Por Pedro Luis Barco Díaz.
En 1967, los presidentes Carlos Lleras Restrepo, de Colombia, y Raúl Leoni, de Venezuela, crearon –’miti miti’– la empresa Monómeros de Colombia, con tres socios mayoritarios: el Instituto de Fomento Industrial (IFI) (Qepd) y Ecopetrol, por nuestro país, y el Instituto Venezolano de Petroquímica, por Venezuela.
El objeto de esta empresa era producir y comercializar fibras y resinas de nylon, fertilizantes y alimentos para animales, considerados como productos estratégicos para un país que privilegiaba la producción nacional agropecuaria. Se le llamó por muchos años como “la más exitosa experiencia empresarial entre Colombia y Venezuela”. O también, el “proyecto binacional más grande de la región en los últimos 50 años”.
Esta empresa, como muchas otras, fue creada en el esplendor del modelo de sustitución de importaciones que adelantó Lleras Restrepo, el cual permitió que el Estado participara directamente en la producción básica y en la transformación de materias primas nacionales y extranjeras.
Al principio operaba solo en Barranquilla, a orillas del Magdalena, pero hoy tiene otra factoría en nuestro departamento costeño del Valle del Cauca, en Buenaventura, donde produce y comercializa fertilizantes simples y mezclados.
Uribe la vendió a precio de huevo
Pero en el año 2006 llegó la roya: el Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, en una orgía de privatizaciones propias de la peste neoliberal que volvió trizas el capital público producido y acumulado durante la segunda mitad del siglo XX, decidió poner en oferta pública a Monómeros. Como el gobierno venezolano ya era socio, Hugo Chávez, ni corto ni perezoso, aprovechó su derecho de preferencia, y adquirió el ciento por ciento. “El valor de la venta de las acciones de IFI – Ecopetrol fue de 53 millones de dólares, un valor tan bajo que Venezuela lo recuperaría en un par de años con la misma utilidad de la empresa”.
Uribe le entregó la empresa en la que se sustentaba la seguridad alimentaria del país a su archienemigo. Desde ese día, Monómeros es una empresa venezolana con sede en Colombia que quedó al garete de la guerra fría entre dos países hermanos. Guerra inútil y catastrófica que ha producido las mayores pérdidas a ambos países, desde que llegó Cristóbal Colón con todo su batallón.
En 2017, el gobierno de Donald Trump metió al régimen de Nicolás Maduro en la lista negra de la Oficina para el Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro (Ofac), más conocida como ‘Lista Clinton’, lo que afectó gravemente el funcionamiento de la empresa.
En 2019 la Asamblea Nacional juramentó a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, creando un demencial monstruo bicéfalo en el vecino país. Por su parte, Estados Unidos, para asfixiar el régimen de Maduro, endureció las sanciones contra la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) y contra los demás activos venezolanos en el exterior.
Como consecuencia, Guaidó y los partidos de la oposición se tomaron la empresa Monómeros, con el apoyo de Estados Unidos, la Unión Europea, el Gobierno nacional, entre otros. De inmediato, el Departamento del Tesoro levantó las sanciones y restricciones a la empresa.
Fue la época en la que el Presidente colombiano, Iván Duque, eufórico, se atrevió a decir que “a la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas porque hay un nuevo régimen institucional que se está creando”.
Pero las cosas no sucedieron así. La euforia por Guaidó languideció y los partidos del interinato que pretendían dizque salvar la empresa –ya sin las restricciones de la Lista Clinton– metieron personal directivo sin ningún tipo de experiencia en la industria de los fertilizantes, la convirtieron en un botín burocrático, destrozaron sus finanzas, la corrompieron y, finalmente, la quebraron.
Ante el mal manejo evidente de la empresa, la propia Superintendencia de Sociedades determinó intervenirla, pero la entidad venezolana prefirió, y así fue aceptado, “hacer uso de las medidas transitorias contempladas en el decreto 560 de 2020 para diseñar, en conjunto con los proveedores, trabajadores y acreedores de la compañía un plan de salvamento”. No parece fácil, entonces, que Monómeros se recupere con esos antecedentes.
En este 2022 el panorama es desolador, pues el campo colombiano está desmantelado y no tenemos procesos de industrialización; la mitad de la comida se importa de otros países a precios imposibles; los precios de los fertilizantes se han triplicado y amenazan la cobertura de siembra futura; y el hambre cunde, porque a las familias de menores ingresos no les alcanza la plata para comprar comida.
Todo eso sin contar los devastadores efectos que se desprenderán de la guerra entre Rusia y Ucrania, ya que, ante la quiebra de Monómeros, estos dos países se convirtieron en nuestros principales abastecedores (42 por ciento) de los insumos agrícolas.
Ante esta situación, es imperativo que el nuevo gobierno nacional de Gustavo Petro, luego de normalizar las relaciones con Venezuela y pueda comprarle Monómeros, por la seguridad alimentaria de nuestro país.
Porque si la decisión de comprarla naciera de este Gobierno agonizante, ténganlo por cierto que Duque se la compraría al también agonizante interinato de Guaidó. Y ahí, sí, como dijo el cura de Caicedonia: ¡nos jodemos todos!