El loro homófobo

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Por Miller Soto.

En Cerdeña, una bella isla al norte de Italia, hay una pequeña población cerca a Cagliari que se llama Capoterra. Allí, el 2 de mayo de 2017 sucedió una tragedia insólita. Ignazio Frailis, que entonces tenía 46 años, tomó la fatal decisión de seguir a la señora María Bonaria —quien paseaba con sus dos mejores amigas— y apuñalarla once veces, causándole la muerte.

Ignazio, que vivía con un tío, era vecino de la señora María, una buena mujer que junto a su esposo disfrutaba de su vida como pensionada, de sus hijas y de sus nietos. Nunca habría imaginado que aquel día soleado, sus días terminarían por cuenta de una acción violenta. Pero así fue. Ignazio la mató y para las autoridades no fue difícil establecerlo, pues concurrían todos los elementos necesarios para acusarlo por el hecho. Luego, casi dos años después del homicidio de la señora María, inicia el juicio en el que el ministerio público acusa a Ignazio de ser el autor material. Allí, sin que el imputado haya negado haber cometido el hecho, sale a relucir una historia de pequeños conflictos entre vecinos, que parecía una estrategia defensiva para atenuar la dimensión de la pena. Pero no. Ese era solo el preámbulo de la estrategia.

Ignazio, que vivía con su tío Darío, un profesor de religión, de trato exageradamente fino y muy querido en el pueblo, pasaba sus días en casa armando rompecabezas junto a una ventana que daba a la propiedad donde habitaba la señora María con su familia y un hermoso loro que le habían comprado a uno de sus nietos hacía un tiempo. El loro, para nada ajeno a lo que se rumoreaba en el pueblo, tenía la manía —como buen loro— de repetir lo que escuchaba. Y así, como lo describieron algunos testigos durante el juicio, lanzaba expresiones, en dialecto sardo, que no eran más ni menos que insultos a causa de la inclinación sexual que les atribuían tanto a Ignazio como a su tío. El loro, sin señalar a quién iba dirigida su diatriba, decía ‘Accaghinàu’, ‘affrosciau’, ‘cagau’, etcétera; e Ignazio, el único que se encontraba en casa la mayor parte del tiempo, asumió que era él el blanco de tales ofensas.

En Capoterra, un pueblo de unas veinte mil almas, a pesar de la consideración hacia el profesor Darío, se comentaba que Ignazio no era su sobrino, sino una especie de joven novio que hacía pasar como pariente para justificar su idílica convivencia. Pero se equivocaban: sí era su sobrino y decidió acogerlo con el afecto propio de un padre que se hace cargo de alguien a quien decide proteger después de haber caído en una vida de vicios, errores y dificultades. El punto es que las diferencias entre un pueblo chico y un gran infierno son pocas, sobre todo, en relación con la lengua de los pobladores. Incluso los loros, que al oír un chisme —cierto o no— pueden ser persistentes a la hora de difundirlo. Así como el loro del nieto de la señora María, que repetía y repetía, en tono peyorativo, la inclinación homosexual de alguien. Lo hacía a diario cerca a la ventana de un Ignazio que no lo soportaba, que juraba que era con él y que terminó alimentando un odio que lo llevó a matar.

Así mismo se expuso durante el juicio. La defensa de Ignazio, agarrándose de tamaña justificación expuesta por su defendido, pidió su absolución por considerar que se encontraban frente a una persona incapaz de entender; o sea, de un inimputable. De alguien que no podía ser objeto de una sanción, sino de un tratamiento. El ministerio público, en cambio, que pidió cadena perpetua, nunca creyó que el acusado estuviera loco. Insistió en su teoría del caso argumentando que además de tener un motivo, actuó de manera premeditada. Que se molestó por los insultos del loro y que mató a la señora María porque la responsabilizó por lo que este decía.

Al final, en abril de 2019, el Tribunal Penal de Cagliari lo condenó a veintidós años de prisión por considerarlo penalmente responsable; pero lo más curioso, es que en su sentencia incorporó, además de la pena, un tratamiento psiquiátrico al que debe someterse después de cumplir su condena. O sea, es imputable pero también está loco. Algo así como estar medio loco. Extraña decisión.

Todavía me pregunto por qué Ignazio no mató al loro en lugar de a la señora. ¡Era el loro el homófobo! Ignazio no tenía pruebas para concluir que la señora María fue la que le llevó el chisme al loro; de hecho, no había modo de que Ignazio tuviera la seguridad de que el loro se dirigía a él; e incluso, no está dicho que al loro se lo dijo alguien. Quizá lo vio caminando a él o a su tío y sacó sus propias conclusiones (lo que no hace menos reprochable su conducta). En fin, creo que la corte se equivocó al no citar al loro a declarar. Hubiera sido interesante no solo para determinar si Ignazio era más loco que imputable o más imputable que loco, sino también para abrirle un expediente por homofobia, discriminación e intolerancia.

Ya está bueno de tanto loro que repite lo que oye o dice lo que le da la gana sin medir los efectos que producen las palabras. Y las palabras, mi queridos lectores, son importantes.

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