Relato del drama por la hambruna, la sequía y la corrupción que por década han sufrido los habitantes de la región del Almirante Padilla, especialmente los niños que mueren todos los años de desnutrición en este olvidado departamento, rico en carbón y gas.
“Se oye un grito en el desierto, se oye una voz apagada. Se nota un destino incierto en el indio que trabaja… En el norte de Colombia, ampliamente en La Guajira, es notable la zozobra y la angustia que domina”.
Estos versos del folklor vallenato de los años 70 reflejan la terrible situación social que durante décadas han padecido los habitantes nativos de la parte alta o norte de ese departamento caribeño por el abandono estatal y las inclemencias de la naturaleza.
Los indígenas Wayúu de la alta y media Guajira, que es la tierra más árida de Colombia con temperaturas máximas que bordean los 35 grados centígrados a la sombra, viven una histórica tragedia humanitaria por la extrema sequía, acrecentada en épocas de El Fenómeno del Niño, un cambio climático que aleja las lluvias o Juya durante varios meses.
La región duró, hasta el 2014, dos años sin que le cayera una gota de agua. La última gran precipitación fue en el 2010 cuando las cosas se fueron al extremo por el Fenómeno de la Niña y hubo otra calamidad, pero por la inundación. En esa época tampoco hubo mucha ayuda del recién posesionado gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la misma naturaleza arregló las cargas porque el inclemente sol secó rápido la tierra, donde reinan los cardones.
La Defensoría del Pueblo de Colombia alertó durante todo el 2014 sobre la muerte de niños por hambruna y sed en La Guajira. A finales de ese mismo año reveló: «Durante 2014 ya son 43 los menores de edad muertos por factores asociados a la desnutrición en el departamento de La Guajira, cifra que contrasta con las 23 muertes registradas el año pasado (2013) por las mismas causas».
«La cifra de 43 niños muertos por desnutrición en La Guajira nos avergüenza a nivel mundial. El Estado colombiano sigue en deuda social con los Wayúu», declaró el Defensor Nacional, Jorge Armando Otálora, en una audiencia pública realizada en Riohacha el 11 de diciembre de 2014, Día de Los Derechos Humanos.
Según investigaciones del Ministerio Público, en esta región Caribe, la sequía de agosto de 2014, que produjo una crisis humanitaria por falta de agua y alimentos, dejó más de 30 mil niños desnutridos. Especialmente en los municipios de Uribia, donde hubo 17.000 niños desnutridos, en Manaure 18.000 y en la capital Riohacha otros 2.000. En esa época en la península, de cada 100 menores, 35 sufrían de desnutrición crónica, indicó el estudio de la Defensoría.
A su turno, la Fundación altruista Juan Felipe Gómez Escobar (Juanfe), dirigida por Catalina Escobar, manejó otras cifras alarmantes: Entre 2008 y 2013 murieron 4.151 niños menores de cinco años por desnutrición o física hambre en diferentes sitios del departamento más septentrional de Colombia. En su mayoría estas víctimas pertenecían a las comunidades indígenas Wayúu, pero también hubo decesos en otras tribus que habitan la zona, como los wiwa, kogui, arhuaco y kankuamo.
Pero la falta de agua no sólo es la causante de su desgracia, hay un ingrediente principal: los mandatarios locales de turno y la indolencia del Gobierno.
La clase política de La Guajira, dominada por abuchaibes, pérez, acostas, duranes, ballesteros, gómez, deluques, cuellos, carrillos, gonzález, hernández, mejías, sierras, curieles, ríos, ceballos e iguaranes y más, y ahora la moda de la ñoñomanía, solo se preocupa por su bienestar económico, el de sus parientes, amigos cercanos o socios de negocios, pero no por el prójimo. En la tierra donde nació el prócer almirante José Prudencio Padilla, no hay obras de infraestructuras, ni planes de producción o empleo y el dinero de las millonarias regalías no se ve por ningún lado.
La explotación y producción del carbón en las minas a cielo abierto más grandes del mundo, El Cerrejón, constituye el 55 % del Producto Interno Bruto (PIB) de La Guajira, y según el Plan de Desarrollo del 2012, se le entregó a ese departamento en ese año $615.739 millones por conceptos de impuestos y regalías, cifra que aumentó en los siguientes 2013 y 2014. Pero esos dineros no se han visto por ningún lado y se podría decir que la población más vulnerable y necesitada de esa plata no ha sido beneficiada por los multimillonarios recursos y sigue en el abandono. ¿Dónde están esos ingresos?
El Gobierno central tampoco se ha detenido a mirar hacia el desierto más grande de Colombia, sólo se acuerdan de la tierra de las tunas y el cardón cuando los grandes medios de comunicación difunden las emergencias, como la hambruna y la sequía del 2014. Entonces se organizan planes de ayuda y promesas para salir como noticia en la prensa, pero pasa el tiempo y nada se concreta. Todos son paleativos momentáneos. No se ha creado una estrategia integral a largo plazo para sacar a los Wayúu de sus crisis constantes.
El único gobierno que en esta materia hizo algo por La Guajira fue el del Presidente y General Gustavo Rojas Pinilla, en los años 50, que instaló más 500 sistemas de molinos de viento con pozos profundos para extraer agua potable y construyó decenas de jagüeyes. El tiempo siguió su marcha y los quijotescos aparatos se pararon por el óxido debido a la falta de mantenimiento y la sequía volvió. Los pozos que medio funcionan llegaron a su límite y de ellos sólo brota es agua salobre. Pasaron muchos gobiernos y nadie se percató del asunto.
“Aquí la gobernación nunca está, los funcionarios nunca se ponen al cuidado de esto. No sé qué pasa, porque escucho en la radio que llega una plata para las comunidades, que no sé cuándo, pero la verdad, aquí, nunca, nunca hemos tenido una ayuda del Gobierno”, aseveró Lucy Clanje Piyú, artesana Wayúu a Vanguardia.com
Lo que no ha hecho el Estado en el pasado lo hicieron, por ejemplo, fundaciones caritativas privadas como la Juan Felipe Gómez Escobar, que organizó brigadas de apoyo para llevarle médicos generales, pediatras, enfermeras y nutricionistas a los niños con desnutrición en La Guajira.
En La Guajira no hay empresas para trabajar, los empleos giran en torno al mundo político local, quien no esté allí, deberá volverse comerciante, especialmente informal, o dedicarse al contrabando de toda clase de productos y combustible o involucrarse en el negocio de las drogas.
Eso sí, en épocas electorales, todos los políticos se acuerdan de ir a las rancherías a buscar los votos de los incautos y necesitados nativos integrantes de los clanes o castas familiares Ipuana, Epiayú, Iguarán, Pushaina, González, Paz, Arpuchaina, Epinayú, Uriana, Aguilar, Barros, Jusayú, entre muchos otros. Basta llevar el licor artesanal a base de alcohol etílico conocido como chirrinchi, arroz, aceite, harina Pan, gaseosas baratas, panes, canastas de cerveza con un Picó incluido y hasta láminas de Eternit para comprarles los votos, obviamente acompañados de treinta mil o cincuenta mil pesos por adelantado.
“Primo por aquí pasaron unos camiones destartalados, de esos que se usan para bajar el contrabando de Bahía Portete hasta Maicao, llenos de indios listos para votar. Esos paisanos son del político tal, ese es el que va a ganar porque es el que más Wayúu compró”, esas son las frases comunes que se oyen en las calles guajiras en las épocas electorales.
Los políticos los llevan a las ciudades a sufragar y los devuelven a sus trochas o caminos agrestes y caseríos (hay unas 150 trochas), pero más nunca se acuerdan de ellos. Ahí comienza la tragedia. Las escuelas que le ofrecieron no la cumplieron, el acueducto o los jagüeyes para almacenar agua, se les olvidó, y los nativos vuelven a su realidad que consiste en quemar carbón, tejer sus coloridas artesanías, cultivar la cereza, criar sus chivos o pescar para venderlos en Riohacha o Maicao a los alijunas, que son las personas blancas o de color que no son indígenas.
“La india lleva en su burrito una carga de carbón y también lleva un cabrito que es su única explotación… Cuando llegan al mercado salen los oportunistas y no quieren pagar nadita, llega ese mal momento pal’ nativo de mi tierra que ve perder su sustento aun cuando él no lo quiera. Raza fuerte y bravía desdichada por Natura, el agua es melancolía, sólo la aridez perdura”, relata la canción vallenata “Grito en La Guajira”, que recoge en su lamento la protesta social del legendario poeta villanuevero Alberto Beto Murgas, interpretada por el cantante tropical Juan Piña, recientemente ganador de un premio Grammy, y el fallecido acordeonero guajiro Juan Humberto Juancho Rois, catalogado como uno de los mejores de todos los tiempos del género.
La mayoría de los Wayúu no tienen escuelas de calidad con alimentación balanceada para los niños estudiantes, no tienen centros de salud, ni acueductos, ni bodegas para guardar los alimentos, ni mucho menos vías para sacar sus productos, etc. Por eso, no tienen cómo planificar para esperar las duras épocas de sequía. El problema es también de servicios públicos. El agua que se bebe en las ciudades guajiras, en algunos sitios no es apta para el consumo humano y sólo llega tres días a la semana, pero el pago de los recibos es de los más altos de Colombia el cual se embolsillan empresa privadas foráneas. La energía eléctrica tiene apagones constantes y su costo también es elevado, al igual que el gas, paradójicamente siendo La Guajira proveedora de este combustible para el resto del país.
“Ya su piel está cuarteada y su mirada ya es triste, la miseria encaminada y el hambre que no resiste… Ya su fuerza se ha agotado, el aliento se ha perdido, ya sus piernas se han cansado, no encuentran otro camino. El indio desesperado clama y clama por su suerte, su vivir es angustiado que ve cerquita la muerte. Es escaso su alimento, existe preocupación, ellos esperan un momento en busca de solución”, agrega la letra del mítico paseo vallenato que plasmó en 1977 la casa disquera Codiscos en un LP de acetato o vinilo. Y como anécdota Juan Piña afirma en esa inmortal obra musical: “Y eso es trabaja y trabaja y es puro wayuco, no tienen más na’”.
Esa es la realidad de la población indígena más grande de Colombia, proveniente de la etnia Arawak del Caribe, la cual está estimada en unas 270.000 personas, según un censo realizado en 2005, quienes ocupan alrededor de 15.300 km2, de los 20.848 km² que tiene el paradísiaco departamento costeño.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), el 70% de la población Wayúu vive en la pobreza y 1 de cada 3 guajiros sobrevive a la indigencia. En algunos municipios del departamento los indicadores de necesidades básicas insatisfechas (NBI) son casi del 100%. Las estadísticas del organismo estatal confirman que la cobertura de alcantarillado no alcanza ni siquiera al 8%; el 90% no cuenta con agua potable; el analfabetismo en la región es el más alto del país: 60% en la población rural.
A pesar de esta pobreza y miseria de los nativos, Wajiira (como se escribe en el lenguaje local Wayuunaiki) es una de las regiones más ricas de Colombia, tiene petróleo, gas, sal, carbón, muchos minerales y agua no sólo de su inmenso mar Caribe, sino de varios ríos como el Ranchería, El Cesar y Limón, que nacen en la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá. Las pocas empresas grandes y privadas que se han arriesgado a llegar allí son las explotadoras extranjeras de carbón de El Cerrejón. También, las cadenas de supermercado chilena Metro, Almacenes Exito y la firma nacional SAO de Almacenes Olímpica, que tienen una sede cada una en Riohacha, con las que se deslumbran los guajiros.
Los Wayúu tienen un privilegio único, que es pertenecer a dos naciones, tienen ciudadanía colombiana y venezolana y su idioma Wayuunaiki, es uno sólo en ambos lados. Una figura que sirve en parte para socorrerse en casos de emergencias, como las hambrunas. Es decir, cuando la cosa se pone mal en Colombia, pasan la frontera hacia Venezuela, por esto, viven en gran parte, del comercio de toda clase de productos y de la gasolina que traen del vecino país y que venden en Maicao.
Pero recordemos que Venezuela ha vivido momentos de crisis económica representada por el desabastecimiento de alimentos y toda clase de elementos de subsistencia durante el gobierno del presidente Nicolás Maduro, quien siempre culpó de su mala gestión al contrabando desde su país hacia Colombia.
Por eso, el mandatario heredero del fallecido caudillo Hugo Chávez restringió el paso de los pocos alimentos y productos que Venezuela importa de otros países para el consumo interno de sus compatriotas, controlando las entradas oficiales de la larga frontera que une a las dos naciones, que tiene un total de 2.200 kilómetros y por donde se movilizan a diario una 10.000 personas, incluyendo la zona de Cúcuta (Norte de Santander). La Guardia Nacional venezolana decomisa cualquier elemento que transporten los Wayúu cerca de la localidad limítrofe colombiana de Paraguachón, lo que afecta a los miembros de esta etnia, quienes sobreviven de la compra y venta de los mismos.
Sin embargo, cabe recordar que tanto Chávez como Maduro se beneficiaron de los nativos en épocas electorales, cedulando a cientos que no tenían documentos y encarrilándolos en sus gandolas (o camiones) para que votaran por ellos a cambio de prebendas… lo mismo que en Colombia.
Los guajiros no pueden estar sometidos a que la administración de Maduro les deje pasar al lado colombiano, cuando este quiera, sus alimentos y otros productos. Ni deben ser objeto del populismo mediático estatal que los pretende apaciguar cada vez que hay una denuncia pública con carros tanques (cisternas) de agua y la fabricación de algunos pozos para sacar el vital líquido, construidos a la carrera. Necesitan una solución social prolongada del Gobierno Nacional de forma urgente, una estrategia controlada y vigilada para que los recursos no se dilapiden por la corrupción, para que sirvan a largo plazo, y no para mitigar la sed que siempre han tenido los Wayúu y que todos los años arrecia El Niño, porque no sólo con agua vive el indio.
Por Sixto Alfredo Pinto
Director La Otra Cara