Por Bernardo Henao Jaramillo
Columnista de Opinión
Resulta irrefutable que el actual presidente, desde su posesión, ha acudido a un conjunto de prácticas políticas dirigidas a distraer a la población, mientras cumpliendo con su estrategia populista cada día debilita las instituciones y se torna más autoritario.
Hay muchas razones por las cuales dudar de los propósitos de la carta que le enviara recientemente Álvaro Leyva, quien fuera su canciller, la que por más que quiera vestirse de denuncia o de clamor por la ética pública, tiene el inconfundible tono de una confesión tardía y una vendetta mal disimulada. No se trata, como pretende el ex Canciller, de un acto de valentía institucional, sino más bien de una comunicación explosiva, que pareciera traslucir un ajuste de cuentas con quienes hoy ocupan el lugar de poder que él perdió.
Resulta inevitable preguntarse ¿por qué Leyva, con todo el poder y la información que tuvo siendo Canciller, no presentó ninguna denuncia en ese entonces, cuando debió hacerlo? ¿Por qué sólo ahora decide levantar su voz sin clara explicación?
Es claro que debió hacerlo cuando sus advertencias podían tener consecuencias institucionales reales. ¿Por qué esperó casi un año después de estar fuera del cargo para hacer la crónica de su propia omisión?
Justamente en la respuesta que se puede dar a esos interrogantes se halla absorto el país, mientras tanto el presidente continúa polarizando a la sociedad, atacando a miembros de los otros poderes -legislativo y judicial-, así como a la oposición.
La carta apunta con especial dureza a Laura Sarabia, Armando Benedetti y Ricardo Roa, pero no se detiene a explicar su propio rol como testigo, facilitador o incluso beneficiario de muchas de las dinámicas que hoy denuncia. El embajador Alfonso Prada lo desmintió sin titubeos. Y el presidente Petro, en un gesto que combina afecto retórico con cálculo político, alargó su permanencia en Francia.
Esta contradicción revela una grave fractura dentro del Pacto Histórico.
El pasado de Leyva y su cercanía con Petro imponen poner mucha atención a esta denuncia ya que en múltiples ocasiones se conoció en este país el presunto uso de ciertas sustancias por parte del hoy mandatario.
Las tensiones internas no son nuevas, pero la carta de Leyva las pone en evidencia. Lo que debió ser una autocrítica o una propuesta seria de reforma se convierte en un documento más cercano al rencor que a la responsabilidad de Estado.
Así mismo, se especula que el escritor pretende enviar otras misivas, al parecer con el propósito de ambientar el lanzamiento de un futuro libro, aunque otros espectadores registran en las redes que está cumpliendo clara tarea para las que se conocieran como las FARC y el ELN. Un panorama bien confuso.
Si algo deja claro esta salida es que en Colombia seguimos atrapados en la lógica del personalismo político. Las instituciones importan poco cuando median intereses personales. Y en ese juego de egos, el país, una vez más, queda relegado al papel de espectador de una pelea que solo beneficia a quienes viven del ruido y no de las soluciones.
Pero en fin aquí todo nos indica que los protagonistas de los hechos narrados pueden estar mintiendo. El objetivo de la carta está en zona gris.
Se conoce que el senador Miguel Uribe Turbay optó por demandar la nulidad del Decreto 1009 de 2023 con el que se alargó la estadía de Petro en Francia, en aquel entonces, y por las evidentes inconsistencias en que se fundamentó, alega el demandante que estaría incurso en falsa motivación.
Es el momento de mirar más allá de los continuos escándalos que protagoniza este gobierno y quienes han estado en él a los que peligrosamente el pueblo colombiano se está acostumbrando y caricaturizando, es hora de despertar y pacíficamente reaccionar para defender el sistema democrático, la salud, la educación y la seguridad, derechos que van cuesta abajo mientras nos entretienen con su maquillaje novelesco.
Apropiada resulta la frase de Martín Luther King “Toda persona debe decidir si camina a la luz del altruismo creativo o en la oscuridad del egoísmo destructivo”.