Por: Eduardo Padilla Hernández, presidente de Redvigila.
El Tratado de los Océanos, Tratado de Alta Mar o Tratado BBNJ (Biodiversity Beyond National Jurisdiction) comenzó a discutirse en Naciones Unidas en 2006 para garantizar la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad marina en las áreas situadas fuera de las jurisdicciones nacionales (más allá de 200 millas náuticas), pero hoy, casi 20 años después, no se ha visto ningún resultado referente al medio ambiente oceánico.
Hasta este momento no hay resultados porque la agenda de la humanidad está equivocada:
En lugar de canalizar esfuerzos hacia el cuidado de los océanos, la élite optó por enviar naves al espacio, incluso un cohete tripulado llegó a la Luna en 1969.
A los tres astronautas, que estaban en territorio Navajo, preparándose para el viaje espacial, el cacique de esa tribu les preguntó que si él podía grabar un mensaje para la Luna. Ellos respondieron que sí, y el nativo dijo: “Luna, no confíes en los hombres blancos, porque ellos están destruyendo la Tierra, y no quiero que hagan lo mismo contigo”.
400 mil millones de dólares vale enviar un cohete al espacio.
Otro gallo cantaría si esta suma fuera destinada para iniciar trabajos tendientes a la descontaminación de los mares.
Después de hablar, sin actuar, casi durante 20 años, recientemente, la ONU aprobó por fin el Tratado Global de los Océanos, el cual permite proteger los océanos en aguas internacionales.
Uno no entiende por qué para iniciar la guerra, o la muerte que es lo mismo, sólo se necesitan unos minutos, pero para este tema ambiental o para la vida, que es lo mismo, tuvieron que echar tanta perorata burocrática durante un largo período de tiempo.
La humanidad le ha fallado a la vida porque no ha sabido establecer el orden correcto de las prioridades.
Entre viajar al espacio y descontaminar el mar, la prioridad es el océano, porque esa inmensidad acuática abandonada genera oxígeno para que todas las especies del planeta podamos vivir.
El fitoplancton que flota en el agua marina produce oxígeno como un subproducto de la fotosíntesis.
El océano regula los climas de las costas y de las ciudades para evitar el frío o el calor extremo.
La hipótesis fue confirmada en 2015 por el proyecto internacional Tara Oceans, cuyos resultados concluyeron que el fitoplancton genera al menos la mitad del oxígeno que respiramos (unos 270 mil millones de toneladas al año) y transfiere unas 10 gigatoneladas de carbono de la atmósfera a las profundidades del océano.
El océano nos ofrece alimentos como son los productos de pesca.
Los arrecifes, así como los manglares, funcionan como una barrera de protección para evitar un efecto devastador por el paso de huracanes y tormentas.
Esa vastedad de agua nos brinda servicios culturales muy importantes como son la contemplación de sus atardeceres que nos ayudan a relajarnos.
El mar nos ofrece vías de comunicación esenciales. Sin el océano, la vida prácticamente estaría en crisis, desgraciadamente no lo valoramos porque es algo cotidiano, común, que de tanto mirarlo se vuelve “intangible”.
El océano no es únicamente agua ni tierra, es un área de fuertes interacciones y procesos ecológicos, económicos y sociales.
El bosque de mangle es tolerante a las sales que son fuente de nutrientes para los arrecifes, y capturan gases de efecto invernadero.
Las dunas costeras impiden que la salinidad y arena se internen tierra adentro, y son excelentes zonas de filtración de agua de lluvia.
En las costas se reúnen varios ecosistemas: playas, acantilados y selvas que en su conjunto forman una belleza escénica increíble, especial para la recreación y que son, además, importantes sitios de anidación de aves y de tortugas marinas. Y cuando uno se adentra al mar encuentra comunidades coralinas.
Hay cañones submarinos que tienen una profundidad de más de mil 400 metros, en donde surge un proceso oceanográfico llamado “surgencias”, es decir, que las aguas del fondo van hacia las aguas superficiales cargadas de nutrientes (comida para peces). Este acontecimiento se puede apreciar de febrero a junio, que es cuando mayor número de seres marinos se pueden ver en esas zonas.
Los océanos son un gran almacén de dióxido de carbono (CO2), es decir, asumen todas las emisiones de carbono que generamos los humanos por el uso de combustibles fósiles: petróleo, carbón o quema de madera, por nombrar algunas.
La ignición de combustibles fósiles genera emisiones de gases tales como dióxido de carbono, monóxido de carbono y otros gases que contribuyen a generar y potenciar el efecto invernadero, la lluvia ácida, la contaminación del aire, suelo y agua.
El grave problema es que el exceso de CO2 provoca la acidificación del océano que trae como consecuencia que corales, crustáceos y moluscos no logren generar sus esqueletos a falta de carbonato de calcio y se vuelven más frágiles y susceptibles a fragmentarse, y por ende a morir.
Concatenado con el CO2, cada día hay un incremento en la temperatura de las aguas oceánicas o lo que conocemos como calentamiento global, que está produciendo la enfermedad llamada blanqueamiento de coral, es decir, que la microalga que vive dentro del tejido del coral y la cual es indispensable para sus procesos metabólicos, se altera (por el calor) e irrita al coral hasta que este lo expulsa.
Sin embargo, el coral a falta de la microalga empieza a morir de hambre en un promedio de tres semanas.
Otra situación que afecta al océano es la contaminación por aguas residuales y por plástico. Los peces y las aves confunden el plástico con alimento y lo acumulan en sus estómagos hasta que mueren. Incluso los seres humanos al consumir productos del mar estamos alimentándonos con gramos de este material.
Lamentablemente las investigaciones respecto a lo que sucede en el océano son pocas, locales y separadas a consecuencia de los altos costos que implica conocer a fondo el ecosistema marino (inversión en lanchas, equipo de buceo y laboratorios).
La obligación de los investigadores y veedores es difundir información para que, en un momento dado, la población tome conciencia de que está llevando una vida de consumo desmedido.
Lo más importante es empezar por uno mismo, mejorar nuestras acciones para involucrarnos en la conservación ambiental, controlar nuestro consumo y educarnos.
El Gobierno, por su parte, debe mejorar la formulación de las políticas públicas y lograr que realmente se apliquen las leyes, normas y reglamentos ambientales.
Hay que cambiar la prioridad de la agenda y empezar a trabajar por salvar al planeta, a la humanidad, a todas especies aéreas, terrestres y acuáticas.
Vamos a dejar de lado la vanidad de estar gastando dinero en el espacio e invertir en el océano, para evitar la extinción de todas las especies que habitamos en nuestro lucero azul.
Es algo insólito que la burocracia global haya tenido que esperar tanto tiempo para iniciar la salvación de nuestro hogar (el planeta Tierra).