa privada, el espíritu empresarial, el emprendimiento y el libre intercambio.
Para Friedman la inserción de las naciones pobres al escenario de la economía global, no era una alternativa opcional, sino un imperativo categórico para promover progreso y acortar distancias frente a las economías industrializadas.
Friedman fustigó con vehemencia el proteccionismo en favor de los sectores solventes de la economía y en perjuicio de los intereses de la comunidad, y repudió la devaluación como modelo de desarrollo promovido por la Cepal.
Para Friedman era inadmisible que los Estados, engañosamente y valiéndose de la supuesta defensa de los intereses nacionales, antepusieran al bienestar de los consumidores, los intereses de los productores.
En una de sus memorables cátedras universitarias dijo: “Solo hay progreso, cuando hay aumento del consumo general a una tasa de inflación moderada. Para ello, los gobiernos deben ser visionarios y prospectivos; austeros en el gasto y solventes en la inversión; respetuosos de la iniciativa privada y garantes del libre mercado; prudentes en el cobro de tributos y animadores del crecimiento de la demanda. De no ser así, solo habrá estancamiento o retroceso.”
A su sabio consejo muchos gobernantes apelaron, en busca de estrategias económicas posibles y sostenibles de progreso. Margaret Thatcher y Ronald Reagan se valieron de su esclarecida visión, lo que probablemente los eximió de ser confrontados por el manejo de sus políticas económicas.
Friedman inspiraba a sus alumnos e invadía sus mentes y corazones con ideas e ideales, en favor de la consolidación de una democracia, en la que reinara la exigencia, la excelencia y la libre competencia.
Dentro de sus alumnos, los llamados “Chicago Boys”, estuvieron muchos de los líderes y dirigentes chilenos que estructuraron el exitoso modelo económico denominado “El Milagro de Chile”, que tanto auge, desarrollo y progreso le ha dado a la nación austral, y el que hoy, está seriamente comprometido con el resurgir del populismo regresivo y el renacer de la anacrónica doctrina comunista que pretende anteponer la ideología a la ciencia y a la racionalidad.
Muchos ignoran que, el fundamento primigenio del derecho a la libertad económica, es la iniciativa privada y la libre asociación, el que apareció en Francia en el Siglo XVIII, como doctrina medular de la Escuela Fisiocrática (el poder de la naturaleza), comprimido en la memorable frase “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui meme”, la que traduce “dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo”, en relación con la completa libertad que debe existir en la economía dentro de un marco legal que propugne por el bien común, de manera que los gobernantes, refrenen su inclinación y resistan su tentación por el intervencionismo, el que generalmente termina, limitando, distorsionado o corrompiendo la economía.
Este credo liberal francés, es muy anterior al que ahora, por moda, esnobismo o pedantería, algunos agitan sin conocimiento o convicción, y llaman Escuela Libertaria, que es una ramificación de la Escuela Austriaca de Carl Menger, la que niega de manera ruda y rotunda cualquier presencia o intervención del Estado en la economía.
Para moderar los dos credos económicos en favor de la libertad, Milton Friedman, fervoroso de la internacionalización y liberalización del comercio, y creyente de la autorregulación del mercado a pesar de reconocer sus fallas, en sus teorías nunca negó la necesidad de la presencia del Estado, pero solo justificó su intervención, en situaciones abusivas, críticas o devastadoras.
En contrario a la sustentada postura leseferiana de Friedman, se mantiene moribunda la obtusa, regresiva y retardataria teoría que propalan los dislocados comunistas, hoy vergonzantes y solapados bajo la apariencia de “Progresistas”, “Globalistas” o “Tercermundistas”, quienes desconocen la ciencia, niegan la evidencia y distorsionan la realidad para degradarla a posverdad, y buscan por todos los medios controlar el mercado y los medios de producción, estatizar y politizar los servicios públicos, e ideologizar la educación y el trabajo.
Si Colombia siguiera las políticas de Friedman, en pocos, muy pocos años, se convertiría en potencia económica mundial y en una de las naciones más prósperas del planeta. Y es que, antes que restringir, hay que estimular la libertad económica y ensanchar el mercado, mediante una profunda reforma a la educación, la disminución de impuestos, la reducción del gasto, el aumento de la inversión, el abaratamiento del costo del dinero y la democratización del crédito.
La partida de Milton Friedman dejó un hondo vacío en las ciencias económicas y evidencia, la poca aplicación práctica que han tenido las teorías de los economistas contemporáneos distinguidos con el Premio Nobel, infortunadamente, premio cada día más devaluado, controvertido y desprestigiado.
Friedman, padre del monetarismo y defensor irreductible de la internacionalización de la economía, lego a las nuevas generaciones alternativas para combatir la pauperización de la sociedad a expensas del fortalecimiento fiscal de estados incapaces de hacer cierta la esperanza del progreso.
Honor a mi Maestro; honor a su vida; honor a su obra; y, honor a su memoria.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado. Esp. Mg. LL.M. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.










