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La primera vez que comieron arroz con loro

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Por Orlando Buitrago Cruz.

 Olga-R (no digo su apellido para evitarme demandas) es una señora a la que detesto con todo éxito, fantaseo encontrándomela en la calle, y rapándole el bastón justo cuando vaya pasando una amplia avenida de New York.

La odio por varias razones: 1) Ella me detestaba 2) Era una pésima profesora de cuarto de primaria 3) A veces llevaba al esposo, muy parecido a Frankenstein, para que nos cuidara mientras ella iba a la oficina del Prefecto de disciplina de donde casi siempre regresaba despeinada. En aquellos tiempos yo le tenía pavor a Frankenstein, a Drácula y a los supositorios. Los dos primeros miedos los superé pero el tercero no: tanto así, que nunca he querido hacerme el examen de próstata 5) Olga-R nos enseñó la historia de manera tergiversada, mentirosa, y de eso no se salvó el 12 de octubre, fecha del fatídico descubrimiento de América.

Según Olga, Colón era un muchacho muy inteligente, apuesto, pero virgen, pues todas las italianas le sacaban el cuerpo cuando se enteraban de que su nombre era Cristóforo. La verdad es que alguien que se llame Orlando o Cristóforo, está condenado al onanismo eterno.

En vista de su drama con las mujeres de su país, se fue a vivir a España, en donde su nombre pasaba a ser Cristóbal, mucho más sonoro, aunque no faltó la españoleta que le dijera que cuando se cambiara ese nombre tan inmundo hablaban.

Según Olga, Cristóbal era demasiado inteligente, y muy sumido en sus pensamientos, pero en el puerto apostaban a que si era loco, agüevado, gay o todas.

Según mi mediocre maestra Cristóforo, se sentaba a la orilla del mar a mirar el arribó de los barcos, y por algunos detalles notó que la tierra era redonda y al otro lado de la bola podría haber algo interesante. ¡Falso Olga-R! como casi todo lo que nos dijo: Colón en lo único que pensaba era en cómo llegar a Asia por una ruta distinta a la habitual y emprendió el viaje (hace rato lo griegos sabían que la tierra era redonda).

La verdad es que Colón se murió sin saber porque lo recordamos, él pensó que había llegado a Asia, e históricamente viene a ser como un niño que se perdió, y sus padres salieron premiados por la guaca que se encontró.

Colón consiguió el patrocinio de la Reina Isabel, una mujer tan peligrosa como cargar un alacrán entre los calzoncillos, ella y su marido crearon unas CONVIVIR bien, que después se convirtieron en la SANTA INQUICISIÓN, que arrastra toda una historia de crimen y tortura al interior de la iglesia católica.

El que pensara distinto a Isabel, debería sentir el mismo miedo que yo le tengo a los supositorios.

Cuando Colón regresó de su viaje, fue a darle las gracias a la Reina, y le llevó unos pimentones, unos tomates (gracias a nosotros la pizza tiene tomate), unas patatas y un loro, aunque algunos historiadores dicen que fueron seis, pues la idea de Cristóbal era que aprendieran a hablar, a cantar, y sobre todo a cantar en el coro de la iglesia los domingos.

El hombre había quedado maravillado con la inteligencia de los loros americanos. En cambio, no le gustaron ni los sapos, ni los lagartos, ni las culebras (que nos caracterizan más que el Cóndor, y no entiendo su ausencia en el escudo de nuestra patria eternamente boba).

Crisanto, uno de los loritos (o por lo menos el que yo conozco), aprendió a hablar en poco tiempo, y de tanto escuchar a la servidumbre lo que mejor pronunciaba era la frase “Vieja Hideputa”. El lorito, en medio de su inocencia, la cagó, y dijo la frase delante de la reina, que ni corta ni perezosa lo condenó a muerte para escarmiento de todos en el palacio, pero además convocó a un banquete de arroz con loro (ahí es en donde sí creo que pudieron haber sido seis loros, porque con uno sólo era jodido hacer un banquete, y que los mataron a todos por comunistas, cuando se trata de matar, hay que buscar una buena razón, y esa funciona, o sino pregúntenle a los fundadores del paramilitarismo en Colombia).

Aunque estancado, hay un proceso para convertir en beata, a la reina Isabel I de Castilla, cosa que no tendría presentación, dado su papel en la creación de un ente macabro como la Santa Inquisición. Pero sobre todo, no entiendo, como una vieja Hideputa, capaz de condenar un lorito a muerte, puede ser beata.

Colón nunca pisó tierra colombiana, esta no fue tierra de Colón (por lo menos de manera directa, y ahí el himno nacional es impreciso), Colón no supo que descubrió América, murió convencido de haber llegado a las costas de lo que llamaban “Indias occidentales (Asia).

América se llama así, porque Américo Vespucio fue el que se dio cuenta, y mirando mapas dijo: “Este Cristóbal es bien güevón, esto no es Asia, esto no es nuevo mundo”.

Los relatos escolares acerca del descubrimiento de América están llenos de mentiras. Y de éste que les compartí, lo único que me gustaría que fuera cierto, es que el lorito Crisanto hubiese existido, que estuviese aún con vida, que de verdad supiera decir “Vieja Hideputa”, que yo lo pudiera comprar en una subasta, y regalárselo a la profesora Olga-R, para que cada mañana la despertara con esa belleza de frase, aunque conociéndola, sé que por primera vez en su vida, tragaría arroz con loro.

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La Otra Cara es un portal de periodismo independiente cuyo objetivo es investigar, denunciar e informar de manera equitativa, analítica, con pruebas y en primicia, toda clase de temas ocultos de interés nacional. Dirigida por Sixto Alfredo Pinto.


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