Por: Eduardo Padilla Hernández.
En 1980, conocí a Jaime en Bogotá, cuando empezamos a laborar en el Congreso de Colombia. Con este amigo afectuoso y reflexivo compartí experiencias cordiales y establecí buenas relaciones en el ámbito de las perspectivas políticas, desde su elección para la asamblea y posteriormente al Congreso, hasta su rol como secretario de la Comisión Segunda del Senado, mientras yo desempeñaba el cargo de Jefe de Medios Audiovisuales en esa Institución, bajo el nombramiento de Edmundo López Gómez.
Dijo el sabio Salomón: ¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo? Sin embargo, Jaime y yo fuimos la excepción de esa regla salomónica, porque fueron muchos años cargados de amistad y controversias pues él confiaba demasiado en los políticos, mientras que siempre los he mirado desde una perspectiva crítica.
Me vienen a la memoria sus inicios en el ámbito oficial, cuando en esa época me esforzaba en apoyarlo en asuntos filosóficos y estatales, proporcionándole libros sobre historia política, consciente de que era un hombre pragmático desde una edad temprana. Su mejor mentor fue Edmundo López Gómez, quien lo apreciaba como a un hijo.
Jaime se rodeó de prestigiosas personalidades, entre ellas el abogado Guido Gómez. En su vida política hubo éxitos y fracasos, pero siempre le estaré agradecido porque confió plenamente en mi amistad.
Hoy siento la tristeza que deja en sus hijos Natalia y Esteban, así como en mis ahijados Jaime David y Sebastián. Adiós, querido amigo Jaime Lara Arjona, que Dios te reciba en el paraíso. Descansa en paz. Le ruego al Señor que conceda fortaleza a su familia, conformada por Esteban, Natalia, Jaime, Juan, María Juliana, María José y Flora Sierra.
Jaime fue el orgullo de sus padres, don Esteban Lara y doña Josefa, la gran matrona de Tierra Alta. Aunque ha pasado mucho tiempo, todavía guardo en mi memoria el delicioso sabor del almuerzo y la agradable compañía de la familia de Jaime en esa hermosa región del Alto Sinú.
A lo largo de su vida, se distinguió por ser una persona servicial y noble, incluso frente a sus detractores. Este principio que aprendí de él sigue siendo parte de mi vida cotidiana. En una ocasión conversamos sobre Tomás de Kempis, quien afirma que «no soy más porque me alaben, ni menos porque me critiquen, pues yo soy lo que soy».
En enero de este año, Jaime me invitó a su finca en Lorica, bajo Sinú. Fui con mi familia y disfrutamos mucho rememorando tiempos pasados. Ahora que Jaime ya no está con nosotros, sus hijos continuarán construyendo sobre el legado de la empresa que él forjó, como solía decir, «para el bien de la sociedad».
Se ha ido uno de mis mejores amigos, y el dolor es aún mayor porque no pude estar presente debido a mi ausencia en Colombia. Sin embargo, en mis oraciones diarias ruego a Dios que lo acoja junto a mis padres. Buen viaje para un hermano de la vida. Partiste, Jaime, pero siempre te recordaremos por todo lo bueno y noble que fuiste.